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–Dicen que usted es muy prolífico en composiciones, en canciones de “tierra adentro”.
–Tengo más de mil, grabadas 800 canciones, algunas son letra y música, otras son poesías a las que le hice el ropaje musical. Tengo 50 volúmenes de material discográfico, entre vinilo, cassette, DVD, CD y ahora también pendrive; y los que quieran escuchar y ver estoy en You Tube (sonríe). A la gente le gusta lo auténtico. Se quiere ver retratada en la letra, en la música.
–¿Desde cuándo con la música?
–Desde los cinco años. De chico mi tío con el que vivía me enseñó su poesía. Él leía en voz alta la poesía de Emiliano R. Fernández en la revista Ocara Poty Cue Mí. Yo dormía a su lado y se me pegó porque me gustó esa rima de su poesía. En la escuela ya era un experto a los nueve años.
–¿Cómo eran las navidades de la bohemia?
–Las navidades eran inolvidables. A mí me tocó el esplendor de la bohemia asuncena. Había una constelación de estrellas en las noches previas al 24 de diciembre en el bar de Panuncio Espínola (Bar Juventud, en Eusebio Ayala y 22 de Setiembre) o La Curva (150 metros más abajo, en Próceres de Mayo y Rodríguez de Francia). La gente gastaba su aguinaldo y nosotros estábamos ahí para complacer su afición por la música paraguaya. De repente podía haber 20 conjuntos esperando contrato. A la medianoche no quedaba más nadie. Los músicos regresaban a las 2:00, las 3:00 de la madrugada. Algunos volvían a salir. Ahí se mezclaban todos: músicos, diplomáticos, empresarios, militares, policías, gente común y corriente. Nadie se prevalecía y al que creaba bochinche se le corregía.
–¿Quiénes estaban?
–Con Aníbal Riveros, el dueño del sello Blue Caps le dedicamos una canción a ese buen señor que nos recibió en su bar tantos años. Se llama “Panuncio de los Recuerdos” y que compusimos tiempo después de su fallecimiento (6 de mayo de 2006) y hoy es uno de los temas más escuchados del momento. En esa canción recordamos a los artistas que desfilaban por ese paraninfo de la bohemia: el arpa de Lorenzo Leguizamón y Cristino Báez Monges, Aparicio González, Jorge Cáceres, “Cigarro Po’i” o el comisario del arpa, el requinto de Carlitos Vera.
–¡Qué memoria!
–¿Cómo no me voy a acordar? Nunca faltaban Edmundo Medina, el violín de Lorenzo Álvarez, Bonifacio Román, el acordeón de don “Negro” Ayala, Papi Orrego, el bandoneón de Catalino Argüello, Isaías Penayo; el dúo Vargas Saldívar; los gemelos Shurí y Sergio, más conocido como el dúo los hermanos González; dúo Gallardo-Arce, dúo Peña-González, el gran Maneco Galeano, Félix de Ypacaraí, o silbando melodías navideñas el arquitecto Alfredo Vaesken. La cartelera que nos repartía don Panuncio para las fiestas de despedida de fin de año era inmensa. En el 68 me acoplé a un famoso grupo de tierra adentro, el dúo Pérez-Peralta. Después de cada actuación en la radio Nacional nos llovían los contratos. Estuve cuatro años con ellos y después formé mi propio conjunto, Néstor Damián Girett y Los Misioneros.
–¿Se puede vivir de la música paraguaya?
–Yo siempre viví de la música enteramente paraguaya, la auténtica de tierra adentro. Lo importante es la creatividad. Hoy el derecho intelectual vale mucho. La gente de tierra adentro busca lo autóctono, “Puerto Irala Poty”, por ejemplo.
–Es una de sus creaciones más conocidas.
–Sí. Tiene varios premios. Esa compuse con el poeta Saturnino Ramírez Grance, un poeta de la zona de San Pedro de Ycuamandyyú. Le dedicó a Graciela Cuéllar de la zona de Paranambú, Alto Paraná. Está ahí Puerto Irala y cruzando el río Paraná está el puerto Libertad, Argentina. Compuso su poesía en 1976 y me entregó para ponerle la melodía. El título era “Ahakuetévo a escribíta” (Te escribo en mi despedida).
–“Niña Graciela”.
–El verso dice en una parte “A esa niña Graciela”. El pueblo escucha y pide como entiende. No sabe exactamente cuál es el título. Algunos piden “Niña Graciela” o “Puerto Irala Poty”. El original es “Ahakuetévo a escribíta”. Grabamos en el año 77. Por suerte, Ciudad del Este era un vergel en esa época. Miles de paraguayos fueron atraídos por el boom de Itaipú. Los bares y restaurantes estaban llenos. Había plata. Los músicos iban de mesa en mesa y la gente pedía: “Ahenduse Niña Graciela”, decía uno. “Quiero escuchar Puerto Irala Poty”, decía otro. ¿Sabe cuántas versiones tiene esta canción?
– ¿Cuántas?
– Tiene 380 versiones distintas. Muchísimo ya se grabó. La gente pide y corea en los festivales.
– “Por culpa de una esquelita” es una de las más escuchadas. –Es de 1970. Tiene una historia singular. Yo tenía una novia en Cañadami de Itauguá, una de las hermanas que atendía en un almacén. Había una guitarra ahí. A la tardecita nos reuníamos. Pedíamos tomar algo y yo tocaba y cantaba. Me enamoré. Pasó el tiempo. Sus padres no me aceptaban y planeamos fugarnos.
–Iba a secuestrar a la novia.
–Yo era un arribeño. Me compré una moto con la idea de llevarla. Me fui un día temprano. Le escribí una esquela. Ella estaba barriendo su patio. Me valí de un kurupi (mensajero) que le llevó la esquela. Escondió en su corpiño pero se le cayó y agarró y leyó su mamá. El kurupi vino corriendo junto a mí y me dijo: “Girett: agarrá tu moto y volá de acá”. Le pregunté por qué y me contestó: “¡Jajepilla che socio!”. Y bueno, agarré mi moto y le metí pata. Volé, desconsolado. Después recapacité y dije: “Estas cosas pasan nomás luego”. Para algo me va a servir, dije. Y esa anécdota fue motivo para escribir esa poesía: “Por culpa de una esquelita se truncó la esperanza; en una fresca mañana eso pasó/ tu madre no me quiere porque soy un arribeño; pero un amor eterno areko ndéve þuarã”, dice la música.
–¿Nunca tuvo problemas para cantar en la época de Stroessner? Había canciones prohibidas.
–Sí había.
–“Mi Patria Soñada” era catalogada como de protesta.
–“Mi Patria Soñada” yo escuché recién en la versión de Vocal 2, en la década de los ochenta. Yo no sabía que estaba prohibida.
–¿Y “Che Jazmín”, de (Epifanio) Méndez Fleitas?
–Con “Che Jazmín” sí tuve problemas. Fue en la zona de General Artigas, en Itapúa. Cantamos en una fiesta de egresados de fin de curso. El animador anunció “Che Jazmín” y les dedicó a todos los egresados. Nosotros cantamos tranquilamente. Al día siguiente, a las siete de la mañana se fueron dos gendarmes, preguntaron por nosotros, y nos llevaron presos a la comisaría. Nos tuvieron hasta la noche. Hablamos con un contacto que teníamos en Asunción.
–Sin padrino no se podía andar en esa época.
–Como músicos, naturalmente nosotros tenemos muchos contactos. Cuando llegó el comisario, ya de noche ese domingo, ordenó que nos suelten. Esa misma noche nos fuimos de serenata por todo el vecindario de General Artigas. En cada serenata tocamos “Che Jazmín”.
–¿De rabia?
–Claro, y porque ya no nos podía apresar más nadie (se ríe). Epifanio era de ahí cerca nomás, de San Pedro del Paraná. Era la canción preferida de la gente en esa zona.
–¿Cómo se manejaban con el edicto policial que ordenaba cerrar los bares a la una de la mañana?
–El edicto vino en la segunda mitad de los setenta. Perjudicó bastante a los dueños de parrilladas y a los músicos. Muchos cerraron. De ahí la canción que creamos “Panuncio de los recuerdos” que retrata aquellos momentos de bohemia cuando dice: “La puerta está cerrada: qué será de mí mañana si ya no hay serenata, me pregunta mi guitarra”.
–¿Cuál era la atracción de ese bar?
–Todo. Era un lugar alto, fresco, con un gran mangal. Decía don Panuncio que abrió el bar Juventud en plena Guerra del 47 con un cartelito que decía: “Hay soyo con tortilla”. Después se impuso el pastelito, el bife koygua, el guiso carretero, el asado a la olla, el tallarín casero y la cerveza bien helada. Pero la verdadera innovación del boliche fue la apertura durante las 24 horas. Panuncio fue una cantera inagotable de anécdotas como para escribir un best seller.
–¿Cuál por ejemplo?
–Por ejemplo, Luis Alberto del Paraná llegaba directamente del aeropuerto. Siempre tenía plata. Quería escuchar al dúo de los Hermanos González, Shurí y Sergio. Era un deleite escuchar sus guaranias, sus boleros. En el bar estaba solamente Sergio y Paraná le pagó a Buki Medina para que vaya a buscarlo a Shurí a la Chacarita. Le rastreó por toda la bahía porque estaba pescando. Le alzó con todo su racimo de mandi’i que ya tenía recolectado y llevó a Panuncio. Amanecieron cantando y se comieron el pescado de Shurí. El cocinero hizo caldo de mandi’i. En ese lugar nació el Trece Tuyutí con el dúo Vargas Saldívar. La poesía de Emiliano y la música de Vargas Colmán. Después vino “Barcino Colí”, de Emiliano y Cuenca Saldívar.
–¿Cómo trata a un folclorista la disputa política como la de ahora?
–Hoy día la gente ya no pregunta si uno es colorado o liberal. Yo tengo mi nombre, mi prestigio. Terminó ese conflicto con los que no quieren pagar. Siempre los políticos justamente son los que dan vueltas para pagar. “Vaya a la oficina. Mañana le vamos a pagar”, dicen. Uno va y responde: “El jefe está en reunión”. Pero nosotros también ya nos avivamos. Se pide seña o se cobra antes.
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