Universidad pertinente

En la parte introductoria del Plan de Desarrollo Nacional, Paraguay 2030 se revela claramente la asunción de la “economía del conocimiento” como clave y fundamento de un país que en 14 años más quiere ser “competitivo, ubicado entre los más eficientes productores de alimentos a nivel mundial, con industrias pujantes e innovadoras, que empleen fuerza laboral capacitada, proveedor de productos y servicios con tecnología, hacia una economía del conocimiento” (2014). Más allá de las buenas intenciones, que por cierto, inundan el documento, hay que preguntarse ¿de dónde proviene y qué implica la idea de conocimiento que de manera manifiesta surca los párrafos del Plan en cuestión?

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Si bien fue Peter Drucker el teórico que desarrolló las bases de la economía del conocimiento, será el Banco Mundial el encargado de legitimar y justificar a nivel mundial las bondades de la nueva tendencia gracias a la acción de sus expertos y de textos como Aprendizaje permanente en la economía global del conocimiento. Desafíos para los países en desarrollo (2002). En el mencionado documento, expresamente se propone asumir la economía global basada en el conocimiento como la más eficiente para sostener las políticas educativas. Además, se afirma que dicha economía ha conferido al aprendizaje un valor diferencial alrededor del mundo. De ahí que las ideas, los conocimientos y la experiencia como fuentes del crecimiento económico y del desarrollo, junto con la aplicación de nuevas tecnologías, traerían importantes consecuencias en la manera como las personas aprenden y aplican sus conocimientos durante toda su vida. Entonces, y aquí viene la cuestión interesante, para fomentar el desarrollo económico y social de manera eficaz, las universidades deben encorsetarse a los lineamientos, directrices y recetas de esta “tendencia pedagógica” en auge.

Pero ¿cómo se logra fortalecer una economía del conocimiento? Una de las cuestiones centrales de esta tendencia es la producción de “recursos humanos” altamente especializados. Una factoría capaz de arrojar al mercado profesionales muy preparados técnicamente. Pero ¿es probable que esa superespecialización aleje a los profesionales de las grandes preocupaciones políticas y sociales propias de cualquier realidad nacional? ¿Es posible que la insensibilidad se apropie de las voluntades a la hora de formular preguntas acerca de las necesidades del ser humano y la importancia o no de su dignidad más allá de las razones asignadas por las grandes corporaciones multinacionales? Es decir ¿la economía del conocimiento prioriza, por definición, la producción, la eficiencia pero no necesariamente el pensamiento crítico y mucho menos, la solidaridad?

La respuesta se puede encontrar en la manera en que esta nueva tendencia margina a los saberes humanísticos y éticos. Intentar luchar hoy por un pensamiento nuevo donde la crítica se erija en elemento central espoleando actitudes sociales y políticas a fin de contribuir al engrandecimiento del país con equidad, justicia y dignidad, será vista y tenida por “bestialidad epistemológica”.

Por ello, uno de los temas para el debate en torno a la Educación Superior debe ser aquel donde nos preguntemos si de verdad pretendemos una universidad pertinente o por el contrario, preferimos una universidad-fórmula. La pertinente se encuadra con la realidad y hace posible que la misma cambie, mejore y se dignifique siempre en consonancia a un pensamiento crítico garante de la libertad de expresión (publicaciones, investigaciones) y de los derechos humanos fundamentales. El carácter social y político implícito en todo quehacer universitario es una prioridad insoslayable.

Por su parte, la universidad-fórmula es aquella, producto de un mandato, de una tendencia o en última instancia, de una receta. Ajena a la realidad más allá de los límites trazados por la lógica de mercado y las condiciones que instala y proclama. Su meta es la de satisfacer las demandas de una economía globalizante a costa de forjar una actitud apolítica “aquiescente”, desmovilizadora, donde la subsunción total del ser por la técnica, sea la constante.

(*) Filósofo, investigador nivel I del Pronii y director de Posgrado de la UNA

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