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–Lindo título para un libro. “¿Quién es dueño de la pobreza?”
–Es un libro que vamos a lanzar oficialmente el 17 de octubre en la sala bicameral del Congreso. Lanzamos una versión en inglés en actos que hicimos en Washington, Nueva York y Boston, en las universidades de Columbia y Harvard, entre ellas. En el acto de Columbia, que fue el 26 de setiembre, presentó el libro el Premio Nobel de Economía Edmund Phelps (2006). El título del libro tiene que ver con quién mide la pobreza. Una cosa es que el Gobierno mida y entonces el Gobierno tipee sus propias conclusiones. Nosotros lo que queremos es que una familia de Paraguarí o de Ygatimí puedan autoevaluarse, autodiagnosticarse y establecer sus propias prioridades para desarrollar un plan de acción que lo saque adelante. Proponemos un cambio radical para atacar la pobreza, que no es solamente falta de dinero. Tiene que ver con empleo, vivienda, infraestructura, salud, ambiente, educación, cultura, pero también elementos subjetivos como organización, participación, motivación.
–¿Cómo la gente puede medir el estado de su pobreza?
–Paulo Freire, en su “Pedagogía del oprimido” dice que si no hay “concientización” no hay manera que el ser humano se eleve. Cada uno sabe dónde le aprieta el zapato: la falta de ingreso, problema de letrina, su problema de diente, falta de educación.
–¿Autogestión?
–Una toma de conciencia para la autoeficacia. Trabajamos mucho con los conceptos del sicólogo norteamericano (canadiense) Alberto Bandura, creador de la teoría de la autoeficacia. Para cambiar, las personas tienen que responder afirmativamente a dos preguntas: “¿Vale la pena?” y “¿Seré yo capaz de hacerlo?”. “Vale la pena” tiene que ver con la motivación y “Seré yo capaz...” tiene que ver con las destrezas y las capacidades. Así que, después de muchos años en la Fundación Paraguaya desarrollamos una nueva métrica de la pobreza. Usamos el nombre de “semáforo”, donde la familia se autocalifica como verde, amarillo o rojo, en 50 diferentes indicadores. En vez de medir la pobreza monetaria, nosotros medimos la pobreza multidimensional.
–¿Cómo es el “semáforo”?
–Son como encuestas. El sistema se ha extendido a todo el mundo: México, Sudáfrica, India, China; países ricos como Estados Unidos, Inglaterra..., en 29 países y 260 organizaciones. Lo que se busca es empoderar a las familias para que participen en la discusión de la pobreza. No todas las familias de Ygatimí tienen el mismo problema. Cada uno tiene sus prioridades en transporte, educación, empleo, salud.
–Hay que golpear casa por casa, entonces.
–Nosotros proponemos que ocho mil funcionarios públicos capacitados, a razón de 200 familias cada uno, puedan encargarse de llegar a 1.500.000 familias para hacer un seguimiento y eliminar la pobreza a corto plazo. La tecnología y el georeferenciamiento nos permiten llegar hoy a decenas de miles de familias. Los programas de gobierno son superficiales. No llegan a la gente. Por eso el Paraguay no avanza. Un extensionista del MAG va por su lado, un maestro va por el suyo, el de Crédito Agrícola por el suyo. El trabajo del Gobierno está siempre descoordinado y no resuelve los problemas. Queremos empoderar a las familias. Con la tecnología que hay, en 20 minutos una familia humilde puede autodiagnosticarse en 50 indicadores, y decir en qué está en verde, en amarillo o rojo.
–Cuál es verde, cuál amarillo, cuál rojo.
–Uno de los 50 indicadores es “violencia doméstica”. Una mujer puede estar en amarillo, y eso le ayuda a pedir protección a la justicia, por ejemplo. Otra señora, puede marcar rojo en problemas de dentadura, en baño moderno. Hay muchos ejemplos. Una familia puede estar rojo o amarillo o verde en ingreso, salud, abrigo, nutrición, baño, en dormitorios separados, en camino de todo tiempo. Cuando pone verde quiere decir que eliminó la pobreza en uno de los 50 indicadores.
–¿No hay una sola pobreza?
–Hay muchas pobrezas. Esto es como medicina molecular. No es más como la quimioterapia que mata las células malas pero las buenas también. Con este nuevo enfoque se identifican cuáles son las células que están enfermas, y a esas se las ataca. Es un trabajo de precisión, de georeferenciamiento. Hasta los indígenas del Bajo Chaco con los que trabajamos tienen verde en un montón de cosas. Saben sus prioridades.
–¿Cómo resolvería la falta de vivienda, símbolo de la pobreza?
–La vivienda más chica está evaluada por el Gobierno en unos 65 millones de guaraníes. En una familia tipo es de 12 a 15 millones.
–Una diferencia abismal.
–Entonces, nosotros planteamos que en vez de hacer casas nuevas, el Gobierno, por una fracción del costo, podría reembolsar nomás las mejoras que hace la gente en su casa. Con eso se pueden ahorrar millones y millones de dólares y solucionar el problema de la vivienda en el Paraguay.
– ¿Hay algún gobierno que aplica este sistema?
–El gobierno del Ecuador utiliza el semáforo para combatir la pobreza rural. En el Paraguay tenemos mil familias que superaron su pobreza en ingresos; cinco mil que han pasado a la clase media. Es el logro de una organización pequeña como la nuestra. Tienen verde en los 50 indicadores. Los resultados que tenemos son realmente increíbles. Las familias ahorran hasta en la compra de saldos de celulares, hacen cursos on line de huerta familiar, documentación.
–¿Quiénes apoyan el trabajo que hacen ustedes?
–Tenemos 150 empresas privadas: esablecimientos ganaderos, plantaciones, industrias que ya están haciendo el “semáforo” con sus trabajadores. El programa se llama “Empresas sin pobreza”. Se gana por donde se lo mire. Hay que empoderar a la clase trabajadora y educar a los empresarios de que un obrero pobre es un obrero improductivo. No rinde. Es dicotomía de que la empresa gana en la medida que explota a sus trabajadores es una idea falsa, desfasada, obsoleta. No se puede tener peones con sueldo miserable y esperar que el establecimiento ganadero funcione. El recurso más importante de las empresas son sus recursos humanos. Ya no es más la tierra y el capital como se creía antes. Nosotros proponemos capitalismo sin pobreza.
–¿Los gobiernos de nuestro país se interesaron alguna vez?
–En el Gobierno paraguayo hemos trabajado aisladamente con algunas unidades; con el Banco de Fomento, con Senavitat; con los del nuevo barrio San Francisco, por ejemplo. El Gobierno no ha adoptado el semáforo todavía. El Gobierno ni siquiera tiene un registro único de beneficiarios de sus programas. Muchas entidades del Estado ni quieren saber, porque eso los va a obligar a racionalizar el gasto público y focalizar en la gente realmente necesitada.
–Es un statu quo que se sigue por inercia.
–Un statu quo donde se mide, no resultados sino ejecución presupuestaria. “Hicimos tantos cursillos”, dicen. El indicador no es ese. El indicador debe ser: “en Canindeyú todos los agricultores tienen vacuna”, en Cordillera “todos los hijos de agricultores van a la escuela”. Quien certifica es la familia, no el Gobierno. Para el presupuesto de gastos solo se discute el aumento del gasto público. No hay rendición de cuenta de cuántas familias dejaron de ser pobres. No se mide el impacto del gasto público. Con este sistema, Paraguay nunca dejará de ser un país pobre.
–¿Cuál es su opinión sobre el programa Tekoporã?
–El Gobierno mide pobreza a 600.000 guaraníes por persona por mes en el hogar. Es decir, una familia de cuatro tiene que ganar 2.400.000 para no ser pobre. Es una manera obsoleta de medir la pobreza. Tekoporã tiene un programa de transferencia monetaria condicionada. “Si sos pobre, te doy plata”. La única prestación que tenés es que tu hijo se vaya a la escuela y concurra al puesto de salud. No se le pregunta “usted qué necesita para dejar de ser pobre”. A lo mejor, una familia necesita un subsidio mayor y otra menos, o capacitación o un préstamo. Regalar plata lo único que se logra es un clientelismo político y provoca también dependencia. Se transmite a la familia la negativa idea de que sus integrantes son inútiles, que nunca van a salir adelante.
–Cada año aumenta el presupuesto para abarcar más familias.
–El Gobierno sale y dice como un logro: “Hemos aumentado de 80.000 a 120.000 Tekoporã”. El Gobierno debería anunciar lo contrario: “Antes había 120.000 y ahora hay 50.000 porque otras 70.000 han superado la pobreza en todo”. Los programas sociales están llenos de trampas. Se le castiga a la familia que progresa. Si el Gobierno pilla que el beneficiario de Tekoporã tiene una caja de ahorro, le corta el subsidio. Si el Gobierno pilla que tiene baño moderno le corta. Entonces, las familias optan por esconderle y mentirle al Gobierno. Prefieren no progresar por temor a perder el regalo que le da cada fin de mes.
–¿Piensa volver a la política?
–Por el momento no. Por el momento me gusta hacer lo que estoy haciendo. Mi sueño es un Paraguay sin pobreza, ejemplo para el mundo. A veces me siento muy optimista pero cuando veo el derroche de los recursos del Presupuesto General de Gastos de la Nación, digo, ¡Dios mío! Con una fracción de ese dinero se podría eliminar la pobreza con un poco de voluntad política.