"Al cabo de un rato se le escuchó a Somoza llorar amargamente"

El general se levantó del living y fue a su oficina a telefonear al teniente coronel Ladislao Alfonso Martínez, el puente directo que tenía con Stroessner. El militar llevó al comisario González a Mburuvicha Róga. Este aguardó en el vehículo militar mientras aquel entró a comunicar al mandamás de la voluntad del nicaragüense. A su regreso, dijo en su habitual tono áspero y desagradable: "González, usted se queda a cargo del general Somoza en forma permanente". A partir de ahí, los guardias paraguayos recibieron un mejor trato y hasta fueron recompensados con un salario de 40.000 guaraníes para los oficiales y 20.000 para los suboficiales.

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Al huésped de Stroessner le gustaba salir de noche. Frecuentaba burdeles, varias veces acompañado de un argentino de apellido Gortari.

"ESA MUJER..."

González recuerda que una noche, alrededor de la una de la mañana, cuando estaban en compañía de su agente de negocios Baittiner, fueron a parar del Hotel Guaraní al Playboy, distante a tres cuadras. El general se encontraba visiblemente bebido, no así Baittiner.

El policía se opuso en forma terminante a que ingresara en esas condiciones y el norteamericano le convenció volver a la residencia. Somoza asintió de mala gana.

En otra oportunidad se fue acompañado del argentino a otro local de mujeres cerca de la calle Parapití. Ante la preocupación de su custodio por exponerse a tanto riesgo, el general le respondió en tono de censura: "González, ocúpese de la seguridad que yo me ocupo de las mujeres".

Casi cada día tenía una salida de estas. Una vez, al retornar, luego de finalizada una juerga en compañía de Gortari, la esperaba Dinorah, quien protagonizó un fuerte altercado con él.

Las riñas se hacían cada vez más frecuentes.

La mujer se valía de cualquier objeto contundente para rematar su furia. De los golpes que recibió en una ocasión debió concurrir junto al Dr. Alejandro Bibolini para hacerse unas pequeñas cirugías.

El general José Somoza era testigo de las descomunales peleas de pareja. Una vez se le escuchó decir: "Mientras le tenga a esa mujer a su lado, no va a cambiar. Cada vez lo va hundiendo más. Ella ha sido la causante de todos nuestros problemas".

Un día después de la tragedia, en una entrevista con ABC, Dinorah relataba: "Me dijo que iba al banco a presentar a su abogado. Después le pregunté si regresaría para almorzar y me dijo que sí. ‘Yo siempre regreso a tu lado. Siempre voy a estar a tu lado, Dinito. Voy a estar contigo toda la vida’, me dijo. No me imaginé que esas serían sus últimas palabras".

LLORO AMARGAMENTE

A medida que fue pasando el tiempo, el que fue intocable "único líder" -ungido por la propaganda de su régimen como una especie de enviado de Dios- fue recuperando su forma humana.

Un día se generó una violenta discusión -a gritos- entre los hermanos y los hijos en ocasión de la venida del menor de ellos, Roberto Somoza Portocarrero, quien residía en Miami.

En un momento dado, el general pegó un fuerte puñetazo a una de las puertas, que la rompió. Al cabo de un rato se le escuchó llorar amargamente. No era sino la expresión de la impotencia, de la gloria al infierno.

De repente, Roberto salió a la calle y caminó sin rumbo por aproximadamente una hora, vigilado bien de cerca por guardaespaldas. Volvió sin protagonizar ningún lío y se encerró en su habitación. Al día siguiente volvió a Estados Unidos.

En vísperas de Navidad se fueron todos.

El primero en marcharse fue José Somoza. "Tengo que rehacer mi vida", dijo, luego de admitir que no lograba adaptarse a Paraguay.

No era el único en esas condiciones.

Los demás miembros de la corte somocista tampoco estaban cómodos. Se habían acabado los privilegios y canonjías, derivadas de la pertenencia al primer anillo del dictador.

Este les prometió 1.000 dólares mensuales a cada uno, pero se negó rotundamente a pagarles más de 40.000 guaraníes.

VIDA DESORDENADA

Presumiblemente Somoza no podía disponer todavía de la mayor parte de su fortuna, estimada en 250.000.000 de dólares, ubicada por sus agentes en bancos internacionales bajo códigos especiales.

Cada cual regresó con destino a Miami, Guatemala y Honduras, inclusive el hijo mayor Anastasio Somoza Portocarrero. Un mercenario argentino de apellido Ozorio también se fue.

Un nicaragüense de apellido Chavarría se llevó consigo a la secretaria de Dinorah, de nombre Matilde, con la que se casó antes en Asunción. También viajó el chofer Lara.

Hasta la esposa del chofer César Gallardo volvió a España. La pareja había venido de la Península Ibérica a pedido del general. Era su preferido en Managua. Más adelante lo seguiría el mismo Gallardo, quien, para su desgracia, retornó 15 días antes del atentado, predestinado a morir brutalmente en el atentado.

Hasta el chofer paraguayo de apellido López se retiró disconforme con su salario y el maltrato, aunque Somoza lo trajo de vuelta y además contrató a la esposa como encargada de cocina.

Antes de marcharse con destino a Miami, su hermano José exclamó: ‘Pobre hermano mío. Lleva una vida tan desordenada.

Le dije tantas veces y no le entra en la cabeza. Creo que terminará siendo expulsado también de acá", enfatizó.

Era un testimonio de primera mano de la acelerada decadencia de un hombre malcriado desde niño a usar y abusar del poder.


(continuará...)
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