¿Por dónde empezar?

Pocos países serán más gobernables, ni tendrán gobierno más tranquilo, que el nuestro cuando se hace todo a la vieja usanza.

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Sin embargo, suponiendo que el nuevo rumbo no se trata de un esfuerzo por hacer un maquillaje grotesco del pasado para hacerlo momentáneamente viable y que de verdad representa una idea de cambio profundo y general, me atrevo a pensar que el Gobierno tendrá tres grandes momentos que se presentarán según elija como empezar.

Tengo la impresión de que el señor Cartes tiene un programa focalizado en el crecimiento económico y el desarrollo. Supongo, que la transición y los primeros 100 días están pensados como la base, los cimientos para el proceso, para el nuevo rumbo.

No existe peor programa de gobierno que aquel que es políticamente inviable. La gran tarea política es: primero evitar el aborto del proyecto, segundo consolidarlo, y finalmente darle un buen ritmo una vez que esté sólidamente instalado.

El presidente electo puede elegir comenzar su gobierno desde la retribución y la cooptación. O puede iniciarlo desde la imposición y la confrontación.

En cualquiera de los casos, dadas las características y la calidad de nuestra política habrá un momento de gran crispación, inclusive de crisis. Siempre y cuando la idea del cambio sea la dominante.

Desde esa crisis tendremos el rumbo definitivo, no en los primeros 100 días. Vuelvo a repetir, si es que el nuevo rumbo representa de verdad el cambio que todos proponen, pero que nadie se comprometió y gestionó de verdad, hasta ahora.

Si el presidente eligiera iniciar el gobierno desde la imposición, la confrontación es inevitable porque quiere decir que sus decisiones estarán orientadas por estrictos criterios técnicos y con pocas concesiones al stablishment. Su ventaja es que tendría la fuerza del poder que le da la expectativa de la gente, así se gana una carrera de velocidad. Pero, sostener el cambio es una carrera de resistencia.

El riesgo adicional es que al presidente le puede dar la sensación que puede hacer lo que quiera, y eso ya nunca será así en nuestro país, felizmente.

Lamentablemente o no, en la política el jefe no tiene las mismas posibilidades que el patrón. A este cuando no le gusta un empleado lo despide, le indemniza y san se acabó. Con el jefe político, por el contrario, no termina sino que empieza un frente de batalla permanente.

Si empezamos por acá, la crisis se generará pronto. Deberán saltar los primeros fusibles para proteger la instalación principal, se harán concesiones importantes al pasado, pero bien administrada la crisis se puede reimpulsar el rumbo hacia los cambios necesarios.

Mañana: “Desde la retribución y la cooptación”.

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