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–Usted estuvo cerca del papa Francisco cuando fue a (la parroquia) San Rafael a visitar a los enfermos terminales. ¿Cuál fue la reacción?
–Sí, a mí me impresionó el calor humano que irradia. Me llamó la atención su silencio conmovido... Rezó, luego saludó a cada uno de los enfermos. Los escuchó hablar y al final un agradecimiento al padre Aldo (Trento) por su labor. El habla con la mirada, a través de sus gestos. Uno se siente identificado enseguida. Conmueve. Lo que ha hecho es despertar nuestro corazón. Entre los enfermos estaba José...
–¿Quién es?
–Es un enfermo que tiene una espondilitis múltiple (enfermedad autoinmune reumática crónica con dolores y endurecimiento paulatino de las articulaciones) que le va paralizando cada vez más. A pesar de todo es un hombre muy alegre y jovial. Trabajó toda su vida vendiendo dulces a los niños. También estuvo muy conmovido por la visita del Papa a pesar de estar ciego y postrado en la cama...
–¿Qué quiso expresar con esa visita?
– Es interesante. El Papa quiere romper esa especie de pantalla que ponemos frente a las personas necesitadas. El Papa dijo una cosa muy sencilla: “Cuando yo doy una limosna, toco la mano del mendigo y lo miro a los ojos... el problema no es en qué va a emplear la moneda, porque esa es nuestra sospecha. El tema es el contacto físico, visual. Lo importante no es tanto lo que uno da o se destina, o hasta qué distancia se acerca. El Papa nos invita a que sea un contacto humano...
–El dilema en la calle es si no estamos alimentando oportunistas...
–Siempre existirán oportunistas. En todos los lugares la mendicidad se convierte en una fuente de ganancia organizada. Me acuerdo en España, en una parroquia me percaté que un conocido mendigo llegaba en taxi a la Iglesia. En otra ocasión este mismo se metió en una riña con otro en una pulseada por territorio. La caridad no elimina la inteligencia.
–¿Usted cree que el Papa es culpable de este movimiento en la UNA?
–Y si desafió a aquellos que tengan espíritu joven a armar lío, pues yo creo que está en proceso, el lío se ha montado. Es admirable lo que ha hecho este movimiento para cambiar en tan poco tiempo tantas cosas y sobre todo sin ninguna violencia, sabiendo que esta clase de reclamos pueden llevar a posturas extremas, de uno y otro lado. Lo importante es que se da un nuevo giro a algo vital para este país que es el sistema de enseñanza. Lo que ha ocurrido es un fenómeno, una cosa inédita en este país. El derecho a manifestarse es un derecho humano que se hace visible, sobre todo de cara a la clase política...
–Fue como una eclosión con amplio apoyo de la sociedad después de tanto mal ejemplo político...
–Por usar términos médicos, ante una herida que sangra, lo primero que hay que hacer es taponarla. La corrupción desangra el cuerpo social. Entonces, hay que taponar la herida y, una vez que se tapona hay que ir a la causa. Aquí lo interesante es saber si quienes están dispuestos a ser docentes, maestros para regenerar la enseñanza. Es cierto, hay un problema de fondo. Los maestros tienen que trabajar en dos o tres lugares para sostener a la familia. Tienen que estar aquí y allá. Pero hay que dar una respuesta institucional que mejore los sueldos de los cuerpos docentes para mejorar la calidad. En los años que estuve en México, el problema común de violencia, narcotráfico, corrupción estaba relacionado con el problema educativo. Entonces, un país que invierte en educación, en el tiempo va respondiendo a los problemas por su causa, no tanto por sus consecuencias. Si nos conformamos con que ya no sangra pero no fortalecemos el cuerpo, los problemas de todas formas se repetirán. Yo estoy feliz de estar en este momento en el Paraguay para vivir todas estas gratas experiencias.
–¿Cuántos años aquí?
–Voy a completar dos años creo. Cuando supe que venía a Paraguay inmediatamente mi familia me preguntó: “¿Y dónde está Paraguay?” Yo empezaba a delimitarlo por las fronteras: al sur Argentina, al noroeste Brasil, al norte Bolivia, pero inmediatamente me preguntaban: “¿Y tiene mar Paraguay?” y yo respondía rápidamente: “No, no tiene”. Luego de unas semanas de estar en Paraguay y empezar a conocer a la gente, la historia, el sufrimiento, su sacrificio como país para no desaparecer del mapa, llegué a la conclusión de que un pueblo tan fiel a sus ideas, a su pasado, a sus costumbres, un pueblo que es fiel a sus ideales se vuelve tan inmenso como el océano que es imposible de destruir. Entonces me contradije. Le dije a mi familia que Paraguay sí tiene mar.
–¿Cómo tiene mar?
–Sí, Paraguay tiene el mar de los ideales. Esa fue además una fuente de inspiración para escribir un artículo apenas llegado a mi parroquia San Rafael.
–¿Qué llama su atención?
–Siempre me sorprendió muchísimo en las celebraciones la asistencia, la participación activa. Me da una pista de la dimensión que tienen esos ideales y su consonancia con la fe como factor vinculante. En Paraguay conviven inmigrantes de distintas razas, culturas y realidades, y este territorio ha sabido acogerlos. Eso es lo bueno que llama la atención. En mi caso, muy pronto me hicieron sentir una familiaridad como si no hubiese salido de mi casa. Yo creo que eso es solo posible por una simbiosis de la historia, civilización y obra de las diferentes etapas de los pueblos. Parecería que entre los paraguayos no hay un prejuicio hacia lo extranjero como en otros países quebrantados por problemas migratorios. Me gusta esa canción muy bonita que dice: “Ya no te llamaremos extranjero. Te llamaremos hermano”. Fue una de las que me cantaron y me encantaron al llegar.
–¿Cómo se llama?
–“Querido hermano extranjero”...
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