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El autócrata ruso Vladimir Putin y el tirano norcoreano Kim han logrado lo que más deseaban: ponerse en el centro de la agenda mundial, y ser vistos por miles de millones de personas en todo el mundo como líderes legítimos, con pocas críticas de los medios o de otros presidentes hacia sus sistemáticas violaciones de los derechos básicos.
Estuve en Perú durante la inauguración del Mundial. Cambiando canales en el televisor de mi hotel, todo lo que vi fue un Putin exuberante recibiendo una ovación en el estadio, seguramente repleto de funcionarios públicos y amigos del régimen, antes de dar su discurso inaugural.
Minutos antes, los periodistas deportivos que cubrían el evento alababan la limpieza de las calles de Moscú y la belleza del Kremlin. Tal vez me lo perdí, pero no escuché ninguna crítica a las elecciones dudosas de Putin, su invasión de Crimea en 2014, ni su apoyo a la carnicería que está teniendo lugar en Siria.
Por supuesto, no es la primera vez que se juega un Mundial en un país autoritario. Pero desde la Copa Mundial de 1978 en Argentina, que se jugó bajo una dictadura militar, el Mundial no se había realizado en un sistema más represivo que la actual Rusia.
Según Amnistía Internacional, “los derechos humanos han sufrido una caída en picada en Rusia en los últimos años”. Y Human Rights Watch dice que “hoy, Rusia es más represiva que nunca en la era post-soviética. El Estado ha reforzado sus controles de la libertad de expresión... con el objetivo de silenciar a los críticos independientes, incluso en internet”.
El dictador norcoreano Kim –quien generó titulares en todo el mundo por realizar un recorrido nocturno por el centro de Singapur en la víspera de su reunión con Trump, como si fuera una estrella de rock– podría ser considerado el campeón mundial de la represión política.
Según un informe de 2017 de la International Bar Association (IBA), Kim tiene entre 80.000 y 130.000 presos políticos. El informe de IBA dice que Corea del Norte realiza “torturas sistemáticas, asesinatos (incluido el infanticidio), persecución de cristianos, violación” y varios otros crímenes.
Lo que hace que todo esto sea más deprimente aún es que Estados Unidos, que solía ser un defensor de las víctimas de abusos a los derechos humanos, parece haber cambiado de bando bajo Trump. El presidente de EE.UU. casi no tiene más que elogios para Putin y Kim, y críticas para las democracias occidentales como Canadá, Alemania o Francia.
Mientras que Trump inició un conflicto comercial con Canadá, Alemania, Francia y otras democracias occidentales a las que acusó de amenazar la “seguridad nacional” de Estados Unidos durante la reciente reunión del G-7, el presidente de Estados Unidos pidió al grupo volver a admitir a Rusia en su seno. Rusia había sido expulsada del G-7 tras su invasión de Crimea.
Cuando se le preguntó sobre las violaciones de derechos humanos de Corea del Norte durante su cumbre con Kim, que culminó con un gran triunfo diplomático para Corea del Norte cuando Trump aceptó reducir los ejercicios militares con Corea del Sur sin obtener aparentemente nada a cambio, el presidente estadounidense respondió con elogios al dictador norcoreano.
Al preguntársele si Kim es un asesino, Trump dijo que el dictador norcoreano es “un hombre muy inteligente” y “un gran negociador” y “un tipo duro”. Cuando el entrevistador insistió en que Kim había hecho algunas cosas terribles, Trump se encogió de hombros y dijo: “Sí, pero muchos otros también lo han hecho”.
La tolerancia con las tiranías solo hará que el mundo se convierta en un lugar más peligroso. Yo, por mi parte, me niego a aceptar a las dictaduras y los abusos contra los derechos humanos como la nueva normalidad.