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Un buen día apareció la camioneta roja y se llevó a don Arturo. No pasó mucho tiempo para que la furgoneta colorada regresara. Era de tardecita y estaba jugando en el barrio cuando sus familiares y los vecinos salieron llorando. Uno de ellos me dio un papelito con un mensaje para su pariente y fui corriendo hasta la Antelco. Recordé este caso cuando escuché, el sábado, al presidente Nicanor Duarte Frutos referirse al general Patricio Colmán como un héroe republicano. Contaba orgulloso que su padre, don Héctor, fue revolucionario a las órdenes del general Colmán.
Entre los casos que escuchaba en la cooperativa recuerdo cómo los revolucionarios ataban a los comunistas y los descuartizaban frente a sus familiares. Previamente sus esposas o hijas pasaban por vejámenes inenarrables. Con el tiempo supe que uno de los comandantes de los pynandi era el general Colmán, quien tenía su estancia en Santa Elena-Cordillera. Dicen que un día apareció por Piribebuy y ordenó al presidente de seccional Pablo Cabral que solamente de su establecimiento se debía comprar carne. Cabral le habría dicho: usted manda en su cuartel y yo acá. Le costó varios años de cárcel y sesiones de torturas.
Ya como periodista escuché testimonios de muchas víctimas de la dictadura. Todos coinciden que Colmán fue uno de los más sanguinarios y crueles que perseguía a cualquiera que pensaba diferente al régimen.
Se hizo famoso porque arrojaba desde el avión a los prisioneros y lo hacía en zonas habitadas para que sirva de lección. Cuentan que se deleitaba cuando arrancaba nudo por nudo el cuerpo de las víctimas frente a sus familiares. Tenía el título de asesino más tenebroso de la tiranía.
Tan soberbio fue que nunca esperó que un revolucionario, el comandante Agapito Valiente (Arturo López), también de Piribebuy, lo hiriera desde el baúl de un auto en el que lo llevaban preso.
Quizás tantas barbaries no era necesarias rememorar, pero no se puede callar que un criminal sea nombrado como héroe.
Por cierto, pensé por un momento que posiblemente Nicanor no conoció a Patricio Colmán, pero no estoy seguro, capaz que de verdad se sienta orgulloso de él.
acantero@abc.com.py
Entre los casos que escuchaba en la cooperativa recuerdo cómo los revolucionarios ataban a los comunistas y los descuartizaban frente a sus familiares. Previamente sus esposas o hijas pasaban por vejámenes inenarrables. Con el tiempo supe que uno de los comandantes de los pynandi era el general Colmán, quien tenía su estancia en Santa Elena-Cordillera. Dicen que un día apareció por Piribebuy y ordenó al presidente de seccional Pablo Cabral que solamente de su establecimiento se debía comprar carne. Cabral le habría dicho: usted manda en su cuartel y yo acá. Le costó varios años de cárcel y sesiones de torturas.
Ya como periodista escuché testimonios de muchas víctimas de la dictadura. Todos coinciden que Colmán fue uno de los más sanguinarios y crueles que perseguía a cualquiera que pensaba diferente al régimen.
Se hizo famoso porque arrojaba desde el avión a los prisioneros y lo hacía en zonas habitadas para que sirva de lección. Cuentan que se deleitaba cuando arrancaba nudo por nudo el cuerpo de las víctimas frente a sus familiares. Tenía el título de asesino más tenebroso de la tiranía.
Tan soberbio fue que nunca esperó que un revolucionario, el comandante Agapito Valiente (Arturo López), también de Piribebuy, lo hiriera desde el baúl de un auto en el que lo llevaban preso.
Quizás tantas barbaries no era necesarias rememorar, pero no se puede callar que un criminal sea nombrado como héroe.
Por cierto, pensé por un momento que posiblemente Nicanor no conoció a Patricio Colmán, pero no estoy seguro, capaz que de verdad se sienta orgulloso de él.
acantero@abc.com.py