Un valor fundamental

Para crecer personalmente hace falta cultivar valores. Los básicos, aquellos que “ya sabemos” y sirven para fortalecernos y proyectarnos. La vida pasa, nos enojamos por los fracasos y buscamos culpas sin medir cuán congruentes fuimos en lo que hicimos o decidimos. Uno de esos valores esenciales es la coherencia. Observaba el otro día los capullos de un lapacho amarillo y pensaba que aquellos brotes eran una promesa que se cumpliría sin excusas. Al día siguiente el árbol amaneció encendido. El árbol cumplió. Esto lo dijo mejor el profesor Isaac Newton: “La naturaleza es verdaderamente coherente y confortable consigo misma”. Bajo la presión social, al ser humano le cuesta enormemente decir y hacer lo que piensa. En pedagógicas palabras, no tenemos unidad en nosotros mismos, decimos pero no hacemos, pensamos pero no decimos, hacemos pero no pensamos. Así, quedamos a la deriva, a merced del enemigo. Llámese enemigo a todo aquello que nos impide crecer integralmente.

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Coherencia significa relación entre una cosa y otra: “No estudié, no me siento preparado, por eso no me presento al examen”, “No siento amor por mi pareja, por eso le pedí que termináramos”, “No tengo ganas de salir porque estoy cansado y prefiero quedarme en casa”. Esto significa que mantengo una postura de posición previa y decido considerándola. Transportándolo al campo político, sabemos de sobra que el político incoherente es aquel que habla pero no hace, promete lo que no piensa cumplir. En el campo comercial, cuántas veces compramos cosas y después lamentamos el haberlas comprado porque en realidad no las necesitamos. Hay diversas escalas de coherencia, algunas afectan algo importante, otras no. Llevar una especie de diario no es mala idea, por lo menos una hoja de papel donde anotar semanalmente qué nos prometimos a nosotros mismos/ a otros y en qué grado respondimos. Ver esto en un momento de serenidad antes de dormir puede ser útil, porque lo escrito no es poca cosa, es nuestro pensamiento plasmado.

Ser coherente trae resultados beneficiosos interiormente, porque significa que somos responsables.

Entre las preguntas lógicas que debemos formularnos, podrían caber las siguientes: ¿Por qué hacemos cosas que no queremos? ¿Por qué mentimos para evadir compromisos? ¿Por qué nos enfrascamos en asuntos con los que no tenemos nada que ver? La respuesta es cruda: porque no somos coherentes a la hora de decidir y después nos cuesta asumir las consecuencias. Nos dejamos llevar por condicionamientos que vienen de larga data, creados, alimentados por nosotros mismos. Cuando las equivocaciones se repiten, es señal de que nuestra falta de coherencia tiene sus raíces en lo que nos ha sido transmitido. Papá, mamá ordenándonos: “¡Decile que no estoy!” cuando sí estaban. Los adultos y los medios de comunicación condicionan la libertad y la decisión: desde pequeños nos dicen en qué creer y qué hacer, qué debe gustarnos. Hoy las redes sociales reflejan nítidamente la incoherencia, usuarios que postean un pensamiento para contradecirse en el próximo.

Trabajar la coherencia a nivel personal es aprender a decidir, a asumir lo que vendrá. Y, colectivamente, la coherencia es un valor con tanta presencia que es capaz de convencer a otros a comportarse de la misma manera.

lperalta@abc.com.py

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