Faraónica fiesta de “Goli” Stroessner ostentó fortuna del difunto dictador

Solo el difunto dictador africano Idi Amín Dada faltó el viernes a la faraónica fiesta de estilo africano que organizó Alfredo “Goli” Stroessner, nieto del fallecido dictador Alfredo Stroessner, por los 15 años de su hija. La brutal ostentación dejó mudos a todos. Se calcula que unas 1.800 personas colmaron las instalaciones del Centenario, que vivió una de las noches más fastuosas de toda su historia entre las comidas, bebidas, orquestas y souvenirs, que circularon abundantemente hasta el amanecer.

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Alfredo “Goli” Stroessner, nieto del dictador Alfredo Stroessner, acusado de crímenes y robo en el país, no tiró la casa por la ventana: A juzgar por la fiesta que organizó por los 15 años de su hija, parece que tiró el país por la ventana.

El patio del Centenario fue encarpado por “Goli” Stroessner de punta a punta. El sitio, donde habitualmente caben unas 1.500 personas, estaba totalmente encarpado y debajo instalaron quinchos de paja con luces y simulación de follaje africano, donde servían tragos a la gente joven y además se podían degustar todo tipo de comidas calientes y frías, rápidas y elaboradas, destinadas a la gente joven.

UN JEEP AFRICANO

Un jeep africano daba la bienvenida a los invitados, quienes luego de sacarse una foto, que luego les entregaban, eran conducidos a sus mesas por chicas vestidas de africanas. Cada mesa cuadrada para diez personas tenía nombres de países africanos: No pudimos averiguar si había alguna con el nombre de Etiopía, país africano donde por falta de comida murieron un millón de personas en el ‘85.

ESCANDALOSA FIESTA

“La fiesta fue un escándalo, nunca vi nada igual, una fiesta faraónica, te juro por Dios”, dijo una fuente que calculó unos 800 adultos y cerca de 1.000 jóvenes que eran sellados en la mano y les colgaban además al cuello tarjetas numeradas que debían exhibir a los guardaespaldas para controlar los ingresos de indeseables. Estrictas medidas de seguridad custodiaban la comida y la bebida de los convidados.

Los majestuosos centros de mesa descendían en forma de follajes y ramas desde el techo junto con grandes faroles y velas que sugerían una cálida noche africana en Paraguay.

Cada mesa tenía cajas donde los invitados podían posar sus pies para descansar; debajo les aguardaban la sorpresa de unas zapatillas africanas, cada una de ellas con el nombre de la quinceañera. Regalaban unas bolsas donde uno podía llevarse las zapatillas y dulces importados. Cada mesa tenía dos mozos propios: Uno se encargaba de la comida y el otro solamente de la bebida.

Los posaplatos de ratán acompañaban una lujosa vajilla para el pantagruélico banquete que incluía langostinos, mariscos variados, pastas, carnes de todo tipo, delicias frías y calientes para todos los paladares. Grandes tablones ofertaban comida a reventar a través del Pérez Uribe. Las mesas de postres tenían todo lo que la imaginación pudiera crear.

Hubo canilla libre toda la noche para todo el mundo: whisky etiqueta negra 12 años, vinos finos de una bodega con premios internacionales y champagne de variadas marcas. Había mesa de licores e inclusive una solamente destinada a todo tipo de cafés.
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