Una verdad incómoda

Para hablar de la caída estrepitosa que ha venido sufriendo el nivel de la educación terciaria en Paraguay, evidencias hay a montones. Desde hace tiempo algunas compañías ponen en sus anuncios de búsqueda de talentos la frase “egresados de tales universidades abstenerse”. No es discriminación. Es la manera que tienen de evitarse males que acarrea incorporar a su equipo a un incompetente.

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Una de esas incómodas verdades que a todos nos duele se la escuché decir hace algunos años al sociólogo José Carlos Rodríguez, y es que en Paraguay la gran mayoría de los jóvenes van a la universidad por el estatus, no por lo que puedan aprender, y peor aún, sin una idea clara de a qué rumbo les conducirá la carrera que eligieron. Esto explica por qué hay tantos abogados “dizque doctores”.

No menos importante es que dentro de esa mayoría que persigue el “estatus” están los que solo necesitan un cartón que les habilite como licenciados en contabilidad, en administración, en marketing, en plastilina, en lo que sea. Pues será la llave a una gratificación en la institución pública en la que se desempeñan, sin importar si su función está vinculada a la carrera en la que supuestamente se graduaron, y si lo hicieron, de una universidad que les haya ofrecido suficiente sustento curricular. Las consecuencias son obvias: cada año, del Presupuesto General sale la compensación, en su mayoría injustificada, para estos funcionarios.

Hoy muchos estudiantes no son capaces siquiera de escribir un ensayo, y si no son aptos para poner por escrito sus ideas con coherencia, se puede creer que tampoco piensan coherentemente.

Mucho se ha dicho y escrito sobre las causas: que es el sistema, que es consecuencia de la educación secundaria mediocre, que los senadores habilitaron un sinfín de universidades a sus amigos, que los jóvenes buscan hacerse doctores de la noche a la mañana sin importar dónde. Lo cierto y concreto es que la solución no es perpetuar irresponsablemente la creencia de que la universidad es para todos, o que es la única manera de salir de la pobreza. Porque solo se puede sostener un modelo de universidad “para todos” haciendo lo que venimos haciendo desde hace rato, volverlo tan mediocre que sea accesible al estudiante menos capaz.

Es verdad que si un bachiller pudiera escoger entre convertirse en profesional o técnico, optaría por el estatus del primero. Pero la realidad es que hoy no todos están preparados. Hay una superpoblación de portadores del cartón que nadie sabe a dónde se dirigen, cuando el país también necesita de mandos medios calificados. No olvido la vez en que le escuché decir a un dirigente de un famoso gremio de la construcción que a un obrero que manipula una motoniveladora (sin título ni estudios ni nada más que la práctica) le pagaban US$ 2.000 al mes.

En el 2011, enojados porque los principales rankings internacionales no incluyeron a ninguna universidad latinoamericana en su listado, algunos países como Brasil crearon su propio ranking en el que aparecían en los primeros puestos sus universidades, por supuesto. Podemos seguir en la misma línea, engañados, erráticos, indiferentes. O podemos encaminarnos hacia un futuro más promisorio, con oportunidades reales para todos, con base en el ofrecimiento de datos veraces sobre la realidad del mercado laboral y el control responsable de las universidades, tanto en el acceso como en la permanencia.

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