Magnicidio en las calles de Asunción

Hoy se cumple un nuevo aniversario del sangriento 12 de abril de 1877, en que tuvo lugar el magnicidio del presidente Juan Bautista Gill. Su muerte desató un vendaval de sangre y muerte en el que se consumió gran parte de la dirigencia política de la época.

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Protagonista de primera línea de la posguerra de la Triple Alianza y en el poder desde 1874, el presidente Juan Bautista Gill daba claras señales de soberbia contrarias a las ideas liberales -y libertarias- de la Constitución sancionada cuatro años antes. Contrarios a esas actitudes y favorables al imperio del estado de derecho, existían otros grupos, también protagonistas de esas jornadas de reconstrucción nacional, como la liderada por Juansilvano Godoi -como acostumbraba firmar.

Signo de la época era no andar con medias tintas, sino, en lo posible, de la manera más expeditiva. El resultado de esas líneas de conductas enfrentadas fue el magnicidio del presidente Gill, a manos de Nicanor Godoi, hermano de Juansilvano, quien en la creencia de que matando al presidente Gill salvaría a su patria de un nuevo dictador en ciernes, empuñó la escopeta homicida aquel trágico 12 de abril de 1877. Además de esos sentimientos que consideraba válidos, tenía motivos personales para perpetrar el magnicidio. un hermano suyo, Marcos Godoi, había sido asesinado por fuerzas adictas a los Gill.

Silvano Mosqueira, conocido intelectual de antaño, dejó para la posteridad un relato vívido de aquella sangrienta jornada, según le refirió el principal protagonista, don Juansilvano. Dice el señor Mosqueira:

"Cuando todo estaba listo y se había fijado lugar, día y hora para la muerte del Presidente Gill, los conjurados celebraron una última reunión, para precisar los detalles finales y tratar de asegurar el éxito del plan. En esta reunión, Nicanor Godoi tomó la palabra y dijo: ‘No conviene que Silvano sea el matador del Presidente. Él, además de diputado a la Convención Constituyente, ha ocupado ya otros cargos públicos de importancia; y su intervención en un hecho así, podría perjudicar su carrera política. Yo reclamo para mí la misión que se le señaló a él, y prometo realizarla con precisión matemática, sin titubear un instante’.

"El coronel Matías Goiburú dijo entonces: ‘En ese caso, yo no estaré en el cuarto; porque yo me he comprometido, fiado únicamente en la puntería y en la serenidad inalterable de Silvano (es de observar que Silvano Godoi gozaba, desde entonces, la fama de ser el primer tirador del Paraguay)’.

"El comandante José Dolores Molas dijo: ‘Yo estaré en el cuarto; porque para mí, Nicanor vale tanto como Silvano para esa acción’.

"José de Jesús Franco dijo: ‘Yo estaré también en el cuarto’. Los demás conjurados, Mariano Galeano y Juan Regúnega, se adhirieron a los votos de Molas y Franco. Nicanor, en conclusión, agregó:

"Al fin y al cabo, yo me basto y sobro para liquidarlo.

"Antes de levantarse la sesión, los conjurados interpelaron a Goiburú, si su negativa a estar con ellos en el cuarto donde esperarían el paso del Presidente por esa vereda, significaba retirar su apoyo al complot, a lo que aquél contestó, con firmeza: ‘De ningún modo: estoy siempre con ustedes y me ubicaré en lugar conveniente para prestar mi concurso en el momento oportuno. No estaré en el cuarto, únicamente por temor a que el tiro no sea certero’. De acuerdo con esta promesa, Goiburú se colocó, en espera del suceso, con su caballo, en la esquina de Presidente Franco y Alberdi (las nomenclaturas son actualizadas), frente a la imprenta de La Regeneración, principal diario de la época. Al sentir la detonación de la escopeta acudió como un rayo al lugar de la tragedia, donde ya encontró tendido en la calle el cuerpo sin vida del Presidente. Corre veloz hasta la esquina de Yegros y Eligio Ayala, y llega allí en el instante preciso en que Molas, herido de un sablazo en la cabeza y sangrando abundantemente estaba a punto de ser ultimado por un grupo de soldados, custodios de unos presos que trabajaban en la compostura de la parte empedrada de esa esquina. Con la impetuosidad propia de su temperamento varonil, Goiburú ­cumpliendo valientemente su promesa de colaborar en el momento oportuno, dispersó a tiros de revolver y pechadas de caballo, él solo, al grupo de soldados que perseguía a Molas, a quien, dándole la mano, y diciéndole: ‘-traiga la mano compañero’, lo alzó rápido en ancas de su caballo, y lo llevó hasta la plaza hoy Uruguaya, donde ya se encontraban los otros conjurados, para proseguir la segunda parte del plan. Goiburú, considerado como uno de los primeros jinetes del Paraguay, miraba al caballo, para la acción, como parte integral de su persona; y, una vez sobre su famoso overo, llamado Pampero, se sentía capaz de desafiar al universo. Sin su eficaz y oportuna intervención, Molas,­a quien la hemorragia producida por la herida a cada rato lo dejaba privado de la vista, no habría podido escapar a la saña de sus perseguidores. Esta escena ocurría a una cuadra del lugar de la tragedia, sito frente a uno de los cuartos bajos del (viejo) local ocupado por el Ateneo Paraguayo, en la calle Presidente Franco esquina Independencia Nacional.

CÓMO COMENZÓ TODO

Según don Silvano Mosqueira, el complot se inició cuando "en un baile dado en una casa de familia, Molas fue herido en la cabeza por uno de los tantos esbirros gubernistas de la época, a quien Goiburú ­acudiendo en defensa de aquél, que se hallaba inerme, por haber entregado su revólver a la dueña de casa, para entrar a bailar, persiguió y ahuyentó de la reunión, dispersando, a la vez, a sus demás acompañantes. Lavándole con alcohol a Molas la herida de la cabeza, le habló así: ‘A este paso, compañero, parece que el Nato -como lo llamaban a Gill- nos va a liquidar a todos’. Al decir esto, Goiburú quería significar que el atentado contra Molas obedecía a una inspiración gubernativa y que la consigna sería concluir con todos ellos".

"Molas contestó con firmeza: ‘-¿Y por qué no hemos de ganarle el tirón? Liquidémosle nosotros a él, antes de que él nos liquide a nosotros’. ‘-¿Apoyaría usted una idea de esa naturaleza, y le prestaría su concurso para su realización?’. ‘Con el mayor gusto’. Goiburú, estrechándole la mano a Molas, le dijo: ‘-Recojo su palabra. La muerte de Gill está decretada; y desde este momento contamos con su valiosa colaboración. En ese instante, se decidía la tragedia del 12 de abril de 1877, con la iniciación de Molas en el secreto y con el aporte eficiente de su valiosa cooperación.

VOLVIENDO AL 12 DE ABRIL...

"Unos días antes de embarcase para Corrientes, desde donde prepararía los elementos revolucionarios para invadir el Paraguay por San José-mí, hoy Ayolas, una vez muerto el presidente Gill, Silvano visitó a su amigo particular, don José Urdapilleta, entonces ministro del Interior (a quien le dijo): ‘Mira, José. El hombre político debe estar siempre listo para sacar partido de las circunstancias’. A quien éste le preguntó: ‘¿Y qué quieres decirme con eso?’, en tono medio alarmado. ‘Si, por ejemplo, recibieses por correo una mañana, como advertencia muda, un sobre conteniendo un papel en blanco, y cuyo significado fuese que algún acontecimiento importante pudiera sobrevenir, deberías tomar tus precauciones, a fin de no ser sorprendido por alguna emergencia inesperada’. ‘En ese caso, si yo recibo ese sobre, te hago dar cuatro tiros en esta plaza’. ‘Es más fácil que yo te haga colgar a ti de ese farol (el del alumbrado público), que tú hacerme dar cuatro tiros’­le respondió Silvano, con viveza recogiendo el sombrero y retirándose".

"Trazados los últimos detalles del plan para eliminar al Presidente Gill, Silvano se embarcó, siete días antes del 12 de abril, para Corrientes, a preparar los elementos revolucionarios con que invadir el país, una vez logrado el principal objeto de la conspiración. Le acompañó hasta a bordo del vapor, el comandante José Dolores Molas, quien le dijo como despedida: ‘Nosotros realizaremos el plan; y si triunfamos, usted será el organizador del país con la colaboración de otros compatriotas; y si por desgracia fallamos, espero que usted me dedicará algunas páginas en uno de sus libros del porvenir’.

(...)

“En la mañana del 12 de abril, impacientes los conspiradores porque transcurrían las horas y no aparecía el Presidente, siendo ya aproximadamente las 10, uno de ellos salió del cuarto y desde el centro de la vereda, miró hacia la calle Yegros, por donde habitualmente descendía, viniendo de su domicilio particular de la calle 25 de Mayo entre Iturbe y Yegros. Entró de nuevo al cuarto y en vista de que más accionaba que hablaba y no había precisión en lo que decía tal vez por la emoción propia del trágico minuto. Nicanor le pregunta, ya impaciente: ‘¿Pero viene o no viene?’, a lo que el hombre hacía esfuerzos para contestar, moviendo la mandíbula, y no le salía la voz.

‘En ese mismo momento, el doctor Guillermo Stewart, que solía visitar el escritorio de don Silvano y cuya ausencia del país ignoraba se aproximó a caballo en la vereda y le dijo a Nicanor, que había salido a recibirlo: ‘Diga a don Silvano, que el futuro Presidente de la República será quien lo desee el presidente Gill, aludiendo a que éste había ya resuelto quién sería su sucesor’. Nicanor, prendido de la brida del caballo, le respondió, con toda serenidad al doctor Stewart: ‘No olvide, doctor Stewart, que el hombre propone y Dios dispone’. ‘Sí, sí, ya lo sé’ ­dijo el doctor Stewart, riendo y despidiéndose y sin calcular siquiera la tremenda significación de las palabras de Nicanor.

"Un instante después, Héctor F. Decoud, dando unas palmadas, se cuadra en la vereda, frente al cuarto donde estaban los conjurados, y dirigiéndose a éstos, les dijo, por supuesto, en broma: ‘¡Señores, firmes!, que ahí viene el presidente de la República’, como efectivamente sucedía, aproximándose ya, con sus dos edecanes, a la calle Independencia Nacional, por Eligio Ayala, de ida a la Casa de Gobierno. Aviso espantosamente oportuno, y cuya oportunidad ni remotamente podría imaginarse el señor Decoud, que penetró en seguida, casi corriendo, al zaguán de la casa contigua. Con el aviso casual de Decoud, los conjurados tomaron sus armas, y en el instante preciso, Nicanor apuntó, casi a quemarropa, su escopeta al pecho del Presidente, y después de algunos segundos de espera, le atravesó el cuerpo con una bala de hierro ­preparada exprofeso "para matar tigres en el Chaco", según se dijo al herrero­, y otra de plomo que se le agregó, para que el efecto sea seguro y fulminante. Una de las balas quedó en el cuerpo de la víctima y la otra, bandeándolo, hirió en el vientre a uno de los edecanes, haciéndole dar una vuelta de carnero. La herida era mortal y el cuerpo del Presidente cayó sobre el pavimento. Algunos minutos después, Stewart llegaba a constatar ­con la consternación que podemos imaginarnos, la muerte del Primer Magistrado de la República. Quizás, entonces, habrán vibrado de nuevo en sus oídos, las apocalípticas palabras de Nicanor".
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