¿Quién lleva la agenda?

El Día Mundial de la Agenda debió conmemorarse el pasado primero de enero, por el obvio motivo de tal fecha marcar su página primera; pero no sucedió. La ONU no fijó todavía tal evocación, tal vez agotada su lista después de establecer el “Día Mundial del Retrete”, 19 de noviembre, fecha que, de este modo, deviene con alto simbolismo político.

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Hasta no hace mucho, había dos cuadernos conocidos como agenda: la “telefónica”, para nombres y números; otro, el común, el de quehaceres diarios, cumpleaños, etc. Hacia fines de año, los bancos, financieras, compañías de seguro y empresas similares solían regalarlas a sus clientes y empleados, obsequio que se recibía con gran contento. La agenda telefónica desapareció con la invasión de los celulares. La otra está en vías de extinción, porque también el celular la reemplaza con mayor eficiencia. 

Cosa curiosa es que, si bien la agenda desaparece en tanto objeto concreto, sobrevive y prospera como metáfora. Así, por ejemplo, se dice que la agenda de alguien “está muy cargada”; esto es, que tiene muchos compromisos pendientes. Luego, la figura quedó preñada y parió un infinitivo: “agendar”; y este, inevitablemente, derivó en verbo intransitivo (te agendo, me agendas, nos agendamos). 

Pero hay más avances, pues, con gran ductilidad, “agendar” también puede funcionar como eufemismo. Lo percibí cuando una amable chica me llamó por teléfono desde una tienda comercial, con la intención de reclamarme un pago atrasado. Me dijo: “Le llamo por su cuenta. ¿Para cuándo le agendaría su pago?” Es imposible persistir en la morosidad ante tanta delicadeza expresiva. 

Con tanto éxito, el ascenso de este vocablo al ámbito de las ciencias sociales no iba a demorarse. Hoy, los entendidos distinguen los conceptos de “agenda pública” y “agenda mediática”. Y ya se pergeñó una teoría específica: la “teoría del establecimiento de la agenda” (agenda-setting), que sostiene la hipótesis de que la prensa dirige el interés de la gente hacia tal o cual información (framing) y, a través de ese mecanismo de creación de opinión, influye indirectamente sobre la agenda pública. 

Fue inevitable, por consiguiente, que el término “agenda” pasara a vincularse íntimamente con la idea de poder. Se presume que todo el que tenga alguna clase de poder, posee una agenda (en la que hay que procurar figurar). Pero aún hay más, porque casi siempre existe alguien que “lleva la agenda” del poderoso; que, si este es varón, quien porta aquella es casi siempre una mujer. A quien lleve la agenda de un personaje importante hay que mirar como si fuese la persona que tiene su dedo índice puesto sobre el botón rojo. A menudo es más poderosa que el mismo principal. 

Hay un caso más a considerar: las connotaciones con que es posible expresar el concepto de “agenda”. Pongamos por caso: “¿Qué va a hablar ese, si la agenda le lleva su mujer?”. “A ese loco hace ya mucho se le perdió la agenda”. “Pobre tipa, él nunca la tuvo en su agenda”; y cosas así. 

La ampliación infatigable del uso de este vocablo va desplazando, casi imperceptiblemente, a otros más antiguos que significan lo mismo. Así, divulgada la agenda de una reunión internacional, por ejemplo, lo que tenemos en realidad es nada más que su programa de actividades. En otras ocasiones, la “agenda” no es lo que va a conversarse en una reunión sino la receta de lo que hay que hacer, según sus conclusiones; vale decir, es el producto surgido de las cumbres, los seminarios y las conferencias; son sus programas de acción. 

Finalmente, la palabreja avanza en el plano literario. Ya hay ensayos dignos de atención. Concluyamos con este epigrama heptasílabo de inspiración acosadora (muy en boga): Ya te envío Ruperta / mi modesta prebenda / abrime na la puerta / y anotame en tu agenda.

glaterza@abc.com.py

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