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La realidad fundamental de la resurrección es la celebración de una actitud inédita en la naturaleza, en la historia y en las relaciones humanas. Si lo afirmamos es sencillamente porque el hecho está registrado puntillosamente en las Sagradas Escrituras. De la tumba vacía de Domingo de Resurrección ha emergido una nueva dimensión del hombre.
Con su resurrección Cristo ha abierto, en todos, nuestros límites humanos. La muerte, la última frontera del hombre, ha sido traspasada. Es verdad que la tumba vacía que señala el evangelio es una ausencia, pero contiene un mensaje sin el cual “vana sería nuestra fe”.
Si Cristo no hubiera resucitado, ¿de dónde nos hubiéramos encaramado para tener la certeza de que la muerte del hombre no es la misma que la de un perro, que la vida del hombre no termina debajo de la losa de la tumba?
Pues la resurrección de Cristo es precisamente la victoria de la vida sobre la muerte, la exultación de la libertad sobre la opresión. Las escrituras epilogan magníficamente esta verdad: “Dios es el Dios de la vida y no de la muerte”. Y esta advertencia no podría ser más actual, pues estamos viviendo en una cultura donde la vida se desvaloriza tan fácilmente como las monedas.
La resurrección de Cristo es precisamente una protesta contra cualquier estructura que desvaloriza la vida. Desde aquel “tercer día” prometido, saltaron las losas de todas las tumbas. Por eso más que un augurio de paz, la Pascua es la proclamación de la vida contra la muerte.
*Sacerdote redentorista