Por qué y para qué la filosofía (2)

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Sabemos por experiencia que un enfermo con múltiples y graves dolencias consulta afanosamente a varios médicos y practica la medicación que le recetan los más expertos. Si allá a la larga no siente mejoría, gasta sus últimos recursos y se remite a ciertos centros hospitalarios y médicos famosos, deseando que le alivien sus males y le devuelvan la salud.   


De manera análoga, la sociedad política a menudo pasa por situaciones caóticas, de grave crisis. Porque la proliferación de la corrupción y de la delincuencia arrasa con todos los recursos morales de la ciudadanía, enceguece y entorpece la conciencia, llevando al pueblo a una lamentable postración espiritual. No hay producción económica, ni hay agenda política ni cambios constitucionales, y obras públicas colosales como acostumbran los dictadores, que tengan eficacia profunda y lleguen a las raíces de la avasalladora podredumbre del ethos social. Ahora pues, llegados a este punto, nos volvemos hacia la filosofía, deseando mostrar que ella es el único camino por donde podemos hallar la claridad necesaria para enfrentar esta oscura, compleja y controvertida situación socio política.   


Recordemos, una vez más, que la política no es una tarea mecánica sino actividad orgánica y mancomunada, es decir, consensuada por innumerables libertades. La recuperación socio política no se logra cambiando piezas, ajustando tornillos y atando cables, como se hace en un taller de automóviles averiados.   


La política exige una visión integral de los problemas; visión integral radicalizada en principios y valores de sano humanismo. Lo cual no se alcanza sino por el camino de un saber sapiencial de profundidad y altura, que es la filosofía. Pero cuando decimos filosofía, no hay que pensar precisamente en esa filosofía "académica" que recoge y vincula hechos y problemas brutos como hace el empirismo positivista.   


Es que el pueblo llano, libre de tantas ideologías aberrantes, simple y espontáneamente conducido por su saber natural y sus intuiciones de tierra adentro, comprende y razona con certera prudencia sobre la conducta humana, así como sobre los fines y los medios adecuados de la buena vida.   


Este extrañamiento o desfase como se dice hoy día, entre la cultura académica y la cultura del llano pueblo es un fenómeno social relativamente moderno, que viene desde aquellos días en que la enseñanza universitaria se ha vuelto tan escolástica y profesional. Todos sabemos que la salud y el derecho son dos valores entrañablemente humanos; acompañan al hombre como su propia sombra. Sin embargo, cuando hablan, metidos en su propia salsa, así los abogados como los médicos, todos nos callamos porque ellos solos saben bien lo que están diciendo.   

 

Esto ocurría mucho menos en aquellos viejos tiempos, cuando la universidad era el Alma Mater de los pueblos, y cuando la gente destilaba sabiduría profunda con sus refranes y cantares de juglaría. Hoy día la realidad ha cambiado; y a todos nos invade la chabacanería.   

Podemos recordar al Quijote de Cervantes o La Introducción a la vida devota de San Francisco de Sales, que son autores de casi la misma época.   


Desde el siglo XVII, en que Descartes revolucionó la filosofía desprendiéndola del ser y conduciéndola a las ideas claras y distintas del pensamiento matematizado, el saber humano se ha deshumanizado considerablemente; y dos siglos después, M. Kant tuvo ya el coraje inaudito de enseñarnos que la razón humana no conoce la realidad de las cosas; solo conoce, decía este filósofo, sus propias formas innatas o a priori. Con estos antecedentes, al positivismo del siglo XIX y XX ya nada le costaba negar todo valor cognoscitivo a la filosofía.   

Esta penuria de la filosofía es una situación cultural que se observa especialmente en Occidente, en llamativo contraste con el incremento gigantesco y muy plausible del conocer científico y técnico. Sobre las más notorias causas de esta declinación, hablaremos más adelante.

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