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Uno de los objetivos de la ideología de género es imponer penas al hombre, para eso construye socialmente una idea negativa de él: el agresor, el violador, el acosador, el golpeador, etc. Generalizando, este concepto prende inmediatamente y transforma cualquier exabrupto o característica normal del varón en algo peligroso.
Es verdad que el hombre tiene que vencer ciertas conductas machistas, pero no por obedecer políticamente a nadie, sino por su propio crecimiento y, por ende, para compenetrarse mejor con el sexo femenino.
Todos sabemos que tal como existen hombres de cuidado, existen mujeres capaces de hacer cualquier cosa por celos, resentimiento, sentimiento de abandono, etc. Si hay hijos “rehenes”, la mujer suele apuntar a acabar económicamente con su ex. Ni ellos ni nosotras cuando estamos mal somos diferentes en las reacciones primitivas.
La agresión hacia el hombre es muy difícil de probar; pocos son los que denuncian que son víctimas de maltrato (también físico), puesto que se exponen irreversiblemente a la burla o a ser tildados de “poco hombre”.
No solo deben preocuparnos los casos cercanos, sino también de qué manera estamos concibiendo psico-socialmente a la mujer y al hombre como pareja contemporánea. No somos enemigos, somos diferentes en algunas cosas, iguales en otras, pero siempre complementarios.
Se pide con esta minuta otra mirada jurídica y judicial. Nadie puede negar que el maltrato se da de manera bidireccional y que hoy aquel varón que lo necesita está desprotegido legalmente. Cada vez más papás, también abuelos paternos se están organizando en pos de leyes que distribuyan equitativamente los derechos respecto a los hijos y nietos.
Siempre converso con las madres que, a pesar de tener hijos varones, apoyan cualquier noticia viral maliciosa y mal contada en contra del sexo opuesto. ¿Qué es lo que sus hijos tomarán de ellas?
La mayor venganza que sufren los papás es la separación de sus hijos; porque aunque es verdad que muchos los abandonaron, también lo es que otros los aman pero no pueden acercarse.
Los niños son los que llevan la peor parte de las peleas y odios entre sus padres.
Desechemos las ideas enlatadas, no hay víctimas ni agresores eternos, hay gente que no aprende a negociar a través de la razón, el sentido común, la bondad inteligente. Hombres y mujeres que se amaron, si ya no se aman, respeten a sus hijos. Que prime el diálogo (con ayuda de terceros si hace falta), como dice el viejo refrán: más vale un mal arreglo a corto plazo que un buen pleito demasiado largo. Consideremos que en esos años de pugna se va la vida de todos: padres, madres e hijos. Que la denuncia sea el último recurso.
lperalta@abc.com.py