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Nazi Paikidze es una georgiana-americana campeona nacional de ajedrez en los Estados Unidos que decidió boicotear los juegos al enterarse de que se llevarían a cabo en la República Islámica de Irán, donde la obligarían a ponerse un hiyab sobre sus cabellos. “Al participar me vería forzada a someterme a formas de opresión diseñadas específicamente contra las mujeres” declaró la joven de veintitrés años. “Preferiría no ser campeona, los derechos humanos están por encima del ajedrez y todo lo demás”. La argentina Carolina Luján, quíntuple campeona nacional, de treinta y un años, también decidió no viajar a Irán. Dijo que su acto no era un boicot, sino apenas una postura moral: “Algunos dicen que tengo algo contra el Islam, pero solo quiero tener la libertad de elegir”. De haber ido a Teherán, además de verse obligada a calzarse el pañuelo, no hubiera podido trabajar con su entrenador a la luz de la prohibición de toda mujer de estar a solas con un hombre que no sea familiar o marido.
Irina Kursh, una ucraniana-estadounidense de treinta y tres años que ganó siete veces The US Women Chess Championship, se sumó al boicot. Asimismo se agregó la también ucraniana María Muzychuk, ex campeona mundial: “Decidí no formar parte, ya que Irán no es obviamente un país adecuado para una competencia tan prestigiosa. Es tan malo que esos jugadores de ajedrez, que se niegan a ir a Irán y usar el hiyab, simplemente pierdan el derecho a participar en el Campeonato sin ninguna razón”. Humpy Koneru, de la India y entre las mejores del globo, declinó participar sin hacer declaraciones públicas. La china Hou Yifan, la indiscutida número uno en el ranking de ajedrez femenino internacional, tampoco viajó a Irán, fundando sus razones en quejas de larga data con el modo en que se lleva a cabo el campeonato.
Estas jóvenes talentosas han enviado un mensaje a la familia de las naciones: ellas no se dejarán usar como peones de ajedrez en el malvado juego político del teocrático Irán. Porque, realmente, ha de ser alucinante poder concentrarse en un tablero cuando a tu alrededor disidentes políticos están siendo encarcelados, homosexuales están siendo perseguidos, delincuentes menores de edad están siendo ejecutados y las mujeres enfrentan una persistente misoginia nacional. Sobre este último punto, resultó raro escuchar a Ghoncheh Ghavami protestar contra el boicot. En caso de que alguno se haya saltado la noticia oportunamente, ella es una veinteañera británica-iraní que pasó cinco meses en prisión en el país persa por hacer campaña a favor de que las mujeres puedan ver partidos de voleibol masculino en los estadios. Sí, casi medio año a la sombra por eso. Tal la vida para las mujeres en Ayatolaland.
Es cierto que las mujeres pueden asistir a la universidad, conducir y votar en Irán, y que el Gobierno ha designado mujeres al cargo de embajadoras, voceras o vicepresidentas, o que atletas femeninas han representado a la nación en Olimpiadas. Pero eso no puede esconder el crudo estatus de la mujer allí, donde su testimonio en corte sigue valiendo la mitad que el de un hombre. Sin ir más lejos, Teherán acaba de expulsar de su equipo nacional de ajedrez a una joven de dieciocho años que rehusó ponerse el velo durante un juego en Gibraltar. El titular de la Federación de Ajedrez iraní Mehrdad Pahlevanzadeh prometió que ella será castigada “de la manera más severa posible”.
Al mismo tiempo que se desarrollaba el torneo de ajedrez en Teherán, arribaba a la capital persa una delegación oficial sueca que incluía a varias funcionarias, entre ellas a la ministro de Comercio Ann Linde, en representación del que han orgullosamente anunciado ser “el primer gobierno feminista en el mundo”. El presidente Hassan Rohani las recibió acompañado solo por funcionarios varones. En deferencia, todas ellas se cubrieron la cabeza con hiyabs. Puedo imaginar lo que pensarán al respecto las valientes ajedrecistas disidentes.
[©FIRMAS PRESS]
*Escritor y analista político