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Hay un cincuenta y un por ciento –menores de 18 años– de la población paraguaya que tiene que manifestar una explosión de coraje y patriotismo. Ya no puede encogerse de hombros ante la corrupción generalizada de una casta sinvergüenza, ya con sus neuronas fosilizadas, pero que sobrevive por el poder del dinero y el tintineo fascinante del poder por el poder.
Ya no puede encogerse de hombros ante la desesperanza de nuestros campesinos que se ven obligados a cultivar mariguana porque los “duendes” de la tierra les escamotean el derecho de tener posibilidades más rentables. Ya no puede encogerse de hombros ante los sátrapas del erario público que rehúsan descender del Olimpo del poder porque no están dispuestos de perder el privilegio del dinero fácil.
En Diputados se “embucharon” G. 2.540 millones en alimentos el año antepasado. Además tienen combustible y cobran por “dieta y gastos de representación” G. 33 millones al mes, (ABC 1-IV-014, pág. 2) mientras hay un 16 por ciento de compatriotas que sufren de hambre.
Los adultos tenemos una revolución pendiente y olvidada. Una revolución que derrumbe nuestros muros de egoísmos, una revolución que acalle esos estúpidos discursos de barricadas de nuestros políticos que desgarran nuestras esperanzas y anublan nuestro futuro. Una revolución de austeridad, del heroísmo cotidiano en el cumplimiento fiel de nuestras obligaciones, del esfuerzo diario de luchar por lo que hay que luchar.
El 51 por ciento de la sociedad paraguaya –entre ellos están nuestros hijos– está en espera de esta revolución para ocupar el lugar que le corresponde.
Con qué sabiduría el papa Francisco encaró a los jóvenes: “A jugársela por algo, a jugársela por alguien. Esa es la vocación de la juventud. No tengan miedo de dejar todo en la cancha. Jueguen limpio, jueguen con todo. No tengan miedo de entregar lo mejor de sí. No busquen el arreglo previo para evitar el cansancio y la lucha. No coimeen al réferi”.
Hoy más que nunca hay un ardiente desafío para la juventud, para que el Paraguay de nuestros amores deje de ser “el país más corrupto del continente”.
Las “sentatas” y las concentraciones y marchas de los estudiantes ya son signos de disconformidad pero no bastan. No dejan de ser apenas símbolos y “verbos” en voz pasiva. El desafío es rehacer el tejido moral de nuestra nacionalidad.