¿Y si probamos en Paraguay la desobediencia civil?

¿Cómo es posible que una sociedad civilizada permita que un partido político, corrupto y autoritario, de corte medieval, chabacano y soez, que no reconoce una crisis ideológica, que sostuvo a una dictadura de alrededor de 35 años, pueda llevarse el dinero de un año de todos los paraguayos, lo que a su principal universidad le podría servir para invertir en investigación y ciencia por al menos 36 años, con su presupuesto actual? ¿Por qué permiten los paraguayos tantos atropellos? ¿Le temen a la libertad? No tenemos respuestas cerradas, pero sí pistas alentadoras que nos permiten entender el engranaje de un Estado exageradamente inservible, surrealista y obsoleto que no tiene más remedio que reconstruirse radicalmente o morir.

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La revolución tecnocientífica que estamos experimentando ya está transformando la historia reciente. De hecho, esta posilustración, desde la óptica de los que observamos el universo de la mano de la tradición moderna, en un mundo cada vez más posmoderno, dio como resultado la economía del conocimiento, que hoy mantiene pujantes a varias naciones que hasta hace poco no eran conocidas en la esfera internacional. Aunque parezca exagerado, los negacionistas deberían consultar simplemente la última cotización de Google en la Bolsa de Nueva York o averiguar el valor total de Facebook a la fecha. Estos datos, en algunos casos, superan al PIB de los países asiáticos y latinoamericanos.

La correlación directa entre inversión educativa y científica junto al crecimiento económico y desarrollo actualmente son indiscutibles. Aunque, lamentablemente, la ciencia no ha podido encontrar una sola receta que sirva para todos los países. Los procesos son diferentes y se dan en diversos grados, en casi todas las sociedades de este planeta. Sin embargo, epistemológicamente, a las ciencias sociales todavía se les critica la falta de rigurosidad y de números en las teorías construidas. A las ciencias naturales y exactas se les puede llamar la atención por la falta de amplitud en el horizonte del conocimiento. En el mundo académico priman hoy la multi y la interdisciplinariedad, que están ayudando a conjugar las explicaciones de una manera más abarcante y organizada.

Paraguay, quiérase o no, forma parte de la globalización y también está experimentando diversos cambios o mutaciones socioculturales, intelectuales, políticas y hasta artísticas y científicas, que eran difíciles de concebir hasta hace apenas dos décadas.

La inflación, según el BCP, ronda el 2,5%; el 95% de la población paraguaya tiene un teléfono celular; las exportaciones de carne están en su mejor momento y el Índice 2015 de Libertad Económica de The Wall Street Journal y de la Heritage Foundation ubica al país en el puesto 83/178, posicionándolo en la categoría de economía moderadamente libre. Las calificadoras internacionales posicionan bien a Paraguay en cuanto a facilidades para hacer negocias, y el boom inmobiliario está creando expectativas y puestos de trabajo al mismo tiempo.

Pero la realidad es más compleja. Paraguay se posicionó en el puesto 105/180 en la Clasificación Mundial de Libertad de Prensa de Reporteros Sin Fronteras; Transparencia Internacional lo ubicó en el puesto 150, de un total de 175 países, demostrando que sigue vivito entre los más corruptos del mundo y segundo en Sudamérica. Estamos al mismo nivel de la República Centroafricana, un país en crisis política y económica que recién está en proceso de reconciliación, tras una guerra civil iniciada en 2004. Solo el 80% de la población paraguaya accede a la salud, según la DGEEC. En el Índice de Desarrollo Humano de la ONU el puesto alcanzado por el país es 111/187.

Históricamente, el Estado paraguayo avasalló las libertades individuales de sus ciudadanos. La mitad de su existencia republicana la vivió bajo dictaduras de ideología nacionalista-conservadora, principalmente. Todas ellas con el dirigismo caudillista regional estéticamente asqueroso y denigrante. Por mucho tiempo, se obligó a creer que esta era una nación desarrollada en el siglo XIX, que se vivía bajo un clima de paz y progreso en la segunda mitad del siglo XX, o que por fin llegamos a la democracia total en febrero de 1989.

La transición democrática, casi interrumpida en los 90 por la interpretación subtropical de Hitler en manos del oviedismo y por la ineficiencia de los gobernantes, finalmente fue quebrantada con el circo de juicio político a Fernando Lugo. El libro “Franquismo en Paraguay. El golpe”, de Arandurã y compilado por Rocco Carbone y Lorena Soler, a pesar de tener una interpretación de izquierda, un poco superada ya, evidencia de qué manera una simulación del debido proceso a un primer mandatario electo democráticamente es fruto del juego de poder y de la corrupción imperante en un país tercermundista, que hoy tambalea, si nos fijamos en lo que plantea Moisés Naím con la fragmentación del mismo poder (El fin del poder, Debate, 2013).

Los paraguayos hoy sostienen un estado extremadamente corrupto, ineficiente, desactualizado, gigante, autoritario y muy caro. Lo peor del caso es que los políticos ni los gobernantes se dieron cuenta de que el mundo cambió y Paraguay de a poco lo está haciendo. Hay gente que no es corrupta ni ladrona, que no coimea a los policías ni deja que los mismos abusen de su uniforme. Hay gente que no se crió con la mentalidad esclavizante y que se educó, aquí o afuera, que no acepta tanta podredumbre.

Pero se vive en una sociedad esquizofrénica, amante del silencio, cómplice de la injusticia y del miedo. Una sociedad que supuestamente está orgullosa de su cultura y lo primero que hace es negarle el derecho a la libertad y propiedad a los pueblos indígenas; un pueblo que por mucho tiempo calló y la consecuencia de ello es que hoy existe un caos difícil de entender. ¿Por qué? Porque hay diversas variables para entender este fenómeno llamado Paraguay.

¿Cómo es posible que los partidos políticos tengan más dinero público que las universidades estatales? ¿Por qué se muere un niño a causa de malnutrición en un país productor de alimentos? Aquí no se trata de redistribuir la riqueza de los que ganan más, sino crearla y utilizarla para avanzar a algo mejor.

Pero esto no va a ser posible con la clase política que gobierna hoy en día. Uno podría hasta tener una mínima esperanza en ciertas nuevas figuras, pero pronto hay decantamiento porque muchos de los jóvenes que se inician en la política son aprendices de seccionaleros, pseudoliberales y socialistas sin rumbo.

Deberíamos comenzar a destrozar las caretas y hablar de frente, utilizando la apertura social, la ciencia y la tecnología. Aquí no existe un proyecto país a mediano ni largo plazo que posibilite introducirnos de lleno a la economía del conocimiento y el disfrute de los habitantes.

El mes pasado, Inglaterra celebró los 800 años de la existencia de la Carta Magna, un documento valioso de 1215 que puso un límite a la monarquía absoluta que no respetaba nada ni a nadie. Luego se intentó poner frenos al poder con la Ilustración, con la Revolución Francesa, con las guerras de independencia en el continente americano, con la declaración Universal de los Derechos Humanos, con las constituciones, etc.

Es muy difícil seguir a Thoreau y dejar de pagar impuestos. La SET, que usurpa el que iba a ser el teatro de la Ópera de Asunción, caería rápidamente a mi contador a ver si tengo todo en orden. Pero, y aunque el artículo 127 de la Constitución diga directamente que no se debe dejar de cumplir la ley, hay ciertas leyes absurdas o injustas que las personas libres, racionales o críticas no pueden cumplir.

Es decir, practiquemos la desobediencia civil en cuestiones importantes. Es hora de que Paraguay desobedezca. No me refiero a la lucha armada –eso también está desfasado, a menos que los fundamentalistas tomen el poder– sino a tomar consciencia de la libertad individual, de los derechos humanos, de la diversidad y los cambios que está experimentado esta sociedad.

Una de las primeras acciones sería no ir a votar en las elecciones municipales de noviembre. Acudir a las urnas a fin de año supondría un apoyo directo a un sistema que empobreció el Paraguay durante dos siglos, oprimió y reprimió al pueblo y robó descaradamente el trabajo y sacrificio de millones de personas.

Que los incultos, ignorantes y desubicados políticos entiendan que hay un choque generacional y que los intereses son diversos hoy en día. Que no pueden tapar las voces críticas ni gobernar de manera corrupta e impune.

Pero mientras reflexionamos sobre ello, podríamos dejar de tirar basuras a las calles, aprovechar los espacios públicos para el esparcimiento, denunciar a los corruptos de las instituciones públicas y apoyar fuertemente la educación y la investigación en nuestras fronteras.

Este país es desigual, pobre y atrasado, y es el mejor momento de cambiarlo. Las generaciones nuevas tienen ideas frescas que injertan en distintos ámbitos, creando alternativas de relacionamiento social, mucho más allá de la política aburrida y chata.

La ciencia dice que podemos probar, pero la ficción nos recuerda que todavía somos una isla rodeada de tierra, donde es más fácil obedecer al statu quo y a los burros que cambiar la mentalidad.

equintana@abc.com.py

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