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Es bien conocido el análisis que realiza Platón en la sección VIII de La República en torno a la decadencia de los regímenes políticos.
Partiendo de su visión ideal Platón describe un proceso de degeneración, que pasa por la timocracia (gobierno de una nobleza que busca honor y fama pero que es inestable), hasta la oligarquía (etapa en la que el dinero se impone sobre la virtud), la cual a su vez abre las puertas a la democracia (gobierno de una mayoría empobrecida impulsada por la demagogia y propensa al desorden), desembocando finalmente en la tiranía.
Sin respaldar el estudio platónico en todas sus partes, pienso que el autor acertó al señalar la tendencia de la democracia a sucumbir ante la demagogia, cuando los ciudadanos asumen que les corresponde por derecho una condición de vida que supera el producto de sus esfuerzos.
Por ese camino de irresponsable aumento de expectativas y desbocada imprevisión se avanza hacia el endeudamiento, la inflación y finalmente la quiebra de las sociedades, hundidas en la crisis económica sembrada por sus fantasías.
Este es el escenario que se despliega con atemorizadora intensidad en la zona del euro, es decir, la Comunidad Económica Europea. La médula de esta crisis, cuya manifestación tangible es económica y se focaliza en la ruina de Grecia, es de naturaleza política y tiene que ver con un largo rumbo de promesas irrealizables, formuladas por políticos temerarios, impulsadas por electorados acostumbrados al paternalismo de Estados insolventes.
Europa está pagando caro el estatismo socializante que caracteriza a sus economías, así como la fatídica dinámica que atrapa a unos políticos insensatos en las ansiosas redes de poblaciones entrenadas a trabajar cada vez menos, en tanto que los gobiernos procuran complacerles imprimiendo dinero y multiplicando deudas. Grecia es la punta del iceberg.
Esa sociedad, muy poco parecida a la democracia ateniense en tiempos de Pericles, se ha visto forzada a mendigar multimillonarias ayudas de emergencia de parte de sus atribulados socios de la CEE y del mismísimo Fondo Monetario Internacional, sometiéndose a cambio a un riguroso y asfixiante "paquete" de austeridad que amenaza con curar la enfermedad matando al paciente.
En efecto, los griegos tendrán que, entre otras cosas, aceptar que sus jubilaciones comenzarán a los 67 años en lugar de los 53 de ahora; los salarios del sector público serán congelados durante tres años y no se otorgarán bonos de fin de año.
De paso, los impuestos a licores, cigarrillos y gasolina aumentarán, en tanto que el IVA pasará de 21 a 23%.
Esta amarga medicina no se quedará allí. En promedio, los países de la CEE requerirían tener en el banco y ganando altos intereses más de cuatro veces sus actuales cifras de PIB, para hallarse en capacidad de sostener el ritmo de sus gastos sociales hacia el futuro.
De seguir las cosas como van, en 20 años la tasa impositiva tendría que alcanzar 57% para alimentar a los glotones Estados benefactores que hoy consienten a los electorados europeos.
En fin, el tema es de pesadilla. Entre España, Italia, Portugal e Irlanda deben 3,9 trillones de dólares a corto y mediano plazo, una cifra más elevada que su producto interno bruto, que alcanza 3.3 trillones.
¿A dónde va todo esto? Estados Unidos tampoco se salva. Al contrario, su dinámica lo empuja hacia un abismo similar, y con su inoportuna e impopular reforma sanitaria el mesiánico Obama no ha hecho sino multiplicar los gastos en tiempos de recesión y crisis. Hay que admitirlo: Platón se está reivindicando.
* Profesor de teoría política, Universidad Metropolitana,
Caracas
© www.aipenet.com
Partiendo de su visión ideal Platón describe un proceso de degeneración, que pasa por la timocracia (gobierno de una nobleza que busca honor y fama pero que es inestable), hasta la oligarquía (etapa en la que el dinero se impone sobre la virtud), la cual a su vez abre las puertas a la democracia (gobierno de una mayoría empobrecida impulsada por la demagogia y propensa al desorden), desembocando finalmente en la tiranía.
Sin respaldar el estudio platónico en todas sus partes, pienso que el autor acertó al señalar la tendencia de la democracia a sucumbir ante la demagogia, cuando los ciudadanos asumen que les corresponde por derecho una condición de vida que supera el producto de sus esfuerzos.
Por ese camino de irresponsable aumento de expectativas y desbocada imprevisión se avanza hacia el endeudamiento, la inflación y finalmente la quiebra de las sociedades, hundidas en la crisis económica sembrada por sus fantasías.
Este es el escenario que se despliega con atemorizadora intensidad en la zona del euro, es decir, la Comunidad Económica Europea. La médula de esta crisis, cuya manifestación tangible es económica y se focaliza en la ruina de Grecia, es de naturaleza política y tiene que ver con un largo rumbo de promesas irrealizables, formuladas por políticos temerarios, impulsadas por electorados acostumbrados al paternalismo de Estados insolventes.
Europa está pagando caro el estatismo socializante que caracteriza a sus economías, así como la fatídica dinámica que atrapa a unos políticos insensatos en las ansiosas redes de poblaciones entrenadas a trabajar cada vez menos, en tanto que los gobiernos procuran complacerles imprimiendo dinero y multiplicando deudas. Grecia es la punta del iceberg.
Esa sociedad, muy poco parecida a la democracia ateniense en tiempos de Pericles, se ha visto forzada a mendigar multimillonarias ayudas de emergencia de parte de sus atribulados socios de la CEE y del mismísimo Fondo Monetario Internacional, sometiéndose a cambio a un riguroso y asfixiante "paquete" de austeridad que amenaza con curar la enfermedad matando al paciente.
En efecto, los griegos tendrán que, entre otras cosas, aceptar que sus jubilaciones comenzarán a los 67 años en lugar de los 53 de ahora; los salarios del sector público serán congelados durante tres años y no se otorgarán bonos de fin de año.
De paso, los impuestos a licores, cigarrillos y gasolina aumentarán, en tanto que el IVA pasará de 21 a 23%.
Esta amarga medicina no se quedará allí. En promedio, los países de la CEE requerirían tener en el banco y ganando altos intereses más de cuatro veces sus actuales cifras de PIB, para hallarse en capacidad de sostener el ritmo de sus gastos sociales hacia el futuro.
De seguir las cosas como van, en 20 años la tasa impositiva tendría que alcanzar 57% para alimentar a los glotones Estados benefactores que hoy consienten a los electorados europeos.
En fin, el tema es de pesadilla. Entre España, Italia, Portugal e Irlanda deben 3,9 trillones de dólares a corto y mediano plazo, una cifra más elevada que su producto interno bruto, que alcanza 3.3 trillones.
¿A dónde va todo esto? Estados Unidos tampoco se salva. Al contrario, su dinámica lo empuja hacia un abismo similar, y con su inoportuna e impopular reforma sanitaria el mesiánico Obama no ha hecho sino multiplicar los gastos en tiempos de recesión y crisis. Hay que admitirlo: Platón se está reivindicando.
* Profesor de teoría política, Universidad Metropolitana,
Caracas
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