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–Se lo ve muy lúcido. Pocos llegan a 102 años de esta forma.
–Sí, yo veo, leo mucho, escucho bien, me voy a caminar de tanto en tanto en el Deportivo Sajonia. Siempre hice deporte. Es una afición que tengo desde muy joven, pero también yo fui maquinista del (barco) Humaitá en la Guerra del Chaco, que no es poca cosa
(sonríe). Estábamos expuestos a 60 grados de calor todo el tiempo...
–¿De dónde es usted?
–Mi familia es de Caazapá. Monseñor Ismael Rolón era mi primo hermano, de Caazapá como mi madre, de apellido Silvero.
–Se nota el parecido...
–Yo nací en Itauguá, como mi padre, y fui criado en Asunción.
– Rolón murió muy longevo...
–A los 96 (en el 2010). Era el tercer obispo más longevo del mundo. Mi abuela murió a los 99 años, mi papá a los 91. Leía diario sin usar lente.
–¿Cuál es su hobbie?
–Leo, veo televisión, me voy al club de tanto en tanto. Me gusta el deporte, sobre todo fútbol y tenis. Hace poco me dieron una plaqueta por ser el socio más antiguo, el N° 52. El 12 de junio fui convocado por el presidente Horacio Cartes, donde me entregó también una plaqueta de homenaje como excombatiente. Fue una iniciativa de la diputada (Fabiola) Oviedo. Tengo otro del Club de Leones y varias condecoraciones. Uno se siente bien y sobre todo satisfecho de haber obrado correctamente.
–La cañonera Humaitá aún existe, por lo menos el esqueleto.
–Sí. Enseguida uno se retrotrae y le vienen a la mente tantas anécdotas como si fuese ayer.
–Era maquinista. ¿Cuál era su misión?
–Las cañoneras Humaitá y Paraguay tenían como misión transportar las tropas desde Asunción hasta Puerto Casado durante la Guerra del Chaco. Era toda una combinación perfecta para llegar al frente. Al bajar en Casado, los soldados abordaban el ferrocarril que los transportaba 165 km hasta Punta Riel, hasta Isla Po’. Ahí ya estaban preparados los camiones, como 200, para llevarlos hasta el frente. Una vez batimos el récord de velocidad...
–¿Cómo fue?
–Los bolivianos quisieron sorprender. Comenzaron a rodear a nuestro Ejército que estaba en Platanillo. Entonces vino un cifrado a la Marina, para que de cualquier manera haga llegar inmediatamente tropas allá. Entonces tuvimos que apresurarnos. Estábamos anclados en Casado desde hacía un mes porque había información de que querían bombardear Casado. Salimos como pudimos para Asunción aguas abajo.
–Ellos sabían que Casado era el camino de la guerra...
–Nuestros pilotos estaban en Asunción, pero la tripulación completa en Casado. Si no estaba nuestra cañonera nos relevaba el “Paraguay”. El asunto era cómo venir a Asunción sin piloto. El comandante le preguntó al oficial responsable, el teniente de Navío Arnulfo Rojas Rotela, si podíamos hacer el viaje a Asunción sin piloto. “La situación está gravísima, está comprometida”, le dijo. Por supuesto que respondió que sí. Eran las cuatro de la tarde y se ordenó que se prenda fuego. Recién una hora y media después se podían encender las máquinas, a fueloíl. Dos horas y media después ya estábamos aguas abajo. Vinimos como bala, gracias a ese mozo muy inteligente que era el teniente de Navío Rojas Rotela. Llegamos al puerto de Asunción, atracamos y ya nos tenían preparados víveres mientras subían los soldados.
–¿Cuántos soldados llevaron?
–Unos 1.800. Cada uno se acomodaba como podía, de un lado a otro del barco, cada uno con su mochila y su equipo. Los soldados estaban preparados para llegar hasta el frente, con su alimentación triplicada inclusive.
–¿En cuántas horas llegaron?
–En 37 horas desde Asunción. El Humaitá y el Paraguay eran barcos muy veloces y con mucha fuerza. Con los pilotos era más fácil a la vuelta. Nuestro río tiene pasos muy difíciles. Hay que pasar entre enormes bancos de arena y otras partes de piedra. Los pilotos conocen de memoria cómo serpentear los caminos más difíciles. Ese viaje fue anecdótico. Llegamos a Casado. Atracamos. Bajaron los soldados y, de ahí nomás ya subían de nuevo a los vagones con el tren en marcha para arrancar hacia Punta Riel, donde estaba la comandancia general de las tropas.
–¿Llegaron a tiempo?
–Llegaron. Se salvó el Ejército. Los dos barcos nos fuimos, uno detrás del otro. Mire. Los dos barcos fueron fundamentales en la guerra. Al final de la guerra, el mariscal Estigarribia le brindó tributo al capitán Bozzano en un acto público. Dijo que si no hubiese sido por la existencia de estas dos cañoneras y por la idea inteligente de construirlo del capitán Bozzano, la guerra no se hubiera ganado.
–¿Quién era Bozzano?
–José Alfredo Bozzano Baglietto fue el artífice de la construcción de las cañoneras. Fue un diseño suyo. Bozzano era una eminencia.
Él se recibió en Estados Unidos como ingeniero naval...
–¿Dónde se construyeron?
–En Italia. Eran de última generación. Dos años tardó en construirse. La esposa del capitán Bo-
zzano le acompañó. A su vuelta, en pleno mar, ella tuvo familia.
–¿Alguna vez los bolivianos intentaron destruirlo?
–Una vez intentaron. Nos íbamos pasando Pinasco, camino de Casado. Estaba despuntando el día cuando de repente aparecieron en el horizonte, desde un monte grande, dos aviones bolivianos. Empezó un combate aeronaval, pero ni fue combate. Largaron dos bombas que explotaron muy retirados del barco. Se dieron cuenta enseguida del poderío de nuestra artillería. Ahí nomás desaparecieron. Los que nos atacaron dieron una media vuelta por la popa. Lanzaron una bomba a un costado y otra 200 metros más allá. No hubo ningún peligro para nosotros...
–¿Cuándo comenzaron a operar esos barcos?
–Llegaron el 5 de mayo de 1931 y con ellos varias familias italianas: Patrone, Porcio, Nicolás Piccioni era el artillero. Cuando terminaron su misión muchos se quedaron a vivir, como Porcio. Ellos nos entrenaron. Estuvieron en los primeros viajes. Porcio era electricista. Al terminar el entrenamiento pusieron un negocio en Asunción. También hubo paraguayos que se capacitaron en Italia...
–¿Cuántos años en la guerra?
–Tres años. El teniente de Marina Américo González Merzario me dijo: “No se le ocurra renunciar”. Pero las máquinas cansan. Son 60 grados, puro hierro. No había un pedazo de madera. Cualquiera no soporta, aparte el ruido. Me retiré. Varios continuaron. A mí me distinguieron con el título de capitán de Fragata.
–Barcos con mucha historia...
–El “Paraguay”, como muchos saben, tuvo otra historia caliente en el Río de la Plata cuando rescató a (Juan D.) Perón en el 55. Los militares que lo derrocaron querían matarlo. En medio de mucha tensión se embarcó después en el avión Catalina para traerlo del Río de la Plata a Asunción con el piloto Leo Nowak. Yo comparaba mucho nuestros dos barcos con aquel barco alemán fantasma, el Admiral Graf Spee, el acorazado de bolsillo, que causó tantos quebrantos a los aliados en la Segunda Guerra y que vino perseguido y empicó en el puerto de Montevideo. Siempre quise verlo y una vez fui a mirar. Siguen los restos allí. Los alemanes lo desmantelaron antes de que llegaran los británicos...
–Desmantelado, igual que nuestros barcos...
–Sí, desgraciadamente están desmantelados. Cuando vi el Humaitá por última vez se me cayó el alma por el suelo. Por lo menos hubieran rearmado para que la gente pueda apreciar lo que fue.
–¿Cuál era la diferencia con el alemán?
–El nuestro era más chico pero más fuerte: casco de acero, una pulgada de espesor. Tenía dos motores muy potentes. Con uno solo ya era veloz, con dos mucho más.
–¿Usaron los dos?
–Se usó uno pero al máximo. En una oportunidad, el Gobierno argentino hizo simulacro de combate para adiestrar oficiales en el Río de la Plata y en el mar al sur con participación de nuestros barcos. Quedaron con la boca abierta. Se prendieron las dos calderas. Hicieron maniobras con sus aviones. Nuestra artillería les dejó chatos.
–¿Tiene opinión sobre política? ¿Tuvo quebrantos con la política?
–Mi bisabuelo fue compañero de Bernardino Caballero, pero nunca me involucré en la política. Cuando era estudiante de la Escuela de Comercio aparecieron dirigentes juveniles colorados que nos invitaban a sus charlas sobre política los días sábado. Nos juntaban en el diario Patria. Una noche falté. Querían instigarnos a atropellar a los liberales. Ellos decían: “asustar” a los liberales. No me gustó. Jamás se me pasó por la mente hacer algo así. Después me preguntaron por qué no me fui y yo les dije: “el partido necesita buscar la amistad de la gente para engrandecer el partido y no ir a buscar enemigos. Nunca dejé de ser colorado pero no tuve ninguna actividad política.
–¿Y los políticos de hoy?
–Antes, la política era una actividad honorable. Hoy solo sirve para robar. Antes el correligionario perdía su fortuna para ayudar al partido. Conozco uno, Juvenal Benítez, mi padrino de bautismo, de profesión sastre en Alberdi casi Oliva. Llegó a perder todo como dirigente político. Los políticos de hoy hacen todo lo contrario. Primero buscan enriquecerse y asegurar a sus familias como funcionarios, hasta a la muchacha. Antes el correligionario era más honorable. Los presidentes, los ministros no se enriquecían. El doctor Cecilio Báez, me acuerdo, iba a pie al Palacio. Era ministro de Relaciones. Había un ministro del Interior que vivía cerca de la Plaza Italia, hacia Jejuí. Se iba a pie...
–Si le llamaran como consejero, qué recomendaría...
–Que se procure evitar los gastos inútiles, el despilfarro que hay, que tengan consideración del pueblo. Hoy los parlamentarios tienen ordenanzas que cobran millones...
–Le llaman asesores...
–Es una vergüenza. El Estado le paga hasta a su empleada doméstica. Es una degeneración del servicio público...