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–¿Reside en Estados Unidos?
–Sí, vivo en Washington, pero me paso la vida en un avión 250 días al año. Me dedico a visitar comunidades católicas en Estados Unidos. Salí de España en el 95 después de hacer el servicio militar. Soy ingeniero de caminos. Trabajé como tal. Me hice diácono en el 99 y me ordené de cura en Roma en 2001 por la Fraternidad de Misioneros de San Carlos Borromeo, muy ligada al Movimiento de Comunión y Liberación. Ya llevo como 17 años por Estados Unidos...
–Debe estar empapado de los problemas cada vez más complejos de los inmigrantes con el Gobierno de Donald Trump...
–Es una realidad muy presente. Los inmigrantes son gente muy trabajadora que tienen un sentido de la comunidad muy fuerte. Se cuidan, están juntos. Es muy fácil hablar de los inmigrantes sin conocerlos.
–A eso se agrega la preocupación de las familias por la integridad de sus hijos en las escuelas por esas masacres. ¿Por qué sucede?
–Se debe mucho al dolor y a la soledad humana. Si usted mira quiénes son las personas que en un acto de locura matan a otros, no son personas normales y estables. Necesitan ayuda sicológica. La gente es insensible. Nadie se preocupa de ayudarles. La soledad. Es lo peor de este mundo.
–¿Qué se enseña mal para que suceda todo esto? Son jóvenes de 17, 18 años...
–No les estamos enseñando a nuestros hijos la capacidad de aprender a decidir por las cosas que merecen la pena en la vida, acompañarles en la aventura de la vida. Hay injusticias que producen dolor. Hay muchas personas que viven “isoladas”, sin nadie que les proponga algo bonito en la vida, que no les acompañan en su dolor. Fue bonito ver la reacción de los compañeros de los estudiantes muertos diciendo que el ver a sus amigos morir es un dolor muy grande. No basta reducirlo todo diciendo: “esta persona está loca”. La cuestión es: “Ayudémonos, intentemos resolver juntos nuestros problemas”.
–¿Qué le llamó la atención?
–Ellos reclamaron que ese momento no se pierda, que el tiempo no lo entierre como un suceso más. Es una tragedia que nos tiene que interrogar a todos. Somos muy buenos para decir a los otros que cambien. Sin embargo, es fundamental preguntarse lo que sucede a nuestro alrededor. En el mundo hay mucho sufrimiento. En Siria han muerto 500.000 personas. Esto lo reducimos a lecturas de titulares de diarios y nos consolamos diciendo: “qué malos son”, “por suerte eso está lejos”. Si queremos capitalizar tanto sufrimiento, entonces la cuestión es: qué puedo hacer para resolver la injusticia que tengo cerca, en el colegio, en el trabajo. Nosotros pensamos erróneamente que el problema es siempre un problema político. Sin embargo, es un problema personal. La vida es personal...
–¿En qué fallan los educadores?
–En provocar a los estudiantes a ser responsables. Nosotros les decimos lo que tienen que hacer pero no les pedimos que respondan. Cuando uno ve una injusticia, ¿cuál debe ser la respuesta? Si nosotros estuviéramos dispuestos cambiar, a no ser indiferentes cuando estamos frente a una injusticia tal vez el mundo sería mejor.
–¿Siendo más radicales?
–Humanamente más radicales con el corazón. La gente no quiere ser infeliz. Uno tiene un deseo de felicidad, de justicia. Nosotros entendemos que la radicalidad tiene que ser siempre una protesta, pero la radicalidad quiere decir que si usted siente en su corazón una injusticia, construya justicia en su mundo. Los jóvenes, en todas las sociedades, son los que tienen un corazón mucho más sensible a la justicia y a la verdad. Somos nosotros los mayores los que nos hemos vuelto cínicos. Creemos y hacemos creer que el mundo ya no puede cambiar. Hay que escuchar más a los jóvenes y tomarse más en serio las preguntas que tienen.
–Hace poco hubo elecciones presidenciales en el Paraguay. Los jóvenes son los que menos participan cuando ellos deberían estar allí, en primera fila. Pero no les interesa...
–Uno participa de algo cuando sabe que hay otro que le escucha. Si yo voy a un sitio en el que sé que no me escuchan, pues no hablo. Me aburro. Nosotros tenemos que aprender de esta sensibilidad que los jóvenes tienen. He hablado con ellos en un congreso educativo en Asunción. Me hicieron preguntas muy bonitas. Ellos preguntan y preguntan porque tienen un deseo verdadero. Pero es que nosotros, los adultos no los escuchamos. Les decimos lo que tienen que hacer pero no les escuchamos. ¿Por qué los jóvenes no participan? Podemos decir que es culpa de los jóvenes. También otra posibilidad es que sea culpa nuestra. Hay que preguntarse quién ha educado a esos jóvenes. Fuimos nosotros. No nos gustan los resultados pero los que tienen que cambiar no son los jóvenes, somos nosotros. A mí me gusta mucho ir a correr. Voy a los maratones. Si no entreno no llego a la meta. Corro un tramo y luego me voy a casa. Entonces, mirando el resultado me doy cuenta que algo ha fallado pero algo ha fallado mucho tiempo. Uno no puede esperar que los jóvenes tengan confianza en el sistema si ellos no han participado de ese sistema. Nunca fueron protagonistas. Los adultos no les hemos educado a ser protagonistas. ¿Acaso les hemos pedido su opinión? Somos nosotros los que hacemos compromisos con la justicia por ellos, sin escucharles. Ellos tienen el corazón puro y tenemos que educarles a ser protagonistas siguiendo ese corazón que tienen. Los resultados de hoy son culpa nuestra...
–¿Educación cívica desde el prescolar?
–La educación cívica la aprendemos en la casa, en el colegio, en el barrio. Educación cívica quiere decir que uno se preocupa por el bien de otros. Si los mayores no lo han mostrado ellos no se lo pueden imaginar. La educación es mucho más real que los conceptos. Ustedes celebraron hace poco el 207 aniversario de la Independencia...
–Sí.
–Las personas que lucharon por la independencia lo hicieron por ese deseo de libertad, que es el mismo deseo de libertad que tienen los jóvenes de hoy. Ellos piensan verdaderamente que el mundo puede cambiar, que su vida puede cambiar. A mí me ha sorprendido mucho ese optimismo de los jóvenes de Paraguay. Me voy muy satisfecho. Irradian esa frescura de juventud. Ellos creen realmente que el mundo es un sitio que puede cambiar y que podemos hacerlo más bonito. Parecen ingenuos pero el mundo lo han cambiado los ingenuos. Si escuchamos nos damos cuenta enseguida que ellos tienen mucho que decir. Si estamos preocupados porque queremos que nuestros hijos sean protagonistas de la vida, habrá que preguntarles qué es lo que quieren porque el futuro son ellos. Empiezan a ser protagonistas y tienen que descubrir los valores de la independencia de Paraguay, los tienen que descubrir ellos otra vez. No basta heredarlos. La libertad no se hereda. La tenemos que ganar. Los adultos tienen que aprender a escuchar. Los jóvenes son los que tienen que hablar. Los adultos tenemos mucho que descubrir de la ingenuidad y la belleza de los jóvenes, la que teníamos cuando nosotros éramos jóvenes. Tenemos que aprender a ser discípulos de los hijos escuchándolos.
–Y si lo traspolamos al gobierno de la comunidad, uno que está en transición como el de Paraguay... ¿Qué le recomendaría?
–Lo primero que haría es preguntar a los jóvenes qué es lo que desean, a los padres qué es lo que desean. A veces dejamos la responsabilidad de la decisión al gobierno cuando debe ser una decisión de padres e hijos. No conozco Paraguay pero si quiero conocerlo no basta con leerlo en los libros. Tengo que estar en el terreno, hablar con la gente.
–¿Y si fuera el ministro?
–Si yo fuera ministro de Educación, lo primero que haría es sentarme a hablar con los jóvenes y con los padres para entender lo que necesitan, lo que desean, lo que quieren de la vida.
–Y ¿si tiene que aumentar el presupuesto de educación?
–Yo invertiría en educar a los profesores. Es importante la formación de los profesores. Si yo pudiera tener el presupuesto ideal lo pondría en los profesores para que aprendan a transmitir lo que saben. El profesor tiene que saber enamorar a los alumnos en matemáticas, en historia... El profesor tiene que tener conocimiento, capacidad de poder hablar y saber escuchar, entender cómo los jóvenes aprenden y ver en qué fallan. No todos aprenden de la misma forma... El verdadero profesor es el que es capaz de hacer aprender a los que tienen dificultad. Ser profesor es la capacidad de aprender como aprenden los estudiantes. Si nosotros pudiéramos aprender de cómo aprenden los hijos, recuperar esa capacidad de escuchar para escuchar la realidad sería magnífico. Es la cosa más importante de la educación. Para mí los profesores de más valor en mi vida son los que me han hecho las preguntas más importantes, no los que me han dado las respuestas.
–¿Qué hay que explotar de la gente para sacudirlas?
–Lo que más me ha sorprendido de estos años y de conocer a tanta gente tan diversa es que muchas veces nosotros reducimos las personas a las ideas que tenemos de ellas. Las personas son mucho más que las ideas. Detrás de cada idea hay una persona, el drama de la vida y de la muerte. Conocer a las personas le da a uno la capacidad de poder verdaderamente dialogar y amar a los otros y darse cuenta que muchas veces nuestras ideas vienen del miedo y de la falta de conocimiento. Las circunstancias más difíciles de la vida son las que permiten descubrir las cosas. Es algo que he aprendido. Siempre tratamos de escondernos de las circunstancias difíciles.
–Como el avestruz...
–Las circunstancias difíciles son las que más enseñan. Lo que más me ha sorprendido de tanto trajinar es conocer gente con problemas aparentemente irresolvibles y que lo resuelven en una conversación natural y sencilla. Nosotros, con la capacidad que tenemos, si nos juntáramos a pensar cómo resolver los problemas en vez de atacarnos, nos sorprenderíamos. Entonces, preguntémonos qué es lo que estamos haciendo mal para corregir y para que nuestros hijos, nuestros jóvenes se inserten mejor y adquieran las habilidades que necesitan para dirigir el país.
(holazar@abc.com.py)