"¡General, general! ¡Qué le hicieron al general...!"

Dinorah no podía creerlo y corría entre el gentío para cerciorarse de lo que había pasado. "¡General, general! ¡Qué le hicieron al general!", gritaba desconsolada. "¡El no puede estar muerto!", decía. Sabino Montanaro, el lúgubre ministro del Interior de Alfredo Stroessner, la sujetó del brazo y no le permitió acercarse a los cuerpos informes y ensangrentados. "Señora, el general está muerto", le dijo en tono frío y seco. Los momentos de pasión, placer y abundancia habían acabado. Siete guerrilleros argentinos del ultraizquierdista Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) lo ejecutaron en las narices de la dictadura. Su padre, Anastasio Somoza García, había corrido igual suerte 30 años atrás.

Una infografía publicada por ABC al día siguiente del asesinato de Somoza. Se reportaba que fue ejecutado con precisión matemática. Cuando se abrió el semáforo de Venezuela, dos terroristas se corrieron hasta la muralla (2 y 3). Se parapetaron y ametrallaron a quemarropa el auto (4). Otro (Irurzún), desde el porsche de la vivienda, echó rodilla en tierra y con una bazuca disparó una granada que estalló dentro del auto (6) e hizo volar por los aires el cuerpo del chofer Gallardo, que quedó humeante en el pavimento (7). El auto rodó lentamente hasta la construcción vecina y se detuvo entre escombros de materiales (8). Tras tirotearse con los guardaespaldas (9), los terrorista huyeron (10).


Dinorah Sampson era la mujer con la que salía desenfadadamente en Nicaragua, aun con el conocimiento de su esposa Hope Portocarrero, capaz de satisfacer sus caprichos más extravagantes.

Lo llamaba familiarmente como "Jefe", "General" o "Amorcito", recuerda una serie investigativa del diario La Prensa de Managua.

"Esta mujer llegó a volver loco a Somoza, a tal punto que mandó a botar y reconstruir su casa de Managua dos veces, cuando en sus caprichos le decía que ahora el modelo de la residencia no le gustaba", resume la publicación.

"Dinorah era una especie de acomodadora de circunstancias, visitaba a amigos con mensajes importantes o simplemente llamaba a los periodistas haciéndoles regalos para que no jodan mucho al general".
En otra parte de su historia íntima, Dinorah cuenta haber pasado junto al general Somoza en un idilio eterno en su mansión en la playa. "Hoy el Jefe y yo pasamos juntos todo el día. Nos levantamos a las diez de la mañana y desayunamos, después nos volvimos a acostar mientras yo le leía la novela La Amante Eterna".
Pero también decía: "Hoy me molesté con el Jefe. Estaba malcriado. Parecía un dictador dándome gritos".


EL ASESINATO DEL PERIODISTA NORTEAMERICANO

Somoza intentó conformar un gobierno de coalición cuando ya no pudo repeler a la guerrilla sandinista y el gobierno norteamericano de Jimmy Carter no podía sostenerlo.

La gota que colmó el vaso de la lucha armada fue el asesinato del periodista estadounidense Bill Stewart, obligado por un guardia somocista a tirarse al pavimento boca abajo y ultimado a sangre fría de dos tiros de fusil.

La escena fue completamente filmada por un camarógrafo, que sobrevivió escondido a media cuadra de la ejecución.

La noticia causó escalofríos e indignación en todo el mundo. Fue la sentencia de muerte de la dinastía Somoza.

El embajador de EE.UU. comunicó al dictador que tenía una semana para dejar su país.

Somoza Debayle escapó a Miami, dos días antes de su caída oficial, el 19 de julio de 1979. Un mes más tarde, recalaba en Asunción, donde fue recibido "como un hermano" por su "camarada" Stroessner.


SOLO DOS CUSTODIOS

El día fatídico, la guardia de Somoza estaba diezmada. Había solo dos hombres que seguían el coche del general en un Ford Belina granate del comisario Francisco González León.

González era el que acompañaba habitualmente a Somoza en el Mercedes. Desde hacía varios días no venía el vehículo Ford Falcon oficial que llevaba la guardia de cinco custodios. Estaba en reparaciones.

Providencialmente para González, el general Somoza decidió ir solo con el norteamericano Joe Baittiner, para hablar por el camino de sus negocios, conducidos por su chofer nicaragüense César Gallardo.

Cuando los guardaespaldas intentaron reaccionar, ya era tarde.

"Todo se produjo en segundos. Bajé de mi coche y corrí para tratar de auxiliar al general, pero enseguida vi como estallaban los vidrios y se esparcían como lluvia. Vi a uno de los hombres enmascarados que saltaron la muralla. Para mí que usaron silenciadores porque solo se veía cómo se iba destruyendo el vehículo", dijo el comisario González en una entrevista.

Después vino la deflagración final, que estremeció el barrio, a la altura de la avenida España entre Venezuela y América, oída a 20 cuadras a la redonda.

Somoza tenía un coche blindado que no usaba.

Finalizada su tarea, los guerrilleros montaron presurosos los vehículos y se reunieron en el Cementerio de la Recoleta. Inexplicablemente, Irurzún decidió regresar a la vivienda de San Vicente para retirar sus 4.000 dólares y sus armas, según relata en sus memorias Enrique Gorriarán Merlo. Fue rápidamente capturado por sus características. Era alto y pelirrojo.

La agencia noticiosa argentina Telam (con Christian Torres y Tito Saucedo) fue la primera en divulgar la noticia al exterior desde un viejo télex de la dirección de ABC.

La repercusión fue inmediata. Radio Sandino de Nicaragua difundía: "¡Acaban de ajusticiar al dictador Anastasio Somoza en Paraguay! ¡Ha muerto el genocida mayor de la dinastía Somoza! ¡A los catorce meses de haber huido de la justicia revolucionaria, Somoza ha sido ajusticiado por la solidaridad internacionalista. Este es un ejemplar acto de justicia! Se decretan tres días de alegría nacional..."
Los sandinistas no estaban seguros de su revolución porque Somoza los había desafiado. "Me voy, pero voy a volver. Van a pedirme de rodillas que vuelva", dijo en una de tantas entrevistas que concedió.

Al llegar al Paraguay, el 19 de agosto de 1979, dijo inclusive que lo hacía en forma temporal porque tenía planeado regresar.

Según el relato de los testigos, su cuerpo presentaba desgarros en el cuello. Tenía el pecho abierto y su rostro como una careta, desprendido de la cabeza, casi irreconocible.


DE LOS SIETE, SOLO CUATRO SIGUEN VIVOS

De los siete autores del atentado, solo cuatro quedan vivos. Tres permanecen ocultos en el anonimato. Enrique Gorriarán, el cabecilla, estuvo preso un tiempo (por el caso Tablada), pero ya salió en libertad.

Habían huido en la camioneta Chevrolet que se descompuso sobre la calle América y se vieron obligados a detener el Mitsubishi Lancer del argentino Carbone. Casi no cabían en el vehículo.

En Recoleta buscaron un vehículo escondido, y dos de ellos -los guerrilleros Osvaldo y Santiago- bajaron en Itá Enramada. Osvaldo cruzó en una lancha a la Argentina.

El "camarada" Ramón (Enrique Gorriarán) bajó cerca de un hotel donde se encontró con "Julia", mientras que "Susana" se encontró con Roberto Sánchez Nadal, alias "Armando", en un estacionamiento del centro de Asunción.

La policía de Stroessner ofreció por todos los medios de comunicación una recompensa de 5.000.000 de guaraníes (con el dólar a 160) al que diera información sobre ellos.

Las fronteras fueron clausuradas, pero los servicios de seguridad de Stroessner desnudaron una deficiencia desconocida antes por el público.

Los argentinos no pudieron abandonar el país por varios días. Fueron interrogados. La caza terminó en agresión y represión de paraguayos, quienes sufrieron todo tipo de abusos y confiscaciones de bienes en los meses que siguieron, durante la llamada "Operación Rastrillo".

En todos los centros urbanos y áreas rurales, los ciudadanos debieron abrir sus casas a policías y militares. Con el régimen de miedo y su inescrupulosidad característica, los efectivos se alzaron con armas, dinero, joyas, muebles y todo lo que encontraron a su paso.

Los guerrilleros no tuvieron muchas dificultades para cruzar a la Argentina, como el caso de Susana, Armando y Osvaldo, en tanto que Julia y Ramón sufrieron algunos contratiempos y recién pudieron cruzar la frontera brasileña con su apertura, un par de semanas después. La guerrillera Ana también pudo cruzar al Brasil.

Todos lograron volar y reencontrarse en Madrid.

La insurgente "Julia" relató que apenas pudo salvarse de la policía, porque fue plenamente identificada por la inteligencia argentina, que no acertó sin embargo en su nombre.

Ana, Julia y Osvaldo viven hoy con otros nombres.

Susana y Armando murieron en el ataque a La Tablada, en Buenos Aires.

Del asesinato, Gorriarán dijo después que el hecho no se hubiera producido si Somoza no amenazaba volver. "Te juro que no fue venganza. Si Somoza, por ejemplo, no hubiese querido retomar el poder y hubiese, no sé, decidido irse a vivir en España. No hubiéramos hecho esta acción. Por eso insisto que fue en el contexto de la contrarrevolución; no es un atentado individual..."

(Continuará)
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