Se desangra el bien común

Desde Aristóteles, pasando por Santo Tomás de Aquino hasta nuestros días, son muchas y diversas las maneras de entender lo que es el “bien común”. Filósofos, politólogos, sociólogos se han ocupado de definirlo y ofrecen acepciones diferentes.

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En algunos de ellos ha quedado marcada dramáticamente su impronta ideológica. La manera de entender el bien común, que tiene el individualismo capitalista es muy diferente al modo de entenderlo el colectivismo marxista. Si el individualismo capitalista puede producir rupturas y desequilibrios socioeconómicos, como el que comenté la semana pasada, que ocho personas tienen tanta riqueza como los 3.600 millones de personas más pobres del mundo (según investigaciones de la Comunidad Europea), también es verdad que el colectivismo marxista puede construir y derribar el muro de Berlín, destruir un país rico como Venezuela y subyugar a los venezolanos, bajo la dictadura totalitaria del chavismo y Maduro. Ambos modelos y conceptos de bien común y filosofía socioeconómica son gravemente desastrosos inaceptables y repudiables.

Por suerte, hay otros conceptos y otras realidades esperanzadoras. Al fin, todos o la mayoría podemos coincidir en que el bien común, no es un ente autónomo ni pura realidad contractual de relaciones dentro de la sociedad, es un conjunto de bienes materiales e inmateriales, instituciones y condiciones que hacen posibles las libertades democráticas, la justicia redistributiva y los derechos humanos.

Entre el bien común y la nación hay relación directa. No existe nación sin bien común. Cuanto más débil es el bien común, más débil es la nación y, al contrario, cuanto más fuerte es el primero, más fuerte es la nación. Debilitar, desangrar, expoliar el bien común es amenazar la vida y subsistencia de la nación, es una traición a la nación, es decir, a todos y cada uno de lo ciudadanos.

¿Quién se ocupa del bien común? Todos. Los ciudadanos contribuimos al bien común de múltiples formas, desde la más impersonal como puede ser con el pago de los impuestos, hasta la más personal como puede ser con nuestra vida, afectividad, sociabilidad, espiritualidad, trabajo, cultura, sabiduría y valores.

Pero corresponde a los políticos, si tienen vocación y responsabilidad de auténticos políticos, trabajar en nombre de y por la “polis”, para conciliar y defender los intereses y bien común de la ciudadanía.

El hecho es que las grandes sangrías al bien común las están produciendo no pocos políticos y, para más escándalo, también desde las estructuras del Estado. Se está desangrando el bien común de la justicia desde la misma instancia del Estado creada para defenderla. Gran parte de la población no participa del bien común de los derechos humanos, porque no hay equidad. No hay justicia distributiva y la tercera parte de los paraguayos vive en pobreza, lejos de poder participar del bien común de los medios necesarios para vivir con la calidad de vida propia de la dignidad humana.

La educación es parte esencial del bien común, es un derecho humano fundamental, garantizado además por la Constitución Nacional y no llega a toda la ciudadanía; desgraciadamente, por diversas razones de injusta participación en el bien común, hay muy alta deserción escolar, dejando fuera del sistema educativo prematuramente a millares de niños, adolescentes y jóvenes.

Es bien común la seguridad y está desangrada por una violencia creciente, instalada hasta en las mismas fuerzas de seguridad del Estado, con lo cual el bien común de las libertades democráticas ha quedado restringido en zonas geográficas del país y en horas y calles de la misma capital, Asunción.

Es bien común excepcional de nuestro país el bono demográfico, contando con un 56% de la población que tiene menos de 30 años, pero esa población mayoritaria se encuentra cada día más amenazada por la criminal organización de la floreciente producción de drogas, el narcotráfico y la cínica narcopolítica.

Así podríamos seguir citando “las venas cortadas” de nuestro bien común. No hace falta, son conocidas por todos. Gracias a Dios y a la calidad del pueblo sano, la verdadera gente de Paraguay, hay también motivos para la esperanza. También hay corazones y mentes sanas y grupos inquietos con ganas de luchar por el país soñado. En el silencio se están incubando otros líderes que traerán nuevos vientos y nuevos horizontes. Que sea pronto.

jmonterotirado@gmail.com

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