La batalla de los siete días

La batalla de Lomas Valentinas, librada entre el 21 y el 27 de diciembre de 1868, fue una de las más sangrientas - y definitivamente - la más larga de cuantas se libraron durante la Guerra de la Triple Alianza. Recibió aquel sonoro nombre un conjunto de lomas que incluían las del Cumbarity, Acosta, Potrero Mármol e Itá Ybaté, al sur de la Villeta del Guarnipitán. El mariscal Francisco Solano López había instalado su campamento en la Loma Acosta el 8 de setiembre de 1868. Y desde allí habían partido las raleadas fuerzas paraguayas derrotadas por la Alianza el 6 de diciembre en Ytororó y el 11 siguiente en Abay. La línea del Pikysyry se desmoronaba.

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Al alba del 21 y poco antes del inicio la prolongada batalla, Potrero Mármol escenificaba otro dramático acontecimiento: las ejecuciones de quienes habían sido condenados el 17 de diciembre anterior, tras las causas instauradas en San Fernando. Entre los fusilados estaban: Benigno López, hermano del Mariscal y ex secretario de gobierno; el general Vicente Barrios, ex ministro de Guerra y Marina; el deán Eugenio Bogado, José Berges, ex ministro de Relaciones Exteriores; el coronel Paulino Além, el italiano Simón Fidanza, el cónsul portugués José María Leite Pereira, las señoritas Dolores Recalde y María de Jesús Egusquiza, la señora Juliana Insfrán de Martínez, el señor Juan Bautista Zalduondo y el obispo del Paraguay Manuel Antonio Palacios.

Vale la pena mencionar detalles sobre la muerte de este último. Constan en el libro de Juan Silvano Godoy, "El fusilamiento del obispo Palacios y los Tribunales de Sangre de San Fernando - Documentos Históricos". Llegada la hora de la ejecución -escribe Godoy- el obispo abandonó la carreta ‘que le había servido de prisión’ durante cinco meses y ocupando su lugar frente al pelotón de fusilamiento, levantó la mano pidiendo la oportunidad de hablar. En medio de un imponente silencio y ‘tomando en la mano el pequeño crucifijo de oro que llevaba pendiente del cuello’, el obispo se dirigió con voz firme y clara a quienes tenían a su cargo el operativo. Y tras una corta y contundente protesta de inocencia, expresó finalmente: ‘...Que mi sangre sin mancilla caiga sobre la cabeza de mis verdugos y sobre la de los que presten su protección hasta la quinta generación. Y a vosotros -dirigiéndose a la tropa- instrumentos inconscientes, os lego mi compasión y mi perdón. Ahora, cumplid con vuestra consigna’.

Estas muertes -vendrían otras- pusieron en entredicho la legitimidad de la causa paraguaya. Y el hecho sólo podría concebirse en una mentalidad arrasada por la depresión, o en alguien que dando todo por perdido no le importaba a quiénes, ni a cuántos, arrastraba en la caída.

SE INICIA LA BATALLA

El Ejército paraguayo había quedado reducido a un contingente que no superaba los 6.000 ó 7.000 hombres. O apenas 4.000 si nos atenemos al testimonio del coronel Thompson. A las tres de la tarde de aquel 21, en traje de gala, las tropas aliadas iniciaron el avance desde Villeta. Los paraguayos respondieron "vomitando fuego (...) y causándoles horribles estragos". Pero el número de atacantes era infinitamente superior al de los defensores y aquellas pérdidas eran repuestas con celeridad. Ya en las puertas de los líneas paraguayas, el combate se generalizó en un rabioso cuerpo a cuerpo: a lanza, sable y bayoneta. Finalmente, ya con las primeras sombras de la noche, se produjo la retirada aliada en medio de una gran mortandad de ambas fuerzas.

El día 22 y a los efectos de reponer las más de 6.000 bajas, el mariscal Caxías solicitaba al general Gelly y Obes el concurso de las fuerzas argentinas. Con mayores preocupaciones que las de sus adversarios, López ordenaba al coronel Centurión recorriera las líneas "...con cuatro soldados y un sargento" para "recoger pertrechos de los enemigos muertos". Mientras tanto, le llegaban refuerzos "desde Cerro León, Caapucú y el Paso del Ypoá".

Con el aporte de las fuerzas de Gelly y Obes -que incluían 9.000 hombres más los 800 hombres del contingente oriental- los aliados se limitaron el día 23 a realizar rodeos y reconocimientos en previsión a un nuevo asalto. Los paraguayos se preparaban para resistir "hasta el final".

Por las dudas, el ministro norteamericano Martin McMahon -último diplomático con representación oficial ante el gobierno paraguayo- salía de la zona de peligro con los hijos del Mariscal.

El 24 los aliados hacían llegar a López la intimación a rendirse. La nota no incluía salutaciones por la Nochebuena. La respuesta no se hizo esperar y fueron portadores de la misma el coronel Silvestre Aveiro y el recientemente ascendido mayor Panchito López.

El día 25 la artillería aliada accionó "en semicírculo" sobre la posición paraguaya. El estruendo de 46 piezas de artillería fue algo nunca visto en la guerra, acotó Thompson. A este fuego infernal siguió el asalto de la caballería. Si bien rechazada ésta, una y otra vez, cada ataque dejaba a las huestes de López cada vez con menos hombres para sostener los embates. En toda la línea ya no quedaban sino 1.000 efectivos. De los 32.000 con los que los aliados iniciaron la batalla, restaban sin embargo unos "20.000 hombres sanos". Además de bien montados y con una artillería devastadora.

El día siguiente siguió casi con las mismas características. Pero López escribió a Thompson, quien resistía en Angostura: "Por aquí toda va bien y no hay por qué temer". Pero ya no le quedaban hombres, ni armas, ni municiones.

EL ÚLTIMO DÍA

El 27 de diciembre, el Ejército paraguayo, compuesto con nada más que heridos y niños, estaba completamente rodeado. Se sumaba a la situación un hecho que también se verificaba por primera vez en la guerra. La presencia de mujeres en los contingentes paraguayos. Una de los protagonistas y heroínas de la batalla fue una muchacha quinceañera, Ramona Martínez. Esta mujer llegó peleando hasta Cerro Corá y sobrevivió a la guerra.

Próximo al fin de la batalla de Itá Ybaté y cuando ya el enemigo ingresaba al cuartel general paraguayo, López abandonó la posición. Lo hizo al paso lento de su cabalgadura, a la vista de los aliados. El general Bernardino Caballero le cubría la retirada. Por los resultados, su labor sería tremendamente eficaz aunque no le quedaban ya sino 100 hombres, remanentes de su otrora singular caballería. Cumplida su misión, Caballero también se filtró por uno de los pasos y desapareció de Lomas Valentinas. Los demás sobrevivientes, mujeres y niños, heridos o perdidos entre el humo y el desconcierto, se arrastrarían durante días, por el estero del Ypekua rumbo a Azcurra.

Mientras las fuerzas de la alianza optaban por las delicias de un cómodo respiro en Asunción, el Mariscal recobraba en aquel nuevo campamento, ímpetu y hombres. Si militarmente la guerra estaba concluida como afirmaran algunos, la "cacería de López" -como lo definieron otros- seguiría por otro año y meses más...

jrubiani@highway.com.py
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