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Toda esa barbarie se ensañó con Jesús a pesar de que “pasó por todas partes haciendo el bien” y no se metió en política, ni quiso el poder, ni aceptó que lo hicieran rey cuando el pueblo encontró en él las mejores cualidades de liderazgo y de entrega al servicio radical y gratuito al pueblo, que estaba explotado por los romanos y los corruptos políticos y gobernantes judíos.
Jesús no era sacerdote, era laico. Había aprendido de María y José a respetar las instituciones y las autoridades constituidas.
Pagaba impuestos y nunca criticó al César romano (“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”) ni a las instituciones políticas y administrativas de su pueblo, ni a los sacerdotes que detentaban el poder en régimen absolutista de teocracia, aun en el contexto de la dominación romana.
Antes de iniciar su campaña de misión para dar a conocer el proyecto de Dios para la humanidad, se retiró al desierto para orar y pensar con qué estrategias presentaría y pondría en marcha el “Reino de Dios”.
En ese proceso se le ocurrió que una buena estrategia podría ser conquistar los distintos reinos del mundo para imponer desde el poder el plan de Dios.
En su meditación comprendió que esa posibilidad era una tentación diabólica, porque para él el poder político es para servir no para dominar, imponer cargas abusivas a los demás y enriquecerse personalmente. Así se lo dijo después claramente a sus discípulos.
Su poder de convocatoria fue excepcional, eran miles y miles de hombres y mujeres que le buscaban y seguían de todas las regiones de Palestina.
Cuando hizo posible que miles de personas comieran en pleno descampado a partir de una canasta con varios panes y peces, después de escuchar su Buena Noticia, decidieron llevarlo y proclamarlo rey, entonces él se escapó y se escondió en la montaña, porque no quería ser rey de este mundo, como le dijo a Pilato el último día de su vida.
Tanto su poder de convocatoria como su poder de convicción y su poder de compartir salud, alimento, mensaje de Dios y esperanzas estaban al servicio de todos y de Dios, pero no para convertirse en poderoso gobernante político del pueblo.
Entonces, ¿por qué gobernantes y políticos lo persiguieron y mataron si él no competía por el poder político?
Jesús propuso persuasivamente cambios personales, sociales y estructurales que revolucionaban el sistema vigente.
Volcó la pirámide social. Las mujeres y los niños eran lo último, allá en el fondo menospreciado de la sociedad.
En la cúspide estaba el Sumo Sacerdote y la casta sacerdotal, que en su sistema teocrático controlaban las estructuras y poderes del gobierno judío.
Y Jesús puso a los niños en la cota más alta al decir que “el que no se haga como un niño no tiene parte en el Reino de Dios” y además de elegir a doce apóstoles y otros discípulos, iba acompañado con ellos a todas partes y un grupo de mujeres.
El Templo de Jerusalén era el símbolo y el centro del poder religioso, matriz de los demás poderes y Jesús respetó y defendió al Templo, que habían convertido en cueva de ladrones, pero en su propuesta el Templo quedó vaciado de sentido porque a Dios no se le demuestra amor ni se le da culto sacrificando animales, sino amando “en espíritu y en verdad” y para el encuentro de los hijos con nuestro Padre Dios, Jesús propondrá su mediación personal en la Cena y la Mesa de la Eucaristía.
Sobre la ley, respetada por Jesús (“He venido a cumplir hasta su última iota”), afirma que la única ley absoluta es la Ley del Amor.
Podríamos seguir analizando otros radicales cambios sociales, personales y estructurales que explican que Jesús y su causa fueran perseguidos, pero aquí no hay espacio.
Lo dramático es comprobar que los políticos corruptos traicionan, eliminan a Jesús y matan el reino del Amor.
jmonterotirado@gmail.com