Pan de vida eterna

En este domingo llegamos al momento culminante del discurso sobre el Pan vivo, cuando Jesús afirma: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”.

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El es el Pan vivo que genera vida, sea la vida en cuanto estamos peregrinando por este mundo, sea después, en la otra, que es eterna.

El derecho a la vida es el primer derecho del ser humano; es más, es el derecho a una existencia digna de un ser humano, con las condiciones suficientes para ello, y estas condiciones son materiales y emocionales, pues el ser humano no es solamente un estómago a llenar, sino también un corazón que necesita de afecto.

Por ello el papa Francisco ha dicho en el Palacio de López: “¡Nunca más guerras entre hermanos! ¡Construyamos siempre la paz! También una paz del día a día, una paz de la vida cotidiana, en la que todos participamos evitando gestos arrogantes, palabras hirientes, actitudes prepotentes, y fomentando en cambio la comprensión, el diálogo y la colaboración”.

Para estas realizaciones necesitamos de energía física y también de entusiasmo, que brota de motivaciones sólidas, y precisamente el Cuerpo de Cristo, el Pan vivo, es el don más importante que podemos recibir, pues no se trata de una “cosa”, pero de una Persona, del mismo Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.

Se establece una comunión profunda entre el Señor, que se dona, y aquel que lo recibe con limpio corazón. La misma fuerza de Dios va pasando a quien lo recibe y ella destruye el miedo, el rencor, la codicia desenfrenada y las actitudes de indiferencia.

Él agregó: “El pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo“, para expresar que la existencia plena que nos brinda no es solamente personal, sino comunitaria, es más, mundial, en la cual ningún pueblo debe ser excluido por causa del capitalismo salvaje.

En otro momento Jesús usó la comparación del tronco y las ramas: quien está unido a Él da muchos frutos, porque sin Él no podemos hacer nada de bueno.

Es así que nace una nueva criatura humana, como indica San Pablo, evitando la amargura, los insultos y toda clase de maldad. Así vamos creciendo hacia la estatura y profundidad de Jesucristo, a tal punto que esta nueva criatura está capacitada para derrotar las estructuras de pecado y la injusticia institucionalizada.

Y, cuando termine nuestra peregrinación por esta tierra, podremos disfrutar de la vida bienaventurada con Dios, que es el objetivo más importante que tenemos.

Paz y bien.

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