Una brecha antiética

Una de las inequidades mayores es la diferencia en esperanzas de vida.

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“The New York Times” (Lowrey, 16/3/14) describe cómo ocurre en dos condados separados por solo 350 millas.

En el próspero Fairfax, la esperanza de vida de los hombres es de 82 años y la de las mujeres 85 años.

En McDowell, cuyos habitantes tienen un ingreso promedio que es la quinta parte de Fairfax, las esperanzas de vida son de 64 años para los hombres y 73 para las mujeres.

Están incidiendo lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) llama “determinantes sociales de la salud”.

Un amplio número de factores que comprenden desde los ingresos hasta el acceso a nutrición adecuada, agua potable e instalaciones sanitarias, las tasas de desocupación y los niveles de educación.

Señala la nota del diario neoyorquino que el tema es internacional: “La relación entre ingresos y longevidad ha sido claramente establecida. La gente pobre tiene más probabilidad de ser fumadora.

Tienen menor acceso a un sistema de cuidado de salud. Tienden a la obesidad. Sus cuerpos sufren de los efectos debilitantes de un estrés más intenso y constante. En cualquier lugar, los pobres tienden a vivir vidas más cortas que los ricos”.

Los informes de la OMS refieren múltiples situaciones similares en diversas realidades:

En el área de Calton en la Ciudad de Glasgow, Escocia, la esperanza de vida es de 54 años. En la cercana Lenzie es de 82 años.

En el barrio marginal de Embkasi en Nairobi, 254 de cada mil niños mueren antes de cumplir 5 años de edad. En toda la ciudad de Nairobi, el promedio es de 62.

Estas inequidades también están vigentes en América Latina.

En el próspero Municipio de San Pedro Garza García, en Monterrey (México), la mortalidad infantil era de 18,4 en el 2010. En esa misma ciudad, en tres municipios morían el doble de niños, 37,9 en General Zaragosa, 37,5 en Mier y Noriega, y 36 en Rayones.

Además de los ingresos, el Nobel Amartya Sen destaca otros factores incidentes: “El ambiente epidemiológico en el que vive una persona puede tener un significativo impacto sobre la morbilidad y la mortalidad. El acceso a los servicios de salud y las características del seguro médico, tanto público como privado, son algunas de las influencias más importantes sobre la vida y la muerte. Igual ocurre con los otros servicios sociales, incluyendo la educación básica”.

Se deberían realizar los mayores esfuerzos en las políticas y los presupuestos para democratizar el acceso a los determinantes sociales de la salud.

Es factible.

Costa Rica, una economía sin materias primas estratégicas, ha alcanzado tasas muy bajas de mortalidad infantil y materna, que destacan a nivel internacional.

Detrás de su éxito se halla una concertación social de largo alcance sobre el tema, que ha permitido que el gasto en salud pública represente cerca del 6% del producto interno bruto en los últimos 30 años, proporción mayor a la de la mayoría de los países de América Latina.

Las políticas públicas con el apoyo de la sociedad civil, de las cooperativas con su gran fuerza solidaria, la responsabilidad social de la empresa privada, y otros actores deben romper la brecha antiética en esperanza de vida hoy presente en la región.

Es un tema que no admite postergaciones.

*La nueva obra del autor, “¿Cómo enfrentar la pobreza, y la desigualdad? Una perspectiva internacional”.

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