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Se cuenta que un viejo y avezado abogado de nuestro medio tenía un cliente, rico campesino, cuyo caso llevaba en tribunales. El letrado le aseguraba que necesariamente debían salir gananciosos en el pleito porque la ley estaba de su parte. Entretanto, transcurrían los años y se multiplicaban las facturas honorarias. Pero un día el caso finiquitó irremisiblemente y el abogado tuvo que informar a su cliente que se había perdido. “¿Pero, cómo –preguntó, consternado, éste– si usted me juraba que la ley estaba de mi parte?”. “Es cierto –respondió prestamente el abogado– la ley ko oî nde favor pe. Pero la inciso la ndejodéa”.
No menos astutos son algunos médicos a la hora de dar respuestas ambiguas, elusivas o simplemente para sacarse de encima a preguntones. En estas ocasiones es que suelen aparecer cosas como la “descompensación” y el “preinfarto”, que nadie parece saber en qué consisten pero que poseen la virtud de dejar satisfechos a los curiosos.
Se oye a muchos médicos afirmar enfáticamente que el muy recurrido “preinfarto” es algo tan ridículo como hablar de “preembarazo”. Otros, sin embargo, aseguran que podría denominarse así a una condición intermedia entre la “angorpectoris” y la necrosis isquémica del miocardio (para explicarlo de modo rápido y sencillo).
Son cosas que los abogados criminalistas deben aprenderlas bien, hoy en día, para manejar mejor las dolencias de sus clientes al momento de decidirse judicialmente si irán detenidos a la cárcel, a sus casas, a un sanatorio o a un spa. El exrector Froilán Peralta, por ejemplo, pese a plantear una excepción de preinfarto procesal, igual terminó alojado en el pabellón “Libertad” del penal de Tacumbú (digresión de paso: ¿cómo es que a una dependencia de la cárcel le ponen este nombre? Es como que en el manicomio le internen a alguien en la sala “Equilibrio y Sensatez”).
Es algo notorio que ciertos profesionales están aproximando bastante sus ámbitos de conocimientos y vocabularios, porque con esto de la “mala praxis” por ejemplo, los galenos, prudentemente, van familiarizándose con algunos conocimientos jurídicos, mientras que los abogados, con los frecuentes preinfartos y súbitas descompensaciones de sus clientes, también deben andar abrevando en las milenarias fuentes del arte de curar (del que Voltaire decía que consiste en distraer al enfermo hasta que la naturaleza efectúe la curación).
Si enferman, los médicos y los odontólogos recurren a sus respectivos colegas; los veterinarios sin embargo, no pueden hacerlo. Aunque esta asimetría podría estar cambiando, porque, según algunos académicos, con esto de facultades de Medicina y Odontología abriéndose en los garajes, pronto habrá ya muchos médicos y dentistas diplomados que deberán ser atendidos por veterinarios. Bueno, al fin y al cabo, todos ellos duermen en ramas contiguas del árbol de las Ciencias.
Se dirá en el futuro si esta integración de oficios aclara o complica nuestra vida, ya que, estando los conceptos y valores todos revueltos en este país, todo tan trastocado y confundido, no es fácil discernir qué está en su debido lugar y qué fuera de él. Porque, si los veterinarios andan por ahí metiendo manos y brazos en cavidades sucias y huecos pestilentes, en tal faena algunos médicos y abogados no les van a la zaga, aunque no traten con vacas.
Algo, al menos, quedó claro en este cuento: en la próxima reforma legislativa habrá de introducirse la figura de la excepción del preinfarto y de la descompensación procesal, para orientar mejor la decisión judicial. No importa que los médicos no sepan decirnos qué cosa son, aquí lo que interesa es asegurar la protección forense de los derechos fundamentales e inalienables de las personas importantes, sean humanas o no.
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