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Justamente hace cien años, en 1914, Europa se enfrascaba en la Primera Guerra Mundial, inesperado acontecimiento que logró desatar un profundo escepticismo y desconfianza hacia “la bondad natural” de Rousseau, el derecho y la racionalidad. Sin embargo, la creación de la Liga de las Naciones logró atemperar en parte este sentimiento de desilusión e impotencia tratando de restablecer la esperanza cifrada en el idealismo secular.
Al cabo de veinte años de la creación de ese magno organismo ecuménico se desencadenó la Segunda Guerra Mundial haciendo añicos los sueños de los grandes tratadistas del derecho internacional sustentados en los cimientos de la tolerancia y la moral.
En 1939, la Liga de las Naciones se había convertido en una siniestra parodia como ocurre hoy con las Naciones Unidas que ha declarado por intermedio de su propio Secretario General su impotencia para reglar la conducta de los pueblos y preservar la paz mundial.
Con estos antecedentes, ¿quién puede predecir lo que podría ocurrir mañana?, ¿quién se habría atrevido pronosticar hace 50 años que la naturaleza se volvería contra el hombre en la forma en que lo está haciendo como consecuencia de los desmanes del “homo sapiens”? Aparte de todo esto la agresividad en forma de xenofobia se ha recrudecido en los últimos tiempos acelerando un proceso de discriminación hacia ciertas razas, credos y culturas.
La doctrina de la “Razón del Estado”, esbozada por Macchiavello y practicada arteramente por el Cardenal Richelieu se va imponiendo en todos los fueros existenciales de la vida de los pueblos, transmigrando hacia un crudo realismo o “real politik” donde no hay cabida para las consideraciones humanitarias, éticas y morales. Es la lucha por el descarnado poder, donde prevalecen los fuertes en detrimento de los débiles, sin aparatosos “ruidos de sables”, visibles y tangibles como en la Guerra Fría, sino una lucha que pretende ser disimulada, solapada y encubierta de intereses creados económicos, comerciales y financieros que supuestamente apuntan al bien común universal. Esto hace que la civilización de hoy se desplace al borde de una elevada cornisa y un profundo precipicio, sujeto a vientos huracanados de pasiones chauvinistas desbordantes aparentemente irreconciliables. Estas no nacen fundadas en una única causa sino que brotan de las entrañas del alma humana, por lo que resulta difícil encontrar el antídoto adecuado y eficaz para este tremendo dilema.
Nadie se atrevería a pronosticar con rigor científico y académico lo que puede pasar en los 365 días del año que se ha iniciado con grandes festejos ecuménicos, con juegos pirotécnicos y luces de bengala que han iluminado por instantes el firmamento estelar pero que encierran en su seno un gran signo de interrogación.
Lo que sí se puede vislumbrar, más allá del mundo de las apariencias, es el proyecto de un Gobierno mundial de vasto alcance social que involucraría como protagonistas a los países más poderosos de la tierra. En este contexto existe ya un grupo conformado por talentosos intelectuales, eminentes hombres de ciencia, estadistas famosos, profesores universitarios destacados que forman una logia cerrada a la que la opinión pública no tiene acceso, denominado el grupo Bilderberg. Para que este Gobierno mundial haga su debut en escena solamente faltaría una crisis económica similar a la de 1929, o una guerra nuclear localizada, o una catástrofe ecológica de vastas proporciones. Entonces, la paz será impuesta por la fuerza, el hambre estará controlada por rígidos racionamientos, la libertad cercenada por orden superior de los “iluminados” que impondrán una religión laica, cruel y dogmática de la que nadie se podrá sustraer sino a costa de su propia vida pero que tendrá una efímera vigencia hasta que el Armagedón haga su presencia como el postrer estertor de un tenebroso ciclo de guerra y dolor.