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Los geógrafos prosiguen su búsqueda y encuentran otros casos dignos de atención y cuidado, anotando que en Rusia existe el pueblo Vagina; en el sur francés la localidad de Condom; en Austria concita atención villa Fucking, de la que se cuenta que sus alcaldes están hartos de que los turistas anglosajones les roben los carteles de bienvenida. En el Estado de Nebraska, el pueblo Joder es uno pequeño. “Voy a Joder un rato” suelen decir los maridos de las localidades vecinas y ninguna esposa se molesta. Puta, en cambio, es un municipio de pocos habitantes, cercano a Bakú, capital de Azerbaiyán. Cuando los políticos locales en sus discursos expresan “Queridos conciudadanos, Uds. son los verdaderos hijos de Puta”, todos los aludidos aplauden entusiastamente.
En Cataluña cuentan historias alegres de su pueblo Berga; pero más aún los colombianos del suyo: Quitacalzón. Ninguno de los dos, sin embargo, supera a los asturianos con sus villas hermanas: La Ramera de Arriba y la Ramera de Abajo (“¡Joder!” –dijo uno de Nebraska– “Y yo que quería ir de vacaciones a Mamada, en Japón. Mejor voy a Asturias, que te dan de a dos”). Taby, en cambio, es un municipio sueco con unos 65.000 habitantes. No conozco el gentilicio pero, si fuese tabyron, por ejemplo, tendríamos un lugar donde se sentirían muy cómodos algunos de los nuestros.
Ya en plan más profundo, digamos que en nuestro país sigue preocupando el caso de Tebicuary, cuyo sentido ningún lexicógrafo guaraní quiso desentrañar. Pero si se lo descompone en tevi-cua-ry, surge un significado que, mejor, dejaré a cargo del amable lector traducir al español.
La nomenclatura toponímica paraguaya padeció momentos realmente aciagos cuando, hacia finales de los 50, dos grupos se enfrentaron con propuestas distintas para establecer la ortografía oficial del guaraní. Ya se sabe que los nativos no tenían grafía, solo hablaban (como continúa sucediendo en algunas cámaras legislativas). Pero la comunicación moderna requiere grafemas para poder construir el sistema que se llama Gramática.
Tan enconada fue la disputa entre dos bandos acerca de cómo debían escribirse las palabras en guaraní que, antes de que los facones salieran a relucir, a alguien se le ocurrió que había que someter el caso al arbitraje del Señor Presidente. Para no prolongar la historia, digamos que así fue como Stroessner resolvió que se aplicaría el sistema propuesto por la que se denominaba a sí misma “escuela científica”, en detrimento de su rival, la “escuela tradicional”. Esta guerra culminó con la aprobación solemne de la nueva ortografía en una “magna asamblea” realizada en el Ministerio de Defensa Nacional, quedando de este modo, la nueva ortografía guaraní, abrigada bajo la coraza de las armas de la república. Es que, más a menudo de lo que se cree, la espada es más poderosa que la pluma.
Aunque ahí no acabó el cuento. “Se hará una excepción” –sentenció Stroessner– “La toponimia permanecerá inalterada”. Es así como la ciudad de Caaguazú no pasó a redactarse Ka’a guasu. Pero si tuviésemos que traducir “monte grande”, tendríamos que poner ka’a guasu. Un problema mucho mayor surge con los gentilicios. ¿Ka’a guasu gua o caaguaceño? ¿Tebicuariense, tevicuaryeño o tevicuary gua? En fin, habrá que consolarse con no tener que resolver también el problema de los uruguayos con el gentilicio de Tacuarembó. Necesitamos una academia que fije los gentilicios guaraníes. Lástima que ya no contemos con Stroessner para resolver las disputas que la tarea provoque.
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