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Este autodenominado pelele fue a una reunión donde craneaban cómo “desinflar” informaciones de interés público sobre una empresa pública y sobre multimillonarios fondos públicos. Y lo hizo con su investidura de senador de la nación a cuestas, fue con tanto desparpajo que inclusive se lo oye decir que, para ir a la reunión, había dejado de lado sus papeles sobre la reforma impositiva.
Este autodenominado pelele sumó puntos para ser despojado de su investidura. Pero he aquí que la pérdida de investidura de Amarilla ha sido de las más traumáticas que ha pasado por el Congreso del Paraguay: hemos asistido a un apriete y extorsión públicos sin antecedentes.
Ni la pérdida de investidura de Óscar González Daher, ni las renuncias de José María Ibáñez y de Oviedo Matto, ni la pérdida de investidura de Víctor Bogado fueron tan escandalosas como la de este autodenominado pelele devenido a multimillonario liberal llanista. Cuando Dionisio Amarilla se vio realmente amenazado, prendió el ventilador y el presidente del Congreso, Silvio “Beto” Ovelar, no quiso parar su extorsión y sus amenazas.
¿Por qué no los denunció antes?” le increpó por redes sociales el compañero Vargas Peña a Dionisio Amarilla el jueves, luego de que el exsenador denunciara al senador Kemper por tráfico de influencias. Y Amarilla, universitario, con estudios de posgrados, magíster y doctorados, muy suelto de cuerpo escribió que “no los consideraba como tal” (al tráfico de influencias). Y abrió la peor de las cloacas que destapó ese día: “Dejo constancia de que es una práctica común en el ámbito legislativo”. A renglón seguido amenazó con denunciar otro caso más: “En un rato otra más inclusive”.
Si el pelele Dionisio dijo la verdad, estamos en presencia de uno de los niveles más altos de podredumbre de la investidura parlamentaria: Usan el cargo para traficar influencias, para conseguir más plata o más poder del que ya tienen. “Una práctica común”, según el pelele.
No dejo de pensar qué escucharíamos si hoy día salieran a la luz audios de llamadas de senadores y diputados a otras instituciones públicas, llamadas a ministros, secretarios, entes autárquicos exigiendo favores para ellos mismos y/o sus amigos. Es entonces cuando surge una revelación irrefutable: Dionisio no es un pelele.
Los peleles somos nosotros que votamos por peleles.
mabel@abc.com.py