Retorno a los símbolos patrios

Aquel sábado 15 de agosto de 1812, temprano, a la mañana, con solemnidades castrenses, un pequeño grupo de soldados procedió a izar una bandera en el mástil de la actual plaza Independencia, que a la sazón se denominaba Mayor, justo enfrente de la casa del gobernador, a pocos metros del edificio del Cabildo.

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La enseña tenía tres franjas horizontales de igual anchura, la superior, colorada, la del medio, blanca, y la inferior, azul. A partir de ese momento sustituía oficialmente a la bandera borbónica española, roja, gualda y roja; flamante también, esta última, ya que fue creada tan solo veinticinco años atrás. El acto estaba cargado de un significado que iba más allá de lo meramente escenográfico y litúrgico, por cuanto representaba la voluntad, ya claramente manifiesta en esos días, de convertir a la Provincia del Paraguay en República del Paraguay. Los actos simbólicos siempre son mucho más reveladores del espíritu humano que otros.

Como el Dr. Francia no participó de esa decisión ni tomó parte de la ceremonia, no hizo suya la enseña. Al parecer, durante su régimen prefirió otra: una bandera azul, con estrella amarilla en el ángulo superior correspondiente a la driza. De hecho, habrán coexistido ambas en esos años, por cuanto en el acta del Congreso extraordinario de 1842 se lee la frase “El Soberano Congreso general extraordinario de la República del Paraguay declara solemnemente, manda y ordena que el pabellón de la República sea el mismo que hasta aquí ha tenido la nación, con las variaciones convenientes, esto es, una bandera compuesta de tres fajas horizontales colorada, blanca y azul…”, etc.

Pero la autoridad que dirigía las decisiones de aquel congreso, don Carlos Antonio López, decidió agregar a aquella bandera instaurada por la Junta los dos escudos que conocemos, para formar, conjuntamente, el pabellón patrio. Distribuido en la orla del primero de ellos se inscribió “República del Paraguay” y, en la del reverso, “Paz y Justicia”. Nada más. Ni firuletes ni paramentos, ni flecos, borlas, galas o perifollos coloridos. Nada más que círculos geométricos, figuras nítidas, grafía sin preciosuras caligráficas, negro sobre blanco, con el recato y la circunspección visual que eran y son convenientes para los símbolos de una república naciente, basada en la igualdad de sangre, rompiendo lazos con una monarquía anciana, basada, por el contrario, en linajes familiares identificados con sus blasones heráldicos.

Hacia principios de los años setenta a un entusiasta del estudio del arte heráldico se le ocurrió que los símbolos de la patria, tal como fueron dibujados por el Congreso de 1842, resultaban lesivos a los cánones de esa disciplina, así que decidió dibujar y pintar unos bosquejos con las correcciones que le parecieron adecuadas y los llevó al general Stroessner, a quien expuso las razones que exigían que ciertos colores estuvieran presentes, que unos no vayan sobre otros, que el significado de los círculos, que las proporciones, que las figuras, que las actitudes, en fin, el manual completo de blasonado de la nobleza europea.

A Stroessner le agradó el diseño reformulado y ordenó al Ministerio de Defensa Nacional por teléfono (nunca se molestó en dictar una resolución) que, de ahí en más, se fabricaran los pabellones con el modelo que se les indicaba. Desde entonces y durante cuatro décadas los paraguayos vimos ondear los símbolos patrios del general Stroessner en vez de los del presidente Carlos Antonio López, pese a lo que mandaba la Constitución.

Felizmente, hace pocos años se inició una campaña para recuperar la tradición histórica y el respeto a la Constitución, a cuya consecuencia, y luego de mucho esfuerzo, bajo el gobierno de Federico Franco se dictó un decreto en virtud del que se hacen retornar las cosas a su debido lugar, vale decir, se reimplantan los símbolos de don Carlos A. López y se envía al basurero de la historia a los del general Stroessner. Solamente falta la ley que los asiente, los fije, los pula y les devuelva el esplendor.

Hay que preservar los símbolos de la historia y de la identidad nacional porque los pueblos que no lo hacen, tarde o temprano encuentran otros que se encargan de imponerles los suyos.

glaterza@abc.com.py

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