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El repliegue boliviano hasta Ballivián, donde se fortificó, fue el principal objetivo del ejército paraguayo que buscaba destruir a su enemigo. Si bien ese fortín carecía de importancia militar, se convirtió en un punto de valor político, cuya caída podía tener imprevisibles consecuencias, tanto para sus defensores como para toda la población boliviana, que cifraba sus esperanzas en la defensa de ese lugar. Lo que vendría después, era imprevisible.
Presión paraguaya
El Ejército paraguayo presionaba intensamente contra las posiciones bolivianas. Ambos ejércitos encararon la construcción de picadas para maniobrar contra el enemigo a través de los montes bajos de Cañada El Carmen. Cada intento de maniobra era desbaratado por uno u otro contendiente.
Fuertes ataques paraguayos contra las posiciones bolivianas pusieron en guardia a los defensores de Ballivián de la vulnerabilidad de esta posición, un simple asentamiento sin ninguna importancia militar, pero su evacuación podría surtir desmesurados efectos tanto en la moral de los combatientes como de la población en general, por lo que el gobierno de La Paz consideró necesario su sostenimiento al precio que fuera. Si bien carecía importancia militar, su defensa se convirtió en una cuestión política.
Maniobra de distracción
La incompetencia del Comando boliviano brindó a alto mando paraguayo una invitación imposible de rehusar. Los bolivianos tenían 16.000 hombres en el sur, más el Segundo Cuerpo de 9.000 y la Novena División de Reserva contaba con 6.000. Comprendiendo las intenciones pasivas bolivianas, el Comando paraguayo hacia el norte su fuerza principal, aumentando el Segundo Cuerpo de Franco con más de 15.000 hombres, contra los 9.000 del IIC boliviano, lo que proporcionaba una oportunidad ideal para el envolvimiento largamente buscado del ala izquierda boliviana.
Para llevar a cabo su plan, Estigarribia decidió hacer un amago hacia Picuiba, poniendo en peligro la línea de abastecimiento del III Cuerpo comandado por el general Lanza, en Ingavi-Roboré, que venía extendiéndose con dirección al río Paraguay, por el norte. Con esta acción también pondría en peligro la región boliviana de Carandayty y el río Parapití, obligando a los bolivianos a trasladar sus tropas desde el sur, hacia esos puntos. Logrado esto, podía intentar nuevamente llegar al Pilcomayo desde el frente central de las líneas paraguayas, además de otras acciones y objetivos.
Ejecución del plan
Para llevar adelante la ejecución de su plan, Estigarribia dispuso que el I Cuerpo de Ejército paraguayo ocupara las posiciones del II Cuerpo, para que este llevara a cabo la ofensiva; ordenó que pequeñas fuerzas establecidas en Pitiantuta y Bahía Negra convergieran en Madrejón, para luego marchar sobre Ingavi, con el apoyo de la aviación.
Mientras tanto, en el sector boliviano, el gobierno seguía empecinado en sostenerse en Ballivián por razones políticas, pese a la extrema necesidad de contar con las fuerzas establecidas allí para la realización de maniobras ofensivas que podrían llevar a lograr situaciones que determinaran la finalización de la guerra con resultados favorables a Bolivia, según afirmaban algunos comandantes. La situación no podía ser mejor: Bolivia contaba con una importante superioridad numérica en hombres de unos 35.000 hombres frente a los 21.000 paraguayos. Una situación que no podía ser desperdiciada y cantidad de hombres que no podía ser despilfarrada por meras cuestiones políticas en desmedro de las necesidades militares bolivianas.
Sobre estas acciones, el subteniente de reserva César A. Garay escribió: “El 1º de noviembre de 1934 el coronel Carlos Fernández, comandante del ICE paraguayo, expuso en su puesto de Comando la delicada situación en que se encontraba nuestro Ejército para enfrentar próxima batalla general. Ante la inferioridad numérica de soldados, desproporción abismal en equipos y armamentos (el invasor disponía: de aviones de combate, blindados a oruga (tanques), cañones de largo alcance, lanzallamas, etc.), mientras que la situación en el sector paraguayo no era nada halagüeña. Esas fuerzas no tardarían desencadenando una ofensiva fulminante contra nuestro IICE y solo nuestro ICE –con maniobra victoriosa en los fortines Independencia y El Carmen–, obligaría al Comando del Ejército boliviano a suspender o limitar su ofensiva contra las raleadas tropas del II Cuerpo de Ejército paraguayo.
“Las tropas bolivianas comandadas por los coroneles David Toro y Bernardino Bilbao Rioja, muy superiores a las tropas paraguayas, serían las fuerzas de la gran ofensiva boliviana.
“A las 17:00 del sábado 10 de noviembre de 1934, la 8ª División inicio la marcha. En su vanguardia el RI ‘Batallón 40’. Segundo escalón el RI 18 ‘Pitiantuta’, mientras que el RI 16 ‘Mariscal López’ se encargó de la vigilancia de las picadas. “Al amanecer del 11 de noviembre, la 8 DI continuó su marcha con igual dispositivo. El Regimiento que iba al frente ya encontró fuerte resistencia del enemigo. Al día siguiente, al clarear, la columna de maniobra reinició su avance. Las fuerzas bolivianas constituidas por un escuadrón divisionario y un batallón del Regimiento Ayacucho tenían por misión cortar el camino de aprovisionamiento de nuestra 8 DI, cuyas fuerzas avanzaban sin tregua (días 13, 14 y 15 de noviembre).
“Estas heroicas acciones bélicas merecieron que el mayor Dionisio Balbuena Rojas, comandante del RI 3 ‘Corrales’, aseverara: ‘No obstante, como conocedor sin cortapisas de nuestros conciudadanos en situaciones normales y críticas, a través de mi actuación durante tres años de guerra, comandando tropas aguerridas en la línea de fuego, puedo asegurar que no es fácil encontrar combatientes que superen al soldado paraguayo, en valor, espíritu de sacrificio y heroísmo; extenuado por el cansancio, sin haber ingerido alimentos desde varios días, moribundo de sed, enfermo o herido, pelea hasta morir contra el tenaz adversario en defensa de su Patria’.
Al amanecer del día 13, Eugenio Alejandrino Garay, comandante divisionario, envió a Comanchaco primer despacho: ‘Pique Este-Oeste será traspuesto al amanecer por nosotros’. Más tarde, un segundo despacho decía: ‘Están combatiendo contra posiciones organizadas en el km. 27 del Pique Escobar. Han tomado ya línea avanzada’.
“Combatientes de esta heroica Gran Unidad tuvieron que realizar grandes esfuerzos en titánicas luchas con sacrificios de sangre y vidas para abrirse paso hacia adelante y alcanzar las posiciones fortificadas del Km. 27”, escribió el mayor Dionisio Balbuena Rojas.
El miércoles 14 los bolivianos, protegidos por la aviación, atacaron con artillería pesada y morteros, pero fueron rechazados por los paraguayos.
Al respecto de estas acciones, coronel Peñaranda, jefe del E.M. del Cuerpo de Reserva boliviano, dijo: “Continuando el bombardeo el día 15 de noviembre con mayor intensidad, consiguiendo así retardar el avance adversario (…) El vuelo de cinco aviones que durante horas ametrallaron y bombardearon “El Carmen” retardó el avance del Corrales”.
El viernes 16 de noviembre, temprano, lluvia de granadas de Artillería y Morteros. Luego de combatir varias horas, mediante la firmeza de nuestros combatientes del I CE y de la 8 DI, se rindieron los bolivianos.
Se capturaron unos 7.000 hombres y se tomaron materiales bélicos: 8 cañones, 26 morteros, 60 ametralladoras, 300 fusiles ametralladoras, 180 pistolas automáticas, 6.000 fusiles, cajones con granadas de mano, artillería y mortero, 60 camiones y miles de proyectiles. Sin duda el más cuantioso y variado botín “por la victoria”.
La batalla de “El Carmen” fue una brillante y extraordinaria victoria, por la rapidez en la ejecución, por las oportunidades en las conquistas de los objetivos y por las reducidas bajas de vidas y materiales.
Sin dudas, una victoria determinante.