Por qué y para qué la filosofía

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Con frecuencia nos asalta cierto temor cuando tocamos temas controvertidos o tratamos de explicar asuntos de muy subido nivel reflexivo. Es que tenemos miedo de equivocarnos y de recibir críticas de gente que sabe menos o que sabe más. Allá en el fondo caemos en la cuenta de que es el amor propio que nos amilana de balde.   

Y en estas horas de tanto vocerío y enredo político, es urgente deber que hablemos y que digamos las cosas con la mayor claridad y responsabilidad que podemos; y si en el trayecto nos equivocamos, no faltarán voces amigas que corrijan nuestros errores.   

Esta cuestión que ahora nos planteamos, desde hace mucho tiempo la tenemos en la maleta de nuestras más vivas preocupaciones. Queremos comprender desde sus razones más profundas esta dolorosa declinación de la cultura que hoy día padecemos; y por motivos de alguna manera más entrañables, nos acucia el deseo de buscar y hallar para la patria una acertada recuperación de su vitalidad cívica y de sus energías nacionales.   

Y a medida que los años van pasando se nos ahínca y corrobora la convicción de que esta política criolla, con sus recauchutajes y remiendos, no hace otra cosa sino dilatar la dura penuria de este noble pueblo, digno de mejor suerte.   

Propugnábamos por ello con vehemencia el advenimiento de un Cambio sociopolítico vasto y profundo que despierte el alma de nuestra sociedad, avive el seso e inquiete la modorra de nuestro andar cansino, sin horizonte claro y sin esperanza cierta. Eso lo deseábamos y lo clamábamos años hace.   

El electorado paraguayo, aquel 20 de abril del 2008, selló con su voto y con su firma la voluntad de cambio en procura de la recuperación nacional.   

Pero ¿qué se ha visto y se ha sentido en estos dos años transcurridos?   
Voy a decir ahora con palmaria franqueza lo que realmente yo mismo he procesado en estos tiempos a través de una pausada reflexión.   

Era fácilmente previsible que el Cambio sociopolítico anunciado y esperado no iba a ser tarea de poca monta.   

Pues, era enteramente natural y consecuente que el Partido Colorado, después de 60 años de poder omnímodo, ayudado por una despótica dictadura, se pusiera de espaldas al Cambio repentino que se le venía encima. Y naturalmente se opuso con sañuda y pertinaz oposición. Los numerosos hombres escombros empotrados en todas las instituciones públicas no mostraron mucho ánimo de arrepentirse ni ceder espacio hidalgamente a la nueva generación política. Era previsible que despeñados y despechados iban a desatar una acción rastrera, de zancadillas, de amenazas, acusaciones infundadas y críticas plebeyas. Salvo raras excepciones, sus hombres más destacados nada hicieron para levantar el espíritu y moral cívica, y recuperar la historia del partido nacional republicano.   

Pero tampoco los otros partidos han mostrado la nobleza, es decir, la altura e hidalguía republicanas que esta hora crítica nos exigía a todos. Era notable como en los primeros meses, políticos bisoños, con muy poca sapiencia y prudencia de servidores del Estado, exigían rigurosamente que el nuevo gobierno presentara su agenda y su hoja de ruta. Como si hallar y mostrar con claridad el bien común de una sociedad política destartalada y corrupta fuera tarea de improvisación y declaraciones ligeras.   

Lastimosamente la misma prensa, oral, escrita y televisiva, que es acaso la única fuente de nutrición para la opinión pública ciudadana, también se ha mostrado extremadamente deficitaria. Nos atosigan cada día con sus noticias de corrupción, violencia, fraude y mil otros hechos delictivos. No podemos decir en estas horas que la prensa haya alimentado el optimismo y esperanza del pobre pueblo.   

De la madre y maestra que es la Iglesia diremos acaso iguales reparos, pero con mayor detenimiento y esmerada consideración más adelante.
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