Tiempo y espacio

Ningún cocinero cuenta sus secretos ni un cirujano abunda en detalles de suturas varias, aún entre pares.

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Esto rige también para nosotros, los periodistas, aunque en ocasiones especiales –como al cumplir medio siglo– podemos caer en la indiscreción.

Sin citar las fuentes, por cierto, para no levantar ampollas.

Allá en los años 80 hervían las pasiones entre los paneles de madera terciada de las precarias divisorias de carácter provisorio permanente. Hubo puertas rotas a patadas, parejas sorprendidas in fraganti, colchones escondidos tras los mapas, puñetazos en las escaleras…

Con discreción se filtra algún recuerdo asombroso, como la vez que una periodista hogareña recomendó poner la gelatina al horno. O cuando otra tiró por los aires el teléfono. En esas épocas precelulares luchar por una línea o robarse la Olivetti ajena y llevársela al propio sitio no era maldad sino supervivencia. Las cuartillas hechas un bollo rodeaban los escritorios y los ceniceros rebosaban. El cocido y el café venían en termos, en diversos estados de temperatura y color.

Lo dicho, las pasiones campeaban. Una puerta cerrada suscitaba curiosidad. ¿Qué pasaba allí adentro? Posiblemente un abrumado periodista haciendo yoga parado de cabeza.

En la Redacción había mucho ruido, por los teclados y los gritos de compañeros, de broma fácil. Admitamos que varios de nuestros hijos corrían por el medio, rumbo a la cantina, y nadie nunca se quejó. Además, como Sociales y la Revista estaban al fondo, el paso de aspirantes a modelos por el centro de la Redacción era como un guantelete visual, y a veces auditivo. Los cumpleaños de los muchachos no transcurrían sin estruendosas carreras baqueta. Escribíamos con un poco de miedo, porque sabíamos que la guillotina estaba al caer, pero también con un ánimo desafiante, apenas contenido. El doble sentido a veces se transparentaba demasiado. Fuera de nuestra posición profesional, que una vez nos protege y otras nos expone, tenemos orientación política personal y falencias de nuestra condición humana.

Justo antes del cierre yo pasé unos meses en el archivo, infierno maloliente lleno de tesoros, al cual le instalaron aire acondicionado gracias a cierto canciller que un día subió a buscar unos datos y casi se desmayó. Evolucionamos de las fotos blanco y negro a las diapositivas, de los sobres de papel madera a la microfilmación. Mediante un previsor trabajo de equipo, muchos documentos se salvaron de la depredación del cierre y se pueden consultar hoy, lujosamente refrigerados o digitalizados.

La vida va sucediendo en nuestros países, en nuestras calles… Los medios de comunicación somos un archivo siempre creciente de datos que tal vez ayude a futuras generaciones a no repetir fatales errores.

Pongan los nombres y las fechas: la historia del mundo está llena de inspiradores y de seguidores, unos más heroicos o más culpables que otros.

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