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Se convirtieron en los “zapadores” o “cuadrillas de caminos” que necesitaban reparaciones: “Se los ha visto bordeando la Bahía en el camino que lleva al Club Mbiguá y en el camino que partiendo de Fernando de la Mora lleva a Ñemby, Ypané, San Antonio, hasta entroncar con el ramal Ruta 1 – Villeta”, que por entonces cruzaba entre enormes matorrales y descampados.
“Con una pala que apenas pueden sostener –los más pequeños– acarrean tierra y algunos escombros y rellenan los baches que tienen esos caminos”, sigue el texto.
Y, como pasa ahora, eran los mismos automotores los que se encargaban de apisonar las grietas, en muchos casos verdaderos pozos.
Obviamente, este es un oficio que se ha extinguido, y no precisamente porque las calles ahora estén en perfecto estado, sino tal vez porque se reformularon las “profesiones” y directamente niños y grandes han agilizado los dedos índice y pulgar para pedir unas monedas al paso de los autos.
Otra actividad de renta que se ha esfumado es la de los “pasarraudales” o paseros que instalaban improvisados puentes sobre las calles convertidas en verdaderos arroyos en días de lluvia durante los años sesenta y setenta. Consistían en tablones sobre baldes o cajas por encima de los raudales. En varias ocasiones aparecieron en la tapa del diario y son emblemáticas las fotografías de 1972, 1973 y 1974 cuando irrumpieron con mayor fuerza antes de que la Capital contara con desagüe pluvial.
Los encargados de colocar las pasarelas portátiles pedían a cambio un peaje, caso contrario la gente debía cruzar con el agua hasta las rodillas y los calzados en las manos.
Si bien los puentecitos eran de utilidad para muchas damas, muy coquetas, también representaban una dificultad para los vehículos, pues había que desmontarlos para que pasaran. Esto también se convirtió en una fuente de ingresos para muchos avivados que pedían unos céntimos por el “trabajo” de sacar el pasarraudal.
Estas folclóricas labores que otrora se desarrollaban en Asunción junto con las de burreras y carreros, almaceneros y tamberos, guardas y campanas de ómnibus, cafichos y madamas –sin olvidar la profesión más antigua del mundo– eran una acuarela de la ciudad aldeana. Obviamente han quedado en los archivos de los diarios y las mentes de los abuelitos.
La ciudad de hoy es un mosaico de profesiones de reciente aparición. Pululan otras actividades como las fastidiosas formas de pedir dinero extorsionando a los automovilistas en las calles. Tal el caso de muchos cuidacoches y limpiavidrios. Sin que existan baches o raudales que “obliguen” a recurrir a sus servicios, chantajean a quienes buscan un lugar para estacionar en la ciudad o a quienes paran en un semáforo.
Esperemos alguna vez no tener que recordarlas con nostalgia porque aparezcan otras profesiones menos deseables.
pgomez@abc.com.py