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Don Domingo Faustino Sarmiento era un hombre de personalidad tosca, nada diplomático, que decía lo que pensaba sin importarle filtro alguno. Frecuentes eran sus exabruptos y hay mucha literatura al respecto y esa personalidad le ha ocasionado numerosas situaciones desagradables, hasta retos a duelos por parte de los ofendidos, como el caso del ministro Agustín Cañete, nieto del dictador Rodríguez de Francia.
Es frecuente escuchar y leer que don Domingo Faustino Sarmiento habría dicho que a los paraguayos habría que haberlos matado en el vientre de sus madres para extinguirlos.
Esto, don Faustino NUNCA lo dijo, ni lo escribió aunque bien le cabría haberlo dicho, pues era un bocón sin filtro.
No fue Sarmiento, fue Caxías
El que dijo esa frase fue otra persona, pero no en el sentido que los paraguayos lo interpretaron y lo interpretan hasta hoy, pues no es costumbre nuestra estudiar desde las fuentes históricas, sino repetir como psitácidos consuetudinarios e irreflexivos.
La frase en cuestión fue escrita por don Luis Alves de Lima, marqués de Caxias, el 28 de noviembre de 1867, cuando a través de una misiva escrita en Tuyucué, solicitó al emperador del Brasil, don Pedro II, su relevo de la comandancia de las fuerzas aliadas.
Fragmentos de una carta
Extrayendo partes de su misiva, tenemos que Caxías decía que “Todos los encuentros, todos los asaltos, todos los combates existentes desde Coimbra y Tuyutí, muestran y demuestran, de una manera incontestable, que los soldados paraguayos están caracterizados por una bravura, por un arrojo, por una intrepidez y por una valentía que raya a la ferocidad, sin ejemplo en la historia del mundo”.
“Cuando esos soldados eran reclutas, esas cualidades ya las tenían y se habían adiestrado de una manera sorprendente. Hoy esos soldados reúnen a esas cualidades la pericia militar adquirida en los combates; su disciplina proverbial de morir antes que rendirse y morir antes de caer prisioneros…”.
Por otra parte y que es lo que nos interesa, porque viene al caso de lo que tratamos, Caxías, en su extensa epístola escribió que “estoy en posesión de datos irrefutables que anticipadamente prueban que, si acabásemos de matar a los hombres, tendríamos que combatir con las mujeres, que reemplazarán a éstos con igual valor, con el mismo ardor marcial y con el ímpetu y la constancia que inspiran el ejemplo de los parientes queridos y nutre la sed de venganza. Y ¿sería admisible un posible triunfo sobre un pueblo de esa naturaleza?”.
La frase en cuestión
Y entre otras consideraciones, dijo: “…cuánto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas y cuántos elementos y recursos precisaremos para terminar la guerra, esto es, para convertir en humo y polvo toda la población paraguaya, para MATAR HASTA EL FETO DEL VIENTRE DE LA MUJER Y MATARLO NO COMO UN FETO, AUNQUE COMO UN ADALID… Sería conquistar no un pueblo, pero un vasto cementerio en que sepultaríamos en la nada toda la población y recursos paraguayos y cien veces más la población y recursos brasileños. ¿Y qué seríamos sobre un vasto cementerio? Seríamos los sepultureros que tendrían que enterrar las cenizas de nuestras víctimas, que responder a Dios y al mundo de sus clamores; y más que esto, desaparecida la población paraguaya, desaparecida la nación paraguaya y desaparecida en proporción equivalente la población brasileña, quién sería, sino, única y exclusivamente el Brasil, el responsable delante de las naciones extranjeras de los inmensos daños causados con esta guerra…”.
Ojalá estos escritos sirvan para dilucidar estos temas y no sigamos con versiones equivocadas de ciertos aspectos de nuestra historia.