Un Rey para una España renovada

Ha sido una semana intensa y movida para cualquier periodista que haya viajado hasta la corte de Felipe VI con motivo de los actos de su proclamación.

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Por primera vez, inmersa en la vorágine de los eventos de cada día y a la búsqueda de las notas de color que reflejaran el sentir de la gente trenzado con el momento histórico del relevo generacional en la Corona, percibí desde afuera la realidad de muchos madrileños. El ojo del cronista que recorre las calles no como parte del gentío que va y que viene, sino como el fiel notario de la realidad que se vive. La que cuentan las personas que componen el fresco palpitante de la ciudad.

Han sido días de actos solemnes y a la vez todo lo sencillos que pueden ser, tratándose de una institución, la monarquía, cuya esencia está ligada a la suntuosidad y la liturgia. Pero los nuevos Reyes, Don Felipe y Doña Letizia, son conscientes de que el camino para ellos a seguir es el de un trabajo serio y minucioso. Uno de sus objetivos es llevar a la Casa Real, tan golpeada por los escándalos en los que se ha visto envuelta últimamente, a conectarse verdaderamente con el pulso de una sociedad que exige coherencia más allá del cuento con príncipes y castillos que adorna la narrativa, si se quiere mágica, de las dinastías de sangre azul.

Felipe VI, plenamente consecuente con la gravedad de la situación económica y social que atraviesa España, trazó en su discurso de investidura las líneas fundamentales de un reinado, el suyo, que ha de ir de la mano y siempre en función del bien común de los españoles, que hasta ahora respaldan mayoritariamente el modelo de una monarquía parlamentaria. Por ello habló del apoyo a una nación diversa que incluya a Cataluña y el País Vasco sin pasar por la ruptura, sino con cabida para todos los españoles; señaló su solidaridad con millones de personas que están pasando penurias debido a una hiriente tasa de desempleo que roza el 26 por ciento; y, como era de esperar, el nuevo monarca resaltó la necesidad de la transparencia y la rendición de cuentas en todas las instituciones del Estado, incluida la Casa Real. En pocas palabras, estrena “una monarquía renovada en un tiempo nuevo”.

Así es. La renovación urgente en una época difícil para España. El monarca, ahora el más joven que de Europa que ocupa la jefatura de Estado a los 46 años, sabe que apremia su labor de concordia y fina labor para tender puentes. Es un momento en que los dos grandes partidos políticos del país, el PP y el PSOE, pilares fundamentales junto al papel de Don Juan Carlos en los años posfranquistas de la consolidación de la democracia, se tambalean peligrosamente por sus propios errores, sus escándalos de corrupción, su extrañamiento de las necesidades de un pueblo que lo está pasando mal y con una juventud condenada a un desempleo endémico y debilitante.

El nuevo Rey no quiere (ni puede) abstraerse de esta dolorosa realidad que mantiene atrapados a los españoles en un escepticismo que socava cada día el impulso necesario para que una sociedad sea productiva, dinámica, creativa y con horizontes. Y esta cronista avala que en las calles se respira un ambiente aletargado que ha hecho del desánimo la triste bandera de muchos. Algo que tampoco ha de extrañar si se tiene en cuenta que uno de cada cuatro españoles está en el paro. Si bien es cierto que los números indican que se está saliendo del túnel de la recesión, la recuperación es tan lenta que apenas incide en la creación de empleo. Y eso se convierte en una verdadera tragedia para los jóvenes que no consiguen encontrar su primer trabajo, condenados a formar parte de una generación estancada en los mejores años de su vida.

Basta con salir a preguntar, y son riadas de gente que lucha para llegar a fin de mes. Chicos y chicas con títulos universitarios que languidecen los lunes al sol. Taxistas que en los trayectos te dicen: “¿Sabía usted que han tenido que abrir comedores este verano en los colegios para dar de comer a niños que llegan de sus casas mal alimentados?”. Una precariedad que parecía olvidada desde los duros tiempos de la posguerra. Pero los informes de Cáritas revelan que, por primera vez, en sus comedores colectivos los españoles superan a los extranjeros. Son datos que nadie, y mucho menos el nuevo Rey, puede ignorar.

Felipe VI ha recalcado que la impronta de su reinado será la de la integridad. El actual monarca sabe que si hay algo que nunca cambia en los cuentos de príncipe encantados, es que un Rey ha de ser ejemplar. Si no, no hay moraleja que valga. Renovarse o morir. Solo así los españoles podrán ser los artífices de un tiempo nuevo.

[©FIRMAS PRESS]

* Twitter: @ginamontaner

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