El fin de la dictadura, 15 años después

Stroessner temblaba. Tenía dificultades para introducir las piernas en el coche presidencial. La adrenalina que invadió su cuerpo después de estar cerca de la muerte lo dejó atontado. Eran las cuatro de la mañana. El Batallón Escolta Presidencial parecía una carnicería.

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El general recobró más o menos el sentido y se tranquilizó un tanto al percatarse de la presencia de su hija Graciela, su hijo Gustavo y de su nuera (Pachi Heikel), además de su propio chofer en el vehículo presidencial. Por un instante se le pasó por la mente que la situación estaba controlada, como siempre, desde hacía casi 34 años.

-Oiporã la pejapóva. Kóa jajokobráta. Ne mandu’a cherehe (Está bien lo que hacen. Esto les vamos a cobrar. Acuérdense), dijo Gustavo, en un arranque de soberbia y prepotencia, como estaba acostumbrado a actuar, creyendo que con esas palabras amilanaría a los valientes soldados que habían osado tomar prisionero al dictador, su padre, y a él mismo.

Hasta que fue capturado y forzado a firmar su renuncia, el tirano se empecinó en mantenerse beligerante aguardando que sus mofletudos generales leales le trajeran la cabeza del Gral. Rodríguez y de sus principales oficiales rebeldes.

Su actitud mezquina causó la muerte de 40 soldados en poco más de cuatro horas de combate, varios días más después, obligados a permanecer en sus puestos hasta el final. Sus generales, coroneles y oficiales leales, en cambio, en su mayoría, corrieron como ratas y se internaron en los fondos del modesto barrio Mundo Aparte hasta desaparecer.

Mientras, el entonces Cnel. Oviedo ordenaba la limpieza del lugar de combate, refunfuñando por la cantidad de hombres que murieron por capricho e irresponsabilidad del mandamás (en la última demostración de su ceguera por el poder), Stroessner siguió creyendo que podía hacer su voluntad.

-Yo me voy a ir a mi casa. Ya hablé con su comandante (por el Gral. Rodríguez).

-Mire, mi general, yo hablé con el Gral. Rodríguez y vamos a hacer lo que él disponga -respondió Oviedo en forma cortante antes de proseguir con su faena.

-¡Oviedo! -se le escuchó decir.

-¡Ordene, mi general!

-Yo, pues, necesito ir a mi casa. Lléveme a mi casa -insistió el prisionero en tono más suplicante.

-Mi general, yo estoy recibiendo órdenes del Gral. Rodríguez y tengo que hacer lo que él me ordena. ¿Por qué no espera un rato...?

-¡Oviedo! -se escuchó otra vez en medio del tenso silencio.

-¡Cállese, c..., o usted no entiende lo que estoy diciendo! -exclamó amenazante el coronel encargado del operativo, apuntando su fusil directo a la nariz del que hasta hacía unas horas era el semidiós de la República.

Recién allí se dio cuenta de que su imperio había sucumbido y que su carácter de todopoderoso se redujo a la del más infeliz de los mortales. (Relato del coronel Wladimiro Woroniecki que participó de la captura de Stroessner y de sus principales generales junto al Cnel. Benítez Gil bajo el mando del Cnel. Lino Oviedo).


INJUSTICIA

El Gral. Andrés Rodríguez creyó que con la marginación de los stronistas de la vida política, por un tiempo, se podía consolidar el proceso democrático.

Cuidó que ninguno de ellos sufriera severas penas de prisión. Los detenidos fueron tratados, en general, como unos privilegiados, a sabiendas de los crímenes y robos escandalosos que cometieron a lo largo de casi 35 años.

No hubo un escarmiento.

En muchos casos se transfirieron ciertas fortunas malhabidas a favor de algunos influyentes del nuevo régimen. En poco tiempo, violadores de derechos humanos, militares, policías, civiles, ministros, funcionarios, regresaron a sus casas, poco a poco y en silencio, para gozar de sus bienes, pero también para preparar su retorno.

Con la salida del Gral. Rodríguez y la forzada irrupción del millonario Juan Carlos Wasmosy al poder, en 1993, pícaramente, este repartió la Corte Suprema de Justicia con la oposición, aunque en la práctica el Poder Judicial se convirtió en una cortina de humo para la comisión de las más perversas maniobras corruptas de enriquecimiento ilícito desde el poder y de la reimplantación de la "democracia sucia", como catalogó el New York Times al proceso paraguayo.

Wasmosy -sin escrúpulos, frío, calculador, ventajista, según la descripción que hace el Gral. Segovia Ríos en su libro "De Morínigo a Cubas"- se deshizo de Oviedo, su mejor aliado político, y fue el causante principal del estado de postración que asoló el país.

"En las alturas del poder el hombre tiende a ser egoísta, soberbio e ingrato (...) Se torna también renuente a reconocer los favores que le permitieron acceder al cargo y se fastidia cuando los amigos o aliados se lo reclaman. Sin la enérgica campaña electoral emprendida por el general (Oviedo) contra viento y marea, Wasmosy nunca hubiera sido presidente", sostiene Segovia.

A continuación se produjo la hecatombe.

El "inelegible" (Oviedo) fue elegido candidato a presidente por el Partido Colorado y Wasmosy le cortó inmediatamente el paso utilizando a sus títeres de la Corte Militar y de la Corte Suprema para hacerlo condenar a 10 años de cárcel por el "delito" de haber sido el elegido.


EL RETORNO DE LOS STRONISTAS

Como corolario volvieron los stronistas en 1999, más refinados que nunca, para cumplir la vendetta prometida por Gustavo Stroessner.

Sedujeron a los opositores (semidestruidos después de la frustrante Alianza de 1998) y estos se arrojaron a sus brazos a cambio de cargos públicos conformando así una entente que ayudó a la pandilla a armar un escenario seudodemocrático, como en los mejores tiempos del stronismo cuando el dictador proclamaba: "democracia sin comunismo".

Los stronistas wasmoargañistas, con sus nuevos aliados ex opositores, dijeron: "democracia sin oviedismo", para así excluir y perseguir a todos aquellos que consideraron sus enemigos.

Hoy, 15 años después del fin de la dictadura y dada vuelta la página a la "democracia sucia" de González Macchi, somos dos millones más de paraguayos.

El ingreso per cápita se redujo de poco más de 1.600 a 934 dólares. El desempleo ronda el 15% y con el subempleo trepa a 32%.

Los principales cultivos de los pequeños agricultores se han reducido a su mínima expresión, muestra del masivo abandono que sufre nuestra campiña, en busca de mejores horizontes en la ciudad, fenómeno que desemboca en la delincuencia, inseguridad y tragedias familiares.

Con el cinismo y la hipocresía que llevan en las venas, los stronistas se dan ínfulas y se jactan de nuevo de ser tales, nada más y nada menos que desde el Congreso de la Nación, como ese diputado Raúl Sánchez.

Antes más bien, este tendría que usar ese recinto para pedir perdón en nombre de los que defendieron el régimen brutal que dejó centenares de torturados, asesinados y desaparecidos, aunque sea 15 años después, tal como le exigió esta semana el humanista Martín Almada y fue intimado notarialmente por el seccionalero.

El Premio Nóbel Alternativo dijo que "ante la falta de justicia, las víctimas no tenemos otro recurso que gritarles en la cara sus crímenes".

La otra reflexión es para el común de los paraguayos si de qué nos ha servido la libertad si no la hemos sabido usar, para permitir que los mismos personajes se vayan apoderando de la vida y la hacienda de la gente, haciendo gala de absoluta impunidad, comprando la conciencia del más pintado, como se ha demostrado en estos desastrosos años de González Macchi.
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