Se inicia nuevo capítulo político en Venezuela

El Socialismo del Siglo XXI fue un portentoso proyecto que se encarnó no solo en Venezuela sino en varios países de la América Latina, movilizando grandes masas que marchaban bajo una nueva bandera de una exótica y mítica revolución cultural y política. Bolívar cobró inusitada vigencia al ser rescatado de los cerrados pliegues de la historia, catapultándolo hacia una nueva escena que tendría como protagonista al Sr. Hugo Chávez. Pero este parecía estar más allá de la figura de Bolívar, en un sitial más encumbrado, por ser el promotor de una revolución que llevaría a término las frustradas intenciones del Libertador, que intentaba unificar bajo un solo sello de hermandad a toda la América del Sur.

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Para realizar tal cometido, Chávez se sintió imbuido de una misión providencial. En efecto, decía haber visto una estrella rutilante en el cielo que le motivó a orar y pedir la liberación de la responsabilidad que tenía que asumir con su pueblo. Pero la estrella seguía titilando inmóvil, como la representación de Dios, instándole a no rendirse, porque de hacerlo abandonaría a su redil.

Es decir, Hugo Chávez, según el relator Ibsen Martínez, se había vuelto un siervo obediente a los designios de Dios que lo había elegido como conductor de su patria. Salta a la vista esta comparación con lo acontecido en el huerto de Getsemaní donde el galileo Redentor se sometió a la voluntad divina para lograr con su sacrificio la liberación de la humanidad.

No fue esta la única vez que Chávez hizo alusión a su misión redentora con los oprimidos, pues reafirmaba constantemente que su doctrina política estaba basada en la solidaridad y en el amor fraternal. Y para completar este círculo áulico, providencial y místico, Chávez decía que sentía una íntima relación con el alma en pena de Simón Bolívar como si él en realidad fuera la reencarnación del Libertador.

Una vez construida esta plataforma mística y providencial, Chávez se dio a la tarea de sentar las bases de su programa político y social, contratando para ello a Norberto Ceresole, sociólogo argentino que flirteaba con la izquierda y con la derecha latinoamericana al constituirse también en el líder y el mentor del golpe de Estado contra Ricardo Alfonsín, promovido por el entonces Tte. Cnel. Mohamed Alí Seineldín. Otro de los contratados para el asesoramiento de Chávez fue Heinz Dieterich, que a su vez había sido consejero del dictador alemán Erich Honecker durante los tramos de la Guerra Fría.

Chávez extrajo entonces su legitimidad de una interpretación mítica de la historia, que habla a través de él, que converge en él y que encarna en él, según lo relatado en el manual de “Poder y del Delirio”. En definitiva, después de la muerte de Bolívar no hubo nadie mejor que Chávez para representarlo y evocarlo políticamente.

Maduro trató de hacer lo mismo al decir que Chávez se le había representado en la figura de un pajarillo que le había hablado al oído dándole los consejos pertinentes para completar la misión redentora del caudillo recientemente fallecido.

Pero hay que recordar que Maduro no cumplió ninguna de las directivas dadas por Chávez en el sentido de llevar adelante la transición política de Venezuela: Maduro no permitió que Diosdado Cabello asumiera la presidencia provisional del país cuando Chávez ya no pudo jurar por su enfermedad terminal, tampoco convocó a elecciones en el plazo de un mes y menos aún a una junta médica como prescribe la Constitución para determinar si la ausencia de Chávez era absoluta o temporal.

Más aún, se hizo nombrar por el Tribunal Superior de Justicia “Presidente por encargo”, figura que no existe en la Constitución. Y para culminar con este deterioro institucional, en el plazo de unos pocos meses que mediaron entre la elección de Chávez y la de Maduro, este perdió casi un millón de votos, logrando un margen exiguo sobre el candidato opositor Capriles, iniciándose a partir de allí un camino plagado de cardos y espinos y un sendero sin retorno hacia la destrucción total del fastuoso monumento doctrinario levantado por su predecesor. Evidentemente, los liderazgos no se heredan sino que se construyen con coherencia, firmeza y carisma personal, de lo que adolece el presidente Maduro.

Maduro en el lapso de dos difíciles años ha tirado por la borda el inmenso caudal de preferencia y de apoyo que tuvo Hugo Chávez como líder indiscutido del Socialismo del Siglo XXI.

Venezuela es un gran país con una de las mejores trayectorias democráticas de la América Latina y ha hecho gala de muchas virtudes y valores cívicos que no podrán ser borrados por la mano de un presidente demagogo que no ha estado a la altura de sus conciudadanos.

El pueblo labró con mucho esfuerzo y perseverancia la grandeza de esta patria desde su independencia hasta nuestros días. La ciudadanía democrática del país caribeño se encuentra en un pedestal mucho más encumbrado de lo que representa la figura desteñida de su actual mandatario Nicolás Maduro.

Desde el domingo hay un antes y un después en la historia de Venezuela, percibiéndose en el horizonte un nuevo rebrote de esperanza y de nuevos valores que propenderán a la consolidación definitiva de la paz social y del reencuentro de todos los venezolanos dentro del marco de la justicia y del respeto mutuo.

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