Perros de la calle

Rige desde hace pocos años, sea el 31 de julio, 27 de junio o 4 de abril, ya que no queda muy claro en internet dónde y quién instauró el Día Mundial del Perro Callejero; sin embargo, la intención es loable y varios países han acogido la iniciativa con gran identificación al noble animal. Tal como ocurre con nuestra propia especie, también los animales y las plantas sufren la maldad y el abandono por parte del ser humano, quien nunca quiso o pudo dominar la naturaleza para el bien común. Los perros callejeros son una especie de termómetro sentimental de un país. En el nuestro, las imágenes de canes abandonados son diarias, principalmente en las ciudades. Aquí en capital, no hay barrio que se salve de algún desdichado. Perros sucios y enfermos delatan principalmente la inexistencia de políticas públicas efectivas. En uno de los blogs perrunos, proponen que en el Día Mundial del Perro Callejero se alimente a uno de ellos comprándole un poco de alimento; en otros sitios, sugieren que si nos topamos con alguno y su aspecto nos produce asco o temor por la sarna, el agusanamiento o cualquier enfermedad que tenga, no lo maltratemos. Pareciera que esto es sabido; no obstante, al ya sufrido animal no pocos espantan con escobazos y pedradas. El otro día me crucé con un perro grande, de alguna vez abundante y brilloso pelaje (estaba carcomido a la mitad por la caracha), me miró, frenó unos segundos –temía que le pegara–, luego continuó su paso. Iba pronto hacia la muerte, ¿adónde más? Los perros callejeros no sobreviven mucho tiempo sin un dueño, dependen de él para alimentarse y otros cuidados básicos.

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Profundas reflexiones acerca de nuestras deudas con la naturaleza debería provocarnos el encuentro con perros heridos y hambrientos. Sabio, el Viejo Vizcacha (del Martín Fierro) aconsejaba: “Jamás llegués a parar/ ande veas perros flacos”, como una alusión a la falta de calidad humana de los pobladores de ese lugar. Esta autocrítica de insensibilización es quizás la que más nos cuesta asumir. “Cuidado con el perro, tiene sentimientos”, advierte un cartel virtual pro-amor animal. Es verdad que los animales deben ser tratados con cariño y respeto, pero hay gente que exagera sus pasiones y termina consiguiendo el efecto contrario sobre los demás. Aunque sí es muy rescatable que esta gente –sola o en grupo– sea la que tomó la posta para concienciar sobre la urgencia de disminuir los perros callejeros mediante la adopción o esterilización.

El perro callejero puede ser de dos tipos: el que tiene un dueño que no responde por él (descuido, desamor, considera al perro un objeto y no un ser vivo tan dueño del entorno como las personas) y el que nace o es dejado en la vía pública. Aunque pertenezco al grupo no partidario de la esterilización ni de la castración, sé que hay casos en que las mascotas ofician de guardianes y de compañía para muchos enfermos, personas mayores, niños, etc., entonces sí es preferible acceder a estos métodos antes que dejarlos multiplicarse y al final abandonar a las crías a su suerte.

Grandes artistas y escritores han valorado y amado de corazón a los perros. Con creatividad, Jonathan Swift nos ilustra a través de ellos sobre los tipos de gobierno: “Podemos observar en la república de los perros que todo el Estado disfruta de la paz más absoluta después de una comida abundante, y que surgen entre ellos contiendas civiles tan pronto como un hueso grande viene a caer en poder de algún perro principal, el cual lo reparte con unos pocos estableciendo una oligarquía, o lo conserva para sí, estableciendo una tiranía”.

Mucho aprendizaje nos regala observar las conductas y cualidades del perro, en nuestro país una gran mascota tristemente adaptada a la dureza de la calle.

lperalta@abc.com.py

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