Venezuela y Cuba: dictaduras gemelas

Se diagnostica mal el proyecto vitalicio de Maduro en Venezuela porque no se asume que la otra cara de la moneda es la Cuba comunista. El castrismo maneja al poder político y militar de Venezuela con los sofisticados medios de su inteligencia (diseñados por la KGB y la Stasi), y los 60.000 cubanos que tiene en el país de cuyos hidrocarburos se nutre tanto como de la falencia política de Maduro y sus fuerzas armadas.

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La filosofía económica que han compartido es la eficiente creación de pobreza y hambre como mecanismo infalible para que los pueblos dependan de la miserable “generosidad” de dádivas que los gobiernos entregan entre sus víctimas. En Venezuela se distribuyen mediante el indigno “Carnet de la Patria” que el pueblo debe tener a la mano para recibir la limosna, siempre que se demuestre que el titular es dócil. Pero es obvio que tan siniestros mecanismos solo funcionan cuando la necesidad es grande. Por eso aplican políticas que generan pobreza, hambre y fuga. La diáspora venezolana replica la de Cuba. Los que permanecieron en la isla han tenido 60 años para resignarse al modelo (la situación ha mejorado por las remesas de sus compatriotas en USA y otras facilidades acordadas por Obama), pero el duro aprendizaje de los venezolanos tiene dos décadas y todavía alberga la esperanza de que la democracia derrote a la dictadura.

Ambos países tienen al costado un mercado tan potente como EE.UU., convirtiéndolo en el archienemigo y origen de sus males y fantasmas. Ambos hicieron lo mismo con sus principales productos —petróleo, azúcar y tabaco—, disminuyendo brutalmente su producción, reduciendo la de bienes de consumo para la población, confiscando propiedades e inversiones, y multiplicando el control estatal.

Pobreza, hambre y escasez son un fruto calculado de políticas que la reelección de Maduro endurecerá porque le han dado el poder hasta el 2025. La suspensión de Venezuela en la OEA —máxima sanción de la Carta Democrática Interamericana— no le importa. Tampoco las sanciones diplomáticas o económicas, salvo que vengan de Rusia o China, cuyo respaldo financiero, político y comercial le permite sobrevivir y contrarrestar las sanciones norteamericanas, europeas y de otros países democráticos. Venezuela está en cesación de pagos (default) y no puede transar sus bonos soberanos. PDVSA tampoco puede negociar los bonos de CITGO, su joya empresarial en USA donde sigue manejando 6 oleoductos, 48 terminales petroleros y 5,600 grifos. Fue uno de los mayores donantes a la investidura de Trump y contrató a socios de una empresa que asesoró su campaña electoral. Sin las ventas de CITGO en USA los carburantes subirían de precio. En marzo último, la poderosa petrolera rusa Rosneft (que tiene en garantía los bonos de CITGO) informó que “PDVSA pagó más de 3.260 millones de dólares de los 6.500 millones de dólares que le adeuda” (Reuters, 19.3.2018).

La diáspora de venezolanos emigrantes se aproxima a 6 millones. La de cubanos al millón y medio. Pero las poblaciones son de 31,8 vs 11,3 millones, respectivamente. La desesperada aceleración de salidas de Venezuela en los últimos dos años expresa lo terrible de una crisis humanitaria que configura un caso inédito de refugiados (especialmente en algunos países de Sudamérica). Más allá de la tarea de la oposición política, me pregunto si los venezolanos que permanecen en su patria optarán por la desobediencia civil (que reclama María Corina Machado), la rebelión o la sumisión progresiva.

¿Y la comunidad regional? Los latinoamericanos hemos sido decididamente reforzados por Canadá en el Grupo de Lima, pero el esfuerzo sería debilitado por el triunfo de López Obrador en México (y de Lula, si cuajara su candidatura desde la cárcel en Brasil). Pero vendrán otros que fortalecerán la agrupación, cuyo desafío más fuerte es encontrar formas de trabajar eficazmente frente a los intereses geopolíticos de la alianza que encabezan Cuba, Rusia y China.

[©FIRMAS PRESS] 

*Diplomático peruano

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