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Antes de nada convendría recordar la diferencia entre /sigla/ y /acrónimo/, entendiendo a la primera por el resultado de tomar las primeras letras del nombre de una organización (ONU), de un objeto científico o tecnológico (ADN, LASER) o de una fórmula solemne como RIP (Requiescat In Pace), en tanto que el acrónimo reúne las primeras sílabas. Algunos suenan como campanas (OTAN), otras como eructo (BIRF), o recuerdan a un buey aliviando sus intestinos (COPACO).
En resumen, las siglas generalmente son breves, más elegantes y prácticas, en cambio los acrónimos suenan poco eufónicos y suelen ser más complicados que el nombre de las cosas que pretenden simplificar. Véase lo de ASODEXFUNPUJU, que intenta infructuosamente simplificar el nombre de la Asociación de ex Funcionarios Públicos Jubilados, afortunadamente librado -por ahora- del patriótico remate "del Paraguay", tan estimado entre los creadores de asociaciones.
Existen actualmente millones de siglas y acrónimos rodando por el mundo de la información, hasta el punto de que ya se publican diccionarios para manejarlos. Los papers y briefings con que nos atosiga la modernidad anglófila están llenos de ellos; ni qué decir las tarjetas de presentación, con sus MBA, PhD, MChB, SRN, PDG y tantos más. Y hay que cuidarse, si uno va a frecuentar esos ambientes, pues la reputación de quien no los maneja con soltura corre riesgos tan serios como la del campesino que desea pasar por citadino, pero titubea ante una escalera mecánica.
Como lamentablemente no está penado por la ley inventar siglas y acrónimos, cualquiera puede ensayarlos. Véase nuestra flamante guía telefónica, que en su afán de ahorrar espacio y costos se arriesga con acrobacias asombrosas. Allí se hallan cosas como SOC CAP Y PREST CAB P, o bien con ASOC SRV COOP INDIGEN MONO; o con ASOC PGYA UNIV DE CUL. Harto elocuente, esto último, porque precisamente "de cul" es como cae el usuario luego de intentar descifrar la técnica abreviatoria de semejanteguía.
El siglo XX se enamoró de las siglas y las insertó en lo que pudo. El más fértil campo de crecimiento las proporcionaron precisamente las denominadasorganizaciones no gubernamentales u ONG, desafortunada expresión inventada en el ámbito anglosajón, allá por los años ochenta, para intentar reunir bajo un solo denominador a una multitud irreductible de asociaciones de tan dispares preocupaciones como la diversidad biológica, el contacto con inteligencias extraterrestres o el combate contra la ablación clitoridiana.
Toda ONG que se precie debe disponer de alguna sigla. Y cuando se refiera a sus pares debe emplearlas inexcusablemente, deletreándolas en inglés con la velocidad, soltura y aplomo de un cantor de bolillas de bingo. "Enviaron un mail del WCA a informar que ni el ICH ni el TGL asistirán al meeting organizado por el BIN. Mantengan contacto con el ARIS". No es fácil. De hecho, se habla ya un lenguaje inventado en ese mundo, al que quizás alguna vez se le conozca por "idioma oenegé"; en el que predominan ostensiblemente las abreviaturas y es puntilloso con los vocablos referidos a lo que cada cual reivindica. Por supuesto, fue allí donde nació eso de o/a, los/las, la feminización forzada de sustantivos y esa multitud de eufemismos políticamente correctos que tantos problemas causan a los que tienen que quedar bien ante un auditorio ideologizado.
Como se ve, lee y oye, los grandiosos logros de la tecnología no están mejorando la inteligibilidad de los mensajes. A la revolución de las comunicaciones le está faltando la revolución de la comunicabilidad.
En resumen, las siglas generalmente son breves, más elegantes y prácticas, en cambio los acrónimos suenan poco eufónicos y suelen ser más complicados que el nombre de las cosas que pretenden simplificar. Véase lo de ASODEXFUNPUJU, que intenta infructuosamente simplificar el nombre de la Asociación de ex Funcionarios Públicos Jubilados, afortunadamente librado -por ahora- del patriótico remate "del Paraguay", tan estimado entre los creadores de asociaciones.
Existen actualmente millones de siglas y acrónimos rodando por el mundo de la información, hasta el punto de que ya se publican diccionarios para manejarlos. Los papers y briefings con que nos atosiga la modernidad anglófila están llenos de ellos; ni qué decir las tarjetas de presentación, con sus MBA, PhD, MChB, SRN, PDG y tantos más. Y hay que cuidarse, si uno va a frecuentar esos ambientes, pues la reputación de quien no los maneja con soltura corre riesgos tan serios como la del campesino que desea pasar por citadino, pero titubea ante una escalera mecánica.
Como lamentablemente no está penado por la ley inventar siglas y acrónimos, cualquiera puede ensayarlos. Véase nuestra flamante guía telefónica, que en su afán de ahorrar espacio y costos se arriesga con acrobacias asombrosas. Allí se hallan cosas como SOC CAP Y PREST CAB P, o bien con ASOC SRV COOP INDIGEN MONO; o con ASOC PGYA UNIV DE CUL. Harto elocuente, esto último, porque precisamente "de cul" es como cae el usuario luego de intentar descifrar la técnica abreviatoria de semejante
El siglo XX se enamoró de las siglas y las insertó en lo que pudo. El más fértil campo de crecimiento las proporcionaron precisamente las denominadas
Toda ONG que se precie debe disponer de alguna sigla. Y cuando se refiera a sus pares debe emplearlas inexcusablemente, deletreándolas en inglés con la velocidad, soltura y aplomo de un cantor de bolillas de bingo. "Enviaron un mail del WCA a informar que ni el ICH ni el TGL asistirán al meeting organizado por el BIN. Mantengan contacto con el ARIS". No es fácil. De hecho, se habla ya un lenguaje inventado en ese mundo, al que quizás alguna vez se le conozca por "idioma oenegé"; en el que predominan ostensiblemente las abreviaturas y es puntilloso con los vocablos referidos a lo que cada cual reivindica. Por supuesto, fue allí donde nació eso de o/a, los/las, la feminización forzada de sustantivos y esa multitud de eufemismos políticamente correctos que tantos problemas causan a los que tienen que quedar bien ante un auditorio ideologizado.
Como se ve, lee y oye, los grandiosos logros de la tecnología no están mejorando la inteligibilidad de los mensajes. A la revolución de las comunicaciones le está faltando la revolución de la comunicabilidad.