Vergüenza propia y ajena

SALAMANCA. Abominable, no encuentro otro adjetivo más adecuado, fue el espectáculo que ofrecieron en el Congreso los tres diputados liberales que votaron, contra lo dispuesto por su partido, a favor de la reelección presidencial. Uno de ellos, para limpiar su imagen en un vano esfuerzo, dijo que él no votó a favor de la reelección sino simplemente votó a favor de postergar la discusión del tema y que, llegado el momento, votará que “no”. Siguen creyendo estos señores que todos somos idiotas, pues como a tales nos tratan.

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No quiero volver sobre el tema de la reelección aunque esté absolutamente en contra, pues la sola idea de que pueda suceder me provoca un pánico irreprimible. Lo que sí quiero recalcar es la conducta despreciable de la clase política que actúa con absoluta impunidad, no solo respecto a las leyes de la nación, ya que muchos de sus integrantes están debidamente protegidos por una dudosa figura jurídica llamada “fueros”, sino incluso respecto a sus propios partidos que, al igual que los monos sabios, no ven, no oyen, no hablan. Les sumaría que tampoco huelen porque al decir de Hamlet, “hay algo que huele a podrido en Dinamarca”; cambiemos entonces de país y nacionalicemos al atormentado príncipe.

Se viene hablando en todas partes que los partidos políticos se encuentran en crisis, que las ideologías se han agotado y que se deben reinventar nuevas formas de gobierno. Encuentro que esta afirmación es un tanto exagerada. No son los partidos ni las ideologías los que se encuentran en crisis sino son las personas las que han arrastrado a sus grupos políticos a situaciones intolerables al haber puesto por delante sus intereses personales a los intereses de la mayoría. Aquella vieja idea de que los gobernantes y la clase política deben buscan el bienestar de los ciudadanos ha sido modificada por una nueva forma de proceder: buscar el bienestar propio y el resto “que se joda”, como dijo en una oportunidad, dos años atrás, una diputada española en plena sesión de la cámara.

Apenas se conoció el voto de los tres diputados liberales, Gustavo Cardozo, Fernando Nicora y Milciades Duré, miembros del PLRA comenzaron a pedir que sean expulsados del partido. No es este el remedio más adecuado porque será como ponerle un parche al problema y el zurcido seguirá a la vista de todos. Es necesario, en cambio, buscar soluciones efectivas para evitar enfrentarnos, en el futuro, con situaciones detestables como la que estamos presenciando.

Una de las preguntas que surgen de manera espontánea es: ¿cómo personas carentes del sentido ético que tendría que primar en todo acto político, han llegado a la Cámara de Representantes, donde, como su nombre lo indica, están representando a la ciudadanía? Esta gente no me representa y lastimosamente carezco de las herramientas necesarias para retirarle mi representatividad. Me responderán que están allí porque la gente les ha votado. Por eso cambiaría la pregunta por otra que quizá sea más efectiva: ¿qué filtros utiliza un partido político para elaborar sus listas y pedirle a sus afiliados que asuman el cargo de diputados? He intentado hacer una lista de los posibles criterios utilizados por las autoridades de cada partido y no he logrado encontrar ni siquiera uno. Ya que estamos frente a la dictadura de las “listas sábana” y debemos votarlas en su totalidad, los dirigentes tendrían que poner el máximo empeño y todo su interés al elaborar dichas listas para no incluir en ellas a candidatos impresentables que terminen ofreciendo este espectáculo.

Mal de otro consuelo de tonto: pero no son los diputados liberales los únicos en avergonzarnos a todos los ciudadanos, seamos o no miembros de ese partido, sino también los de otros partidos que tratan de explicar su proceder condenable dándonos excusas que, por lo elementales que son, terminan resultándonos insultantes. Hace unos días, el presidente de la ANR (Partido Colorado), el diputado Pedro Alliana, trataba de justificar el haber utilizado un avión de las Fuerzas Aéreas para asistir a un acto partidario alegando que él se había subido al avión sin intenciones políticas y que casualmente el aparato aterrizó justo en el sitio en que se realizaba un mitin de su partido. En esta como en tantas otras ocasiones, nadie dirá nada, nadie pedirá las sanciones correspondientes y los jueces actuarán como aquellos monitos sabios: no escuchar, no ver, no hablar. Aunque en este caso me inclinaría por suprimir lo de sabios y dejar el resto como está. Quizá esto nos ayude a superar la profunda vergüenza propia y ajena que nos invade ante tanta inmoralidad.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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