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En el vocabulario popular, el apellido Abram pasó como Abraham. El cue (ex) se le añadió cuando del local se hizo cargo la dictadura para convertirlo en cuartel de Policía y en cárcel. Pero su sólida fama se debe al hecho de haberse convertido en el centro de los tormentos. Los propietarios originales, agradecidos del error que desligó el apellido del inmueble.
Como muchos otros ciudadanos, Dionisio Jara conoció la índole perversa de Stroessner a través de sus esbirros Pastor Coronel y los torturadores "Sapriza" y Benítez, entre muchos otros. Junto con estos actuaba en el mismo nivel un alcalde de Santa Rosa de apellido Salinas, más conocido como "Mandioro". Este apodo expresa su naturaleza amarga. Fue uno de los suplicios no solo de los miembros de las Ligas Agrarias, sino de los políticos de la oposición en general.
Al relatar las torturas padecidas y los motivos de ellas, Dionisio Jara nos acerca a un gobierno dominado por la esquizofrenia; o sea, desligado del mundo exterior. Sus delirios le hacían creer que estaba construyendo un país celestial en el que reinaban la paz, la tranquilidad, el bienestar, el orden, la democracia. Con Stroessner, el cielo en la tierra. Leyendo sus discursos, encontraremos, sin siquiera buscar, estas o semejantes frases: "Si flamea con orgullo la bandera nacional, es porque en nuestros días los paraguayos se levantan sin complejos ni actitudes tímidas para demostrar a propios y extraños sus preciadas conquistas en orden a su economía, a su mejoramiento social, a su realidad cultural y a su desarrollo político (...). Jamás permitiremos que quede trunca la portentosa obra que estamos realizando, en el convencimiento pleno de que así cumplimos con el mandato de nuestros próceres, héroes y mártires, cuya memoria honramos cada día con la fecundidad de nuestras tareas, con la honestidad de nuestros pensamientos y la sinceridad de nuestro amor a la tierra que nos vio nacer".
Sí, esta tierra le vio nacer hace hoy 93 años. En efecto, cumplió sobradamente con los mártires haciendo más mártires de sus compatriotas que tenían otra idea de su obra que fue portentosa, pero en la perversidad y la corrupción.
No se cansaba de recitar frases como estas: "Así como somos respetuosos de la ley, declaro que la haremos respetar contra quienes intenten violarla". Para cumplir con esta promesa, dictó las leyes totalitarias 294 y 209, que, unidas al artículo 79 de la Constitución, que establecía el estado de sitio, las hacía cumplir puntualmente, pero al solo efecto de reprimir a los enemigos de su dictadura.
"¡QUE GRAN CRIMEN PERTENECER A LAS LIGAS!"
Al desenredar la madeja, se encontraron con que como ciudadanos estaban incumpliendo su deber. Se creían buenos cristianos, buenos hijos, pero como paraguayos estaban en falta en momentos en que vivían apartados de los asuntos nacionales. Nunca habían razonado acerca de las cuestiones económicas, sociales, políticas, culturales. Jamás habían hecho una pausa para hacerse de algún criterio sobre esos temas. Sabían que eran pobres, pero ignoraban las causas; carecían de instrucción, pero desconocían los motivos; los políticos les hacían creer cualquier cosa, aceptaban la propaganda de la dictadura sin analizarla. En una palabra, vivían desconectados de su entorno. De la realidad del país asumían las ideas ajenas. En las reuniones percibieron la necesidad de pensar por cuenta propia. Si eran seres pensantes, tenían que tener criterios propios sobre los asuntos regionales y nacionales, sobre el proceder de las autoridades políticas, judiciales, educativas, etc.
Así fue como comenzaron a aceptar conscientemente, o a cuestionar de igual modo, aquello que les tocaba más de cerca. A partir de aquí construyeron una nueva realidad. Vinieron los almacenes de consumo, los trabajos comunitarios, las escuelitas, los debates sobre la conducción nacional, el modelo político imperante. Dejaron de ser los consumidores irracionales de la publicidad oficialista, que hablaba de un país distinto del que ellos conocían y sufrían.
La nueva situación que se daba en los agricultores fue advertida, primero, por los seccionaleros. De estos pasó al diario "Patria", "La voz del coloradismo", el Ministerio del Interior, la Policía y finalmente a Stroessner, quien daba las instrucciones para la represión. No estaba dispuesto a admitir que se discutieran sus obras y pensamientos.
En un momento de su relato, Dionisio Jara, al hablar de los apresamientos masivos, dijo que su comunidad quedó vacía y le pareció que las aves lloraban de tristeza. "Desde luego que no era así -agregó-; era mi propia tristeza la que se proyectaba en las cosas que me rodeaban. ¡Qué gran crimen había sido pertenecer a las Ligas Agrarias!".
La tristeza de Dionisio es la de todas las víctimas del dictador. Es la del país que dejó en la ruina moral.