Transparencia en la educación superior

La palabra “transparencia” se usa normalmente en tres acepciones: la primera como una cualidad de un objeto; por ejemplo, una botella es transparente cuando está construida con un material (vidrio o plástico) que deja pasar a través de sí la luz y permite ver sin dificultad, con claridad, lo que hay dentro del objeto.

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La segunda, cuando se usa como atributo de un sujeto. Una persona es transparente cuando es franca, abierta, se da a conocer, dice lo que piensa y siente con sinceridad, habla sin dobleces, clara y directamente.

Y la tercera acepción es cuando la palabra transparencia se aplica, a un grupo de sujetos, a una institución, a un partido político a una empresa o un gobierno, etc.. Aquí, como en la anterior, la transparencia es valorada como una cualidad moral del individuo o de la institución en cuanto grupo colectivo organizado.

Analizando el valor de la transparencia en una sociedad democrática surge inmediatamente la evidencia de su valor ético, es decir, de su valor positivo como comportamiento humano, generador de mejores relaciones, mejor entendimiento de las personas entre sí, de las personas con las instituciones y de las instituciones con las personas. La transparencia facilita el mutuo conocimiento, la armonía, la confianza, la seguridad y la cooperación.

Cuando una persona o institución se niega a que entre la luz en su interior se hace sospechosa de que oculta algo que no es confesable, alguna actitud o intención, algún o algunos hechos que si son conocidos lo devalúan, le bajan de valor y aprecio, no le hace apreciable, quizás le hace despreciable y por eso oculta su realidad.

En términos generales, exceptuando algunas instituciones, en la mayoría de nuestras universidades e institutos superiores no hay transparencia y las hace sospechosas. El ocultamiento de la realidad llega al extremo de que en nuestro país no sabemos cuántos estudiantes hay realmente cursando en la educación superior, cuántos empiezan su carrera y cuántos la acaban; no tenemos estadísticas.

La cifra oficial del número de universidades e institutos superiores no refleja la realidad, porque la creatividad criolla ha encontrado el modo de multiplicarlas con incontables filiales y franquicias. No sabemos cuántos profesores enseñan cuánto se les paga, si tienen seguridad social (derecho que corresponde a cualquier trabajador), no cuentan con jubilación, no acumulan antigüedad en su servicio de docencia y por tanto nunca alcanzan la estabilidad laboral. Desconocemos si son licenciados, si tienen maestría y doctorado o si sorprendentemente son simples estudiantes que llevan el peso de la docencia; ignoramos qué publicaciones han hecho y hacen, sean libros de su autoría o artículos en revistas especializadas, dónde y cómo se prepararon para ser profesores, etc.

En los escenarios de la educación superior parece que la mayoría de los propietarios y accionistas de universidades e institutos superiores privados están escondidos entre bambalinas, por donde se mueven también los padrinos políticos tanto de las instituciones privadas como de las públicas o del Estado.

No hay transparencia en la filosofía educativa, la antropología, la sociología subyacentes que motivan e inspiran el quehacer y los objetivos reales de las instituciones, y no faltan oscuros indicios para sospechar que algunos crearon universidades e institutos superiores buscando negocio, lavado de dinero o plataforma política.

En la sociedad de la información y la democracia cuando se ha consagrado el acceso y el derecho a la información para toda la ciudadanía, es escandaloso, antidemocrático y freno a todo desarrollo e integración en el dinamismo de la globalización mundial tener universidades e institutos superiores que promueven el oscurantismo y el fraude precisamente donde debiera darse el ejemplo y la educación para la transparencia, característica de la producción del conocimiento y la investigación.

Hay universidades e institutos superiores gravemente enfermos, algunos de ellos parecen incurables. El Consejo Nacional de Educación Superior (Cones) no puede dormirse, porque algunos enfermos son contagiosos.

Es urgente acabar con los delincuentes que destruyen el sistema educativo, estafan a los jóvenes, pervierten a la sociedad y desprestigian la imagen de la educación superior paraguaya y el trabajo honesto, serio, comprometido de quienes hacen ciencia y educación en nuestro país.

jmonterotirado@gmail.com

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