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Es un deber de todo bautizado ser santo y, por ello, hablamos de la vocación universal a la santidad. Es necesario insistir en que no es algo opcional, que si uno se siente a gusto con la idea va a esforzarse, caso contrario, se queda para los otros. Es pésima comprensión actuar de esta forma.
Los caminos hacia la santidad son muy variados, pero en todos hay una victoria contra el egoísmo. Sin embargo, nos damos cuenta de que, muchas veces, la palabra “santo” es tomada a la ligera y hasta con cierta broma. Más de uno afirma: “No, yo no puedo hacer tal cosa, porque no soy un Francisco de Asís...” o “yo no soy la madre Teresa de Calcuta...”.
Debemos entender que “ser santo” es ser responsable. Y ser responsable, en primer lugar, para construir su propia felicidad, ya que el generoso Señor nos colma de bendiciones para que tengamos vida abundante y vivamos contentos.
Los dones de Dios deben ser desarrollados sin parar, lo que exige arremangarse, saber hacer algunas renuncias que evidentemente molestan, en fin, como se dice normalmente: “Dios ayuda a quien madruga”.
Entonces, ser santo es tratar de vivir el espíritu de la felicidad, que llamamos el espíritu de las bienaventuranzas, como muestra el Evangelio de hoy. Ser responsable es practicar todas las beatitudes indicadas por Jesús: tener un corazón humilde, consolar a los que están afligidos, ser paciente con las bobadas ajenas y mantener el alma limpia, sin pornografía, infidelidades y otras impurezas.
Igualmente, forjar la paz, a través de palabras suaves y honestas, y practicar la justicia, sin ser cómplice, silencioso o activo, de esta corrupción cruel que nos mantiene en el subdesarrollo.
Pero no nos olvidemos de que esta santidad-responsabilidad es fruto, principalmente, del amor de Dios, que nos transforma y motiva. Los santos, todos ellos, son personas que supieron abrirse a la gracia del Señor, sudaron la gota gorda para vencer sus malas inclinaciones, vencieron y ahora disfrutan de la verdadera felicidad.
Por otro lado, mañana es la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos y podemos ofrecer la indulgencia plenaria por las almas del Purgatorio, cumpliendo estas condiciones: visitar un cementerio, recibir el Sacramento de la Confesión, comulgar y rezar por las intenciones del Papa.
Con esto, ayudamos a las almas que se purifican y este gesto de caridad colabora con nuestra propia santificación.
Paz y bien
hnojoemar@gmail.com