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El secretario general de la Organización de los Estados Americanos, Luis Almagro, me dijo que un encuentro fortuito entre los dos presidentes será “inevitable”. Trump y Castro estarán en la misma sala varias veces durante la cumbre de 34 países, en la que los presidentes se reunirán sin sus colaboradores y tendrán varios almuerzos y cócteles privados.
La recomendación a Trump de que evite un apretón de manos con Castro fue revelada días atrás a la cadena de periódicos McClatchy. Los funcionarios de la Casa Blanca no quieren una fotografía de Trump con Castro se robe el show en la cumbre, tal como ocurrió con el encuentro del expresidente Barack Obama y Castro en la cumbre anterior hace tres años.
Los funcionarios de la Casa Blanca temen que un encuentro de Trump y Castro podría enviar la señal de un acercamiento entre Trump y Cuba.
Trump ha prometido revertir la apertura de Obama a Cuba, y ha dado algunos pasos menores en esa dirección, aunque no ha degradado las relaciones diplomáticas ni ha limitado los vuelos comerciales ni los cruceros marítimos de Estados Unidos a Cuba.
Además, los principales asesores de Trump no quieren que una fotografía de Trump y Castro desvíe la atención de lo que esperan será el foco de la cumbre: la crisis de Venezuela.
Esta podría ser la última aparición de Castro en el escenario mundial. El dictador militar cubano, de 86 años, ha anunciado que renunciará como presidente este mes, aunque conservará el poderoso título de jefe del gobernante Partido Comunista.
No se puede descartar que Trump ignore la recomendación de sus asesores de no acercarse a Castro. Hace poco, cuando Trump habló por teléfono con el presidente ruso Vladimir Putin, el presidente de Estados Unidos ignoró la recomendación de sus asesores de evitar felicitar a Putin por su victoria en las fraudulentas elecciones rusas del 18 de marzo.
Trump había recibido un memorando escrito de sus asesores que decía, en mayúsculas, “NO FELICITE”. Lo primero que hizo Trump en su llamada telefónica fue felicitar a Putin por su “victoria” electoral.
Es bien sabido que Trump no lee los memorandos de sus asesores, o no le importa lo que dicen. Se trata, después de todo, de un presidente que cuando era candidato se jactaba de que –aunque no tenía ninguna experiencia en cargos públicos ni en las fuerzas armadas– “yo sé más que los generales”.
Y es probable que Trump no quiera dejar de ser el centro de atención de la cumbre. En ausencia del dictador venezolano Nicolás Maduro –que no ha sido invitado a la cumbre como señal de protesta contra las elecciones fraudulentas que planea realizar el 20 de mayo–, Trump y Castro serán el centro de atención de los medios en la cumbre.
Por supuesto, existe la posibilidad de que Trump camine hacia Castro, lo mire desde arriba, y lo recrimine por no haber permitido una elección libre en Cuba durante casi 60 años.
Muchos aplaudiríamos que Trump exija una apertura política en Cuba. El problema es que Trump es el presidente de Estados Unidos con la menor autoridad moral para predicar la democracia y los derechos humanos en las últimas décadas: no solo ha felicitado a Putin por su “victoria” electoral en Rusia, sino que se ha acercado a dictadores en Turquía, Egipto, Filipinas y otros países con regímenes autocráticos.
Ese es el problema con la política exterior de Trump de apartarse de la tradición estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial de defender la democracia y los derechos humanos en todo el mundo: disminuye su credibilidad cuando critica a Cuba o Venezuela.
Ya sea que le dé la mano a Castro o lo regañe, Trump pagará el costo de su política exterior sin principios ni brújula moral. Una verdadera lástima.