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En la 41 Encuesta Anual Global de Gallup (octubre a diciembre de 2017), entre 55 países, el más feliz resultó Islas Fidji, seguido de Colombia y Filipinas. Pero en otra encuesta de la misma empresa estamos muy bien; en esa que, desde 2012, indaga en 138 países acerca de las experiencias recogidas en las últimas 24 horas en trámites como divertirse, reír, sentirse relajado y otros gozos y amenidades. Fue en esta que, en nuestro país, el 87% de los entrevistados este año reportó haberse hallado demasiado muuucho el día anterior.
Según parece, los encuestadores toman a alguien en la calle y le preguntan: ¿Sos pa feliz? Si el aludido responde “¡Esss posible! ¡Avy’a corocho!”, entonces se le adjudica la nota 10. Si dice: “La verdad es que no sé; masomeno; no le quiero mentir; pero…, no hay niko problema”; entonces lleva un 8; y así sucesivamente. De tal suerte, el Global Emotions Report nos concede la medalla de oro de la felicidad por cuarta vez consecutiva.
Ciertos artículos aseguran que el 70% de las conductas humanas no están motivadas por reflexiones sino por emociones. Luego se aventuran afirmaciones sorprendentes, como la de nuestro amigo Jeffrey D. Sachs: “Los gobiernos utilizan cada vez más indicadores de felicidad para la toma de decisiones y la formulación de políticas”. También se asegura por ahí que “midiendo los intangibles de la vida -sentimientos y emociones- se otorga a los líderes una imagen de bienestar en su país y se cuantifica lo que hace que valga la pena vivir la vida”. A mi modo de ver, esto exige responder dos cuestiones; una, filosófico-científica: si lo intangible es susceptible de ser medido; otra, política: si con esto los gobernantes no hacen más que tratar de actualizar el viejo “panem et circenses”.
Ahora bien, ¿Es posible que aquí seamos tan felices? Claro que sí. Tal vez más felices aún que lo que marca Gallup, porque sus indicadores son insuficientes para nuestro caso. Medir la felicidad en el Paraguay requiere considerar muchos más factores, como el número y frecuencia de las celebraciones personales, familiares, grupales, asociativas, deportivas, parroquiales y vecinales registrables en días calendario, además de la proporción de productos cárnicos, chacinados y cervezas consumidos per cápita, con índices anexos de compraventa de parrillas, carbón, leña y conservadoras; cifra de días festivos en el año; duración real de la noche estimadas en horas-mozo; alquileres de salones; distribución de conjuntos musicales por kilómetro cuadrado; guarismo analógico de parrilleros profesionales y aficionados; y, en fin, los demás datos esenciales para establecer el AIB (Asado Interno Bruto) del país.
Lo cierto es que, en el supuesto que lo intangible sea mensurable, para computar la felicidad se requerirá una unidad de medida. Propongamos el aby’aiterio (Ab). Un sensor especial establecería el rango durante un lapso estándar, como sesenta minutos. Una sonrisa equivaldrá a 1Ab; una carcajada, 5Ab. Un KAb, por ejemplo, ya daría una pauta importante de felicidad en un jolgorio. Además, si relevando risas y sonrisas se logra cuantificar el grado de alegría general, contabilizando las arrugas del entrecejo, por poner casos, se obtendría el nivel de tristeza o preocupación social promedio.
¿Le parece todo esto medio extraño, tal vez chistoso pero frívolo? ¡Ahá! ¡Ahá! Precisamente. Bienvenido a la Red de Soluciones para un Desarrollo Sostenible.
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